VIOLENCIA FAMILIAR:
por Pablo Tripp y David Powlison
«La gracia de Dios se ha
manifestado… enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y
a vivir sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11,12).
El hecho de que dos
personas se sienten juntas en el templo durante el servicio de los domingos no
impide que puedan agredirse con violencia una vez que se hallan en privado. El
ministerio a las personas violentas, requiere ministros con gran lucidez,
llenos de conocimiento, gracia y verdad, dispuestos a intervenir con valentía.
Los golpeadores (como los depredadores sexuales) son infractores de la ley,
perversos y sumamente embaucadores. Aquellos que cometen violencia en el hogar
necesitan gracia: una gracia eficaz, transformadora y verdadera. A medida que
se dispongan a renunciar y a verse reflejados en la verdad, a medida que
abracen al verdadero Mesías, un cambio genuino es posible y seguro en sus
vidas. Existen numerosos pasajes en la Escritura que hablan acerca del pecado
de la ira y la violencia y de las maneras en que el Redentor trata con estos
pecadores. ¿Qué debe considerar usted para que sus esfuerzos sirvan de ayuda a
estos hombres (ya veces mujeres)?
Los individuos violentos
tienen mucho en común con otras personas, tanto con las que podrían ayudarlos
como con las que resultan heridas por su culpa. Todos somos básicamente
semejantes, según encontramos en 1 Corintios 10:12-13. La hostilidad entre
seres humanos puede manifestarse de muchas maneras: verbal, física y
sexualmente, en las actitudes, y en los negocios. Asimismo, se presenta con
distintos grados de intensidad, desde el malhumor y las pequeñas peleas hasta
la agresión violenta y el homicidio. La naturaleza de la violencia familiar no
difiere de la de otros pecados comunes. Esta similitud genera tanto confianza
como humildad en aquellos que buscan ayudar a otros: si usted sabe cómo tratar
con su propia ira, cuenta con buenos recursos para ofrecer a quienes están en la
lucha. En una oportunidad aconsejé a una pareja que había tenido nada menos que
una lucha armada en su hogar. El haber experimentado en lo personal el
arrepentimiento de la cólera y el mantener una actitud crítica me ayudaron a
entender a esta pareja y proceder con seguridad y firmeza. Un consejero que
desea trabajar con personas violentas no es un ser inmaculado que se acerca a
individuos pecaminosos. Somos personas que hemos hallado gracia y vamos al
encuentro de quienes la necesitan.
De
igual manera, usted se encontrará con una relación entre dos pecadores y no con
un monstruo sin posibilidad de redención que oprime a una inocente víctima que
no necesita ser redimida. Dios estará trabajando en ambas vidas. Por lo tanto,
examine detalladamente cada incidente de violencia. A menudo encontrará áreas
en las que ambas partes necesitan de la gracia de Cristo para poder cambiar.
Tal vez el hombre capte la mayor atención por el hecho de proceder con los
puños; sin embargo, si se mira más profundamente, la mujer podría ejercer un
uso hábil y perverso de la lengua de modo que incite a la violencia. Los
arrebatos de violencia generalmente representan la «gota que rebasa el vaso»
cuando el abuso familiar es usual en el hogar en menor grado. Rastree los
pecados que ambas partes tienen en común y también las manifestaciones
individuales. Su deseo es ayudar a que la pareja crezca en amor, sabiduría y
paz entre sí.
Dado
que las personas violentas eluden con facilidad y crean así una sombra de confusión,
usted necesita conocer el comportamiento de los violentos. El pecado es
engañoso; esto es lo que enseña Jeremías 17:9. Las personas violentas no sólo
no se conocen a sí mismas, sino que impiden que otros las conozcan. Para ellas
es común mentir y ocultar, y a menudo elaboran patrones de engaño. Suelen
ocultar lo que hacen y, en caso de fallar, tienden a restarle importancia a la
gravedad del hecho. Si esto no llegara a resultarles, suelen inculpar a la
persona golpeada, dando la imagen de víctimas inocentes y afligidas. De no
funcionar esto último, se sumergen en la desesperación y el «arrepentimiento»
para que los demás les tengan lástima. Tenga en cuenta las siguientes
características del pecado, que comúnmente conforman el perfil de la persona violenta:
1. Fundamentar el acto de violencia refleja un
egoísmo invasivo: Gran parte de su vida se encuentra dominada por su propio
placer, sus compromisos diarios, sus deseos, sus exigencias, sus antojos. El
aconsejamiento no debe permitir que los pecados que aparecen a simple vista
desvíen la atención de la perversidad que sustenta un estilo de vida
caracterizado por la «impiedad y los deseos mundanos». A menudo, la conciencia
de pecado es superficial: puede ser que el golpeador se lamente por sus reacciones
esporádicas de violencia, pero rara vez reconoce que lleva una vida egoísta o
las pasiones específicas que lo controlan.
2. Espere encontrar intrincados y sutiles
patrones de autoengaño. El abusador a menudo siente lástima por él mismo: «Yo
soy la verdadera víctima y la furia es tan sólo una reacción». Con frecuencia
expresa la justa y buena opinión que tiene de sí mismo diciendo «En verdad yo
no soy así», o bien «Sé que no debería hacer eso, pero…». A menudo exhiben una
notable habilidad para dividir el corazón y vivir así una doble vida. Es
posible que un hombre golpee a su esposa y luego, una hora después, se
transforme y lidere (dirija) un estudio bíblico con toda serenidad.
3. Espere encontrar intrincados patrones de
atracción engañosa. Las personas violentas (al igual que los depredadores
sexuales) suelen ser seductores innatos. Se ganan a la gente, incluso
restablecen la confianza de las mismas personas a las que maltrataron y
traicionaron. Manipulan hábilmente a sus víctimas y a los que desean ayudar,
empujándolos hacia un sentimiento de culpa y de responsabilidad: a los
primeros, por lo sucedido y a los segundos, por no haber mejorado las cosas.
4. Espere encontrar versiones engañosas de
«confesión y arrepentimiento». Es como si pudieran engañar a Dios, pero, por
supuesto, sólo se engañan a sí mismos y a los demás. Parecería que usan las
palabras evangélicas adecuadas o que expresan los sentimientos apropiados, pero
su «arrepentimiento» no suele estar centrado en Dios. Por el contrario, sólo
expresa el remordimiento por haber dañado su propia imagen o su reputación
frente a los vecinos. En realidad, este «arrepentimiento» alimenta el propio
orgullo y temor al hombre, que originan el pecado de la violencia en privado.
Es común que las personas violentas hagan un mal uso de la gracia o bien no la
entiendan correctamente. La gracia se transforma en algo «barato», y el
supuesto arrepentimiento se convierte en una «carrera de obstáculos» que hay
que sortear con el fin de aliviar la conciencia y recuperar el favor de los
demás. Incluso se puede volver una herramienta del pecado, una solución rápida,
a veces calculada, que barre los problemas bajo la alfombra. Puede ser que
lloren, oren y prometan que nunca más volverá a suceder, sin que se produzca ninguno
de los cambios fundamentales que implican el verdadero arrepentimiento y la fe
en Cristo: la transformación de la mente y un giro de 180 grados que llevan a
un cambio de vida.
5. Los golpeadores intimidan y manipulan a sus
víctimas con frecuencia. La violencia genera miedo; es un instrumento de
control. En ocasiones hasta resultará difícil obtener los hechos de boca de la
persona golpeada. Es probable que ésta desee fervientemente preservar el
momento de paz temporaria que está viviendo, o que tema que su honestidad
desencadene una represalia, o bien que haya sido amenazada «Si tú hablas,
entonces yo te voy a…». Puede ocurrir que a la víctima le resulte sumamente
vergonzoso el hallar estos problemas en el seno de su hogar y podría ser reacia
a dar a conocer el grado de maldad. A todo esto se suma el hecho de que
probablemente usted tenga que enfrentar un complot basado en el silencio de la
familia, que sirve de protección al opresor.
Estas son sólo algunas
formas que muestran la violencia familiar como un pecado «secreto». Usted debe
estar preparado para sacarlo a la luz.
Las personas violentas
necesitan a Cristo; esta verdad se ve en Hebreos 3:12-14. La corriente del
pecado arrastra y aparta al ser humano del Cristo vivo. Este es un problema del
corazón, que requiere atención diaria. Jesús, que entregó su vida por los
pecadores, abunda en gracia y su gracia es eficaz.
1. Aspire a una reestructuración profunda del
corazón y del estilo de vida. Los ajustes superficiales sólo logran que el
comportamiento de la persona tenga mayor aceptación por parte de su núcleo
social. Usted debe poner en evidencia las intenciones del corazón, que mueven
al acto de violencia: las ansias de poder, control, dinero; la búsqueda de placer,
confort, amor, respeto, entre otras. ¿Qué cosas se empeña en seguir haciendo
obstinada y deliberadamente esta persona? Sus actos de violencia no tienen que
ver con su esposa, sino consigo mismo y con las idolatrías que arrastró con él
al matrimonio. Las personas violentas fingen ser un dios y luego se comportan
como si fueran el diablo, en lugar de servir a Dios. Deben arrepentirse de sus
pecados para con Dios, que son los que traen como consecuencia los pecados para
con los demás. Tanto el comportamiento como las motivaciones hostiles deben
quedar al descubierto
(ver Stg. 3:5-12,
3:14-16, 4:1-4, 4:6 y 4:11-12).
2. Propóngase solucionar las manifestaciones
secundarias de los principales pecados y reacciones. Por lo general, la
crítica, la queja, la irritabilidad, las pequeñas peleas y las discusiones
preceden al acto de violencia y suelen ser manifestaciones externas que
comparten un origen común en el corazón. Las personas que aprenden a
arrepentirse de la queja, y por ende cultivan la gratitud y la satisfacción en
Cristo, casi no tendrán necesidad de arrepentirse de la agresión y el maltrato.
3. Presénteles al verdadero Cristo vivo. Jesús
abunda en compasión mas su ira es terrible. Las personas violentas necesitan
conocer el amor de Cristo. Si bien merecen la ira de Dios, Él en cambio entregó
al Cordero. Jesús amó a los pecadores, a los impíos, a los malos, a los
débiles, a los enemigos de Dios. Él murió para que los que viven ya no vivan
para sí mismos. Dios ofrece gratuitamente gracia y sabiduría de lo alto (Stg.
1:5, 1:17, 3:17, 4:6 y 4:10). La gracia eficaz y correctora se encuentra a
disposición de todos aquellos que la necesiten. Pero es preciso que las
personas violentas aprendan a temer la ira del Señor. Él es celoso y santo
(Stg. 4:5 y 4:12). Una persona que comete un acto de violencia vive sin temor
del Señor; actúa y reacciona como si Dios no existiera. Mas en verdad, «todas
las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquél a quien tenemos que dar
cuenta» (He. 4:13). Comenzar a vivir transparente significa a llevar una vida
sin la privacidad de la que depende
la violencia.
4. Lleve a la persona violenta a un
arrepentimiento centrado en Dios (Stg. 4:6-10). Lo más importante son los
cambios internos. Compare el «arrepentimiento» manifestado por la persona con
el verdadero arrepentimiento. Los salmos 50 y 51 permiten diferenciar un
arrepentimiento centrado en Dios de uno que no lo es. Conocer al Cristo del
evangelio significa reordenar todo el ser interior de manera que el pecado ya no
triunfe en la vida. No se conforme con menos. Los que buscan, encuentran; los
que creen, reciben el Espíritu Santo. La pregunta es: ¿Cómo saber que ha habido
un verdadero arrepentimiento? Usted se dará cuenta. El tiempo siempre se
encarga de confirmar la legitimidad de las cosas. Usted observará cambios
radicales en las relaciones de estas personas, primeramente con Dios y luego
con los demás.
5. Ayude a los creyentes arrepentidos a
asimilar las alternativas prácticas, pacíficas y afectuosas de las que puede
hacer uso en lugar de manipular, culpar al otro, intimidarlo y recurrir a la
violencia (Stg. 3:13, 3:17-18). Las personas son capaces de aprender a
escuchar, a preguntar, a pedir perdón, a detenerse y tomarse un tiempo, a pedir
ayuda, a demorar la toma de decisiones, a ser dadivosos: todas acciones fruto
de la sabiduría que viene de lo alto. El amor puede reemplazar no sólo los
momentos de violencia, sino también el egoísmo y la obstinación que antes
invadían el estilo de vida. No hablamos de perfección, sino de progreso. Un
corazón cada vez más entregado es una vida en la que cada vez hay menos lugar
para el odio y la agresión.
6. Emplee los recursos de la comunidad de
Cristo (Stg. 5:19-20 y He. 3:12-14). Las personas que se arrepienten de la
violencia necesitan más que un aconsejamiento «formal» una vez por semana.
Necesitan aprender la honestidad absoluta y dar razón de sus actos, necesitan
que se les recuerden las cosas, necesitan recibir ánimo y oraciones de
intercesión, necesitan modelos para seguir y también necesitan exponerse
diariamente a la luz. Jamás tuve conocimiento de que un incidente de violencia
familiar sucediera públicamente durante el servicio en la iglesia o mientras la
persona se encontraba hablando por teléfono con el pastor o con su líder de
estudio bíblico. Ayude a las personas
violentas a salir del escondite y a vivir en la luz. El pecado crece en los
rincones oscuros; la rectitud prospera a la luz del día. Una persona que ha
efectuado un cambio en su interior hacia Cristo, deseará voluntariamente rendir
cuentas al pueblo de Cristo con el propósito de crecer en la humildad y de que
lo salven de sí mismo.
¿Cómo
ayudará usted a las personas que cometen violencia en el hogar? Ellas necesitan
reordenar su ser interior de forma tal que busquen y lleguen a conocer al
Cristo del evangelio. Sin el fundamento de una relación viva con Cristo, será
imposible que ni usted ni los demás hagan lo suficiente para que deje la
violencia. Por el contrario, cuando los pecadores violentos abrazan el amor de
Jesucristo, la doctrina, la mirada introspectiva, la estructura, el
planeamiento, el compromiso, la comunidad y el consejo, se transforman en canales por donde fluye y se manifiesta la
eficaz gracia de Cristo.