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La Conclusión es: Teme al Señor

y Guarda sus Mandamientos

 

            Un pastor del siglo XVIII se estaba quejando de una epidemia de temor al hombre evidente en su iglesia.  El decía, todos están más preocupados por las opiniones de los demás de lo que están por la de Dios.  Antes de que la gente de su congregación hiciera algo, primero se preguntaban, “¿Qué pensarán los demás?” El pastor decidió predicar una serie de sermones acerca del problema, y dio esta respuesta: “Teme a Dios y conoce tu deber”.

            Su respuesta, en realidad, consistía en dos respuestas relacionadas.  El temor de Dios es el fundamento esencial.  Sin éste, el temor al hombre florecerá.  Sin embargo, el predicador notó que había algunas personas temerosas de Dios en su iglesia que tropezaban con el temor al hombre porque no conocían su deber.  Es decir, no podían discernir qué forma debía tomar su obediencia a Dios.  No sabían cómo aplicar el temor del Señor.  El pastor sabiamente se dedicó a predicar sermones sobre varios mandamientos, especialmente el mandamiento de amarse unos a otros.

            El pastor llegó a una fórmula muy bíblica:

“El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.” Ecles. 12:13

            Tengo la confianza de que este pastor puritano pronto tuvo gente en su iglesia semejante a algunas personas que he conocido.

 

Un Adolescente

            Tim era un jugador popular de fútbol americano – era el co-capitán del equipo – que estaba jugando sus últimos juegos de su tercer año de preparatoria.  También estaba creciendo en el temor del Señor.

            ¿Qué debía hacer cuando el entrenador del equipo anunció que habría una práctica especial que interfería con un viaje planeado con su familia? No lo sabía con exactitud, pero conocía las preguntas correctas. “¿Qué quiere Dios que yo haga? ¿Cuál es mi deber?” Después del anuncio del entrenador, Tim se dirigió hacia él y le informó del conflicto.

            Para el entrenador, la decisión era clara.  “¿Cuál es el problema? El equipo te necesita, y tú estarás en ese entrenamiento. ¡Sólo un bebé tiene que ir con papi y mami! Y si no te veo allí, estarás en la banca el próximo partido”.

            Para un estudiante de preparatoria, esto ciertamente puede despertar el temor al hombre, pero Tim se mantuvo firme.  Habló con sus padres acerca de ello, y juntos buscaron el consejo de uno de los ancianos de la iglesia.  Después de escuchar algunas perspectivas bíblicas, el adolescente decidió que iría al viaje programado con su familia.

            Estaba bastante consciente de las reacciones que obtendría de parte del entrenador, y por supuesto, las obtuvo.  El entrenador no podía creerlo.  El gritó y gritó con tal de hacer cambiar de opinión a Tim, pero no lo logró.  Trató de poner al equipo en contra de Tim, con la esperanza que la presión de grupo lo haría desistir de su decisión, pero Tim, lleno de gracia, explicó su decisión al equipo que, en su mayoría, entendieron.

            El estaba convencido del mejor camino bíblico.  ¿Qué más tenía que pensar? Para este adolescente, no cabía la pregunta: ¿Debo temer a Dios o a los hombres? La respuesta era obvia: “Debo temer a Dios y discernir mi deber”.

            Sería una historia interesante si pudiera agregar que el entrenador se arrepintió de su decisión de poner en la banca a Tim, que algunos de sus compañeros se convirtieron, que Tim llegó a tener una beca por ser buen deportista, y que una película se filmó acerca de su vida.  Pero, hasta donde se, nada de esto pasó.  Estuvo en la banca y eso fue todo.  Pero para mí, esta es una historia valerosa que captó la atención de los seres y poderes espirituales.  Tim fue puesto en la encrucijada, enfrentado con la decisión de a quién iba a temer, y nunca titubeó.  El impacto sobre los poderes espirituales, los amigos y su iglesia será mucho mayor que el tener algunas marcas extras en su registro deportivo.

 

Un monje: Martín Lutero

            Martín Lutero tuvo momentos de vacilación, pero consistentemente escogió temer a Dios en vez que al hombre.  Nacido en Alemania en 1483, Martín Lutero fue un reformador de la iglesia colorido e influyente.  Pero de todos sus logros, lo que resalta es su temor del Señor.  Su crecimiento en el temor se ilustra en tres diferentes incidentes.

            El primero fue el 2 de julio de 1505, cuando Lutero era un estudiante de veintiún años de la Universidad de Erfurt.  Hasta entonces, Lutero había planeado terminar su grado académico y luego, siguiendo los deseos de su padre, estudiaría leyes.  Pero cuando estaba rumbo a casa para visitar a sus padres, se vio atrapado en medio de una tormenta eléctrica.  Los rayos caían tan cerca que temiendo por su vida, Lutero exclamó: “¡Ayúdame Santa Ana y me haré monje!”

            Lutero tomó este voto muy en serio, aún cuando su voto fue hecho sin reflexión previa.  El creía que su voto era parte de un llamamiento del cielo que no podía desobedecer.  Por lo tanto, en contra de los deseos de su padre (a quien Lutero siempre había esperado complacer), el 17 de junio ingresó al Claustro Negro de los Ermitaños Agustinos localizado en Erfurt.

            Su temor del Señor no era maduro hasta este punto.  Casi exclusivamente era un temor al Dios Terrible, y estaba mezclado con temores supersticiosos a pequeñas criaturas que supuestamente habitaban los bosques.  Pero dejó claro que Martín Lutero tenía un sentido de lo santo, y que tenía mayor temor a lo santo que al descontento de su padre o a su propia incomodidad en el monasterio.

            Una segunda crisis ocurrió en 1507 después de haber sido seleccionado para ser sacerdote.  La ocasión fue la primera Misa en la que iba a ser el sacerdote oficiante.  La fecha estaba establecida pero luego se pospuso para que su padre pudiera asistir.  Esto hizo que el momento fuera aun más significativo para Lutero.

            La Misa era (y es) considerada una repetición de lo sucedido en el Calvario cuando el sacerdote transformaba el pan y el vino en la verdadera carne y sangre de Cristo.  En otras palabras, el sacerdote estaba sumamente cerca a la presencia de lo santo.  Habían directrices extensas para los sacerdotes que se usaban como medidas de precaución, y la Misa había sido celebrada miles de veces anteriormente, pero esta seguridad no consoló a Lutero.  Dios era todavía el todo-aterrador Dios.  Era atractivo en algunas maneras, pero era más para evitarse que para abrazarse.  Por lo tanto, Lutero estaba casi sin habla cuando comenzó la ceremonia.

            “Estaba completamente estupefacto y aterrado.  Pensaba: ¿Con qué lengua me dirigiré a semejante Majestad, viendo que todos los hombre deben temblar en la presencia de, inclusive, un príncipe terrenal? ¿Quién soy yo que pueda levantar mis ojos y mis manos hacia la majestad divina? Los ángeles están a su alrededor. Al mover su cabeza asintiendo la tierra tiembla.  ¿Diré yo, este miserable pigmeo, quiero esto o pido aquello? Pues soy polvo y ceniza y lleno de pecado y estoy hablando al Dios vivo, eterno y verdadero”[1]

            No obstante, Lutero pudo terminar.

            Aquí vemos algo de progreso.  Lutero está siguiendo la gran tradición de Isaías y otros quienes se maravillaron con la presencia de Dios.  El rey David, quien con certeza conocía el amor de Dios, estuvo tan admirado de Dios que inclusive tuvo valor para orar (2 Sam. 7:27).  Pero para Lutero, no había todavía un nexo claro entre la justicia y el amor de Dios.

            Con el fin de hacer un puente entre la justicia y el amor, Lutero intentó trabajar con más ahínco.  Como la mayoría de la gente, él pensó que podía ganar el amor de Dios.  Por lo tanto, buscaba la santidad personal con una diligencia sin par.  Intentó de todo: ayunos de tres días, confesiones de seis horas, dormir en el frío sin cobertores, y oración constante, todo ello hasta el punto de que peligraba su vida.  Pero la tranquilidad no llegaba.

            Sin embargo, Dios estaba obrando en la vida del monje.  Lutero era un buen erudito que estudió los idiomas bíblicos y las Escrituras.  En 1509 recibió el grado de bachiller en estudios bíblicos, y en 1512 recibió el grado de doctor en teología.  Estos estudios lo prepararon para su cargo de profesor de Biblia en Wittenberg, en donde su responsabilidad era dar conferencias exegéticas acerca de los libros bíblicos. Haciendo esta tarea él se sentía como pez en el agua.

            En 1513-15 dio conferencias sobre los Salmos, en 1515-16 sobre Romanos, en 1516-17 sobre Gálatas, y en 1517-18 sobre Hebreos.  El evangelio se le empezó a aclarar.  El vio a Cristo como el todo-misericordioso en los Salmos.  Luego, cuando estudió Romanos, todo cuajó.  Para Lutero, el resumen de la obra de salvación de Dios se volvió: “La justificación sólo por fe”.  Finalmente Lutero estaba conociendo a Dios en Cristo como el Dios todo-justicia y todo-misericordia.

            “Deseaba grandemente entender la epístola de Pablo a los Romanos y nada me estorbaba como la expresión, “la justicia de Dios”, porque yo consideraba que se refería a la justicia por la cual Dios es justo y trata justamente al castigar al injusto.  Mi situación era que, aunque era un monje impecable, estaba delante de Dios como pecador atribulado en su consciencia, y no tenía confianza en que mi mérito pudiera ayudarme.  Por lo tanto, no amaba a un Dios justo y airado, sino que lo odiaba y murmuraba en su contra.  No obstante, permanecía atento al querido Pablo y tenía un grande anhelo de saber qué quería decir.

            Noche y día pensaba esto hasta que vi la conexión entre la justicia de Dios y la declaración “el justo por la fe vivirá”.  Entonces entendí que la justicia de Dios es esa rectitud por la cual a través de la gracia y la misericordia pura, Dios nos justifica a través de la fe.  A partir de ese momento, sentí que renací y que era transportado a través de puertas abiertas al paraíso . . .Es decir, ver a Dios con fe, es ver su corazón paternal y amistoso, en el cual no hay enojo ni falta de gracia.  Aquel que ve a Dios como enojado no le está viendo correctamente sino que está mirando sólo a través de una cortina, como si hubieran puesto una nube negra enfrente de su rostro”.[2]

            Un temor del Señor robusto se había nutrido por medio del estudio y la meditación de las Escrituras.  Muy pronto sería puesto a prueba.

            Lutero es más conocido por su reacción en contra de las indulgencias.  En sus días, la iglesia a menudo recaudaba dinero por medio de vender lo que ellos percibían como favores divinos.  Si tenías dinero cuando se ofrecían indulgencias, entonces podías liberar a algún familiar o a ti mismo del purgatorio.  Este sistema violaba de tal manera el principio de la justificación por la fe que Lutero se sintió compelido a responder.  Así lo hizo al clavar las noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg.

            Estas tesis, al igual que docenas de publicaciones subsecuentes, pusieron a Lutero en tal disparidad con la iglesia católico romana que estaba en constante peligro.  Podía pasar que sus enemigos trataran de asesinarlo o que la iglesia lo quemara como un hereje.  Cualquiera que fueran los medios, Lutero asumía que la muerte era inevitable.  Sus libros ya habían sido quemados públicamente en Roma.  No obstante, las amenazas no lograron que Lutero dejara de escribir más panfletos que apoyaran lo que él entendía como las palabras de Dios mismo.

            Los juicios eclesiásticos no le dieron a Lutero la oportunidad para debatir.  En vez de eso, eran ataques en su contra, demandándole que se retractara de sus escritos y humildemente se sometiera a la iglesia.  Lutero inclusive se “retractó” de un punto.

            “Estaba equivocado, lo admito, cuando dije que las indulgencias eran un engaño piadoso a los fieles.  Me retracto y digo, las indulgencias son los fraudes más engañosos e impostores cometidos por los pontífices más bribones, por medio de los cuales engañan las almas y destruyen los bienes de los fieles”.

            Tal clase de sarcasmo multiplicó tanto el número de sus amigos como el de sus enemigos.

            La apelación final de Lutero con el tiempo lo llevó a una reunión ante una prestigiosa asamblea en Worms.  Después de mucha discusión acerca de si se le permitiría hablar a Lutero o no, el 16 de abril de 1521, Lutero llegó a Worms.  El debate esperado simplemente fue un juicio público. No se le permitiría a Lutero la oportunidad de discursar sobre sus conclusiones.  Después de mostrar los libros de Lutero, el examinador hizo una simple pregunta: “¿Los defiendes por completo, o deseas rechazar una parte?”

            La respuesta de Lutero fue curiosa, especialmente a la luz de sus escritos tan osados.  Quizá se sintió intimidado por el conjunto de los hombres más poderosos que jamás se hubiera reunido en esa región. Respondió con voz apenas audible, “Decir demasiado o poco sería peligroso.  Les suplico que me den tiempo para pensarlo”.

            Parecía estar vacilando entre el temor al hombre o el temor al Señor, pero algo ocurrió al dar las seis en punto de la noche siguiente.  Lutero demostró la osadía que caracterizaba sus escritos.  Tal seguridad no era una autoconfianza porque caminaba en humildad delante de Dios, sino fue una confianza en la Palabra de Dios.

            Con sus comentarios, defendió sus escritos y les dijo a los hombres que tenían el poder de matarlo, “Debo caminar en el temor del Señor”.  El concluyó sus comentarios declarando, “Mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios.  No puedo y no me retractaré de nada, porque ir en contra de la consciencia no es correcto ni seguro.  Dios me ayude.  Aquí estoy firme, no puedo hacer otra cosa.  Amén”.

            Lutero demostró que es posible temer al Señor al mismo tiempo que tienes miedo.  Después de todo, estaba ante un augusto tribunal de grandes poderes espirituales y políticos.  No es ninguna sorpresa su temor.  Pero, en medio del temor, escogió confiar y obedecer a Dios.  Este es el temor del Señor en su forma más elegante.

 

Un profeta hebreo y sus amigos

            Los modelos que Lutero estaba siguiendo seguramente fueron los hombres del libro de Daniel: Daniel, Sadrac, Mesac y Abednego.  Después de Jesús mismo, no hay otros modelos más grandes que ellos con respecto al temor del Señor.  Estos hombres llegaron a ser prominentes en el peor tiempo para el remanente de Israel.  El reino de norte había sido exiliado, y Babilonia había invadido Judá y establecido reyes que eran sus títeres.  Al principio de la ocupación babilónica, llevaron a los jóvenes más brillantes de las familias nobles de Judá para que sirvieran en la corte de Nabucodonosor, entre ellos estaban Daniel y sus amigos.

            No sabemos a ciencia cierta cómo aprendió Daniel el temor del Señor.  El rey de judá que reinaba durante la ocupación babilónica era el perverso Joaquín, y él fue precedido por el reinado breve de otro rey malvado.  No obstante, catorce años antes de la cautividad babilónica, Josías había sido rey y el trajo un avivamiento al reino.  Es muy probable que Daniel y sus amigos fueron educados en el espíritu de Josías.

            El peligro con el libro de Daniel es que nuestra familiaridad con las historias y la aparente facilidad con la que estos hombres escogieron temer al Señor, haga sonar este libro bastante ordinario.  Por ejemplo, el libro comienza con la negativa por parte de Daniel de comer la comida asignada por el rey.  El comer tal comida hubiera traído inmundicia de acuerdo con la ley mosaica, y Daniel escogió seguir esa ley. Para Daniel su deber era obvio.

            Pero Daniel con facilidad pudo haber sido sentenciado a muerte por su negativa a comer de la comida del rey.  El era un prisionero hebreo, y Nabucodonozor ciertamente no hubiera tolerado a tal buscador de problemas.  Ante tales circunstancias sospecho que mucha gente hubiera pasado por alto la ley, haciendo la racionalización de que algunas leyes son más importantes que otras.  Estoy seguro que los fariseos hubieran podido diseñar una interpretación que acallara su consciencia en cuestión de minutos.  ¿para qué hacer tanto escándalo por comida inmunda o comida que había sido sacrificada a los ídolos? Pero esto estaba absolutamente claro para Daniel.  “Pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dan. 1:8).  Sin embargo, esto sólo fue una cortesía.  No importaba lo que el oficial dijera, Daniel había determinado su curso de acción.

            El temor del Señor simplifica la vida.

            Parece ser como si el libro de Daniel es el salón de la fama del temor del Señor.  Los siguientes fueron los tres hebreos – Sadrac, Mesac, y Abednego.  Se les indicó que adoraran una gran estatua de Nabucodonozor.  Las instrucciones eran muy claras: Cuando escuchen la música, caigan al suelo y adoren la imagen.  Si no lo hacen, serán echados inmediatamente al horno de fuego.

            El texto bíblico no nos menciona cómo vieron los hombres de Nabucodonozor que los hebreos no obedecían el decreto, pero como los tres hebreos eran hombres prominentes, esta desobediencia al edicto debió haber sido obvia.  Fueron traídos inmediatamente delante de un rey airado.  Como un gesto de misericordia sin precedentes, Nabucodonozor les dio la oportunidad de retractarse y obedecerle, pero los hombres no necesitaron una noche para pensarlo.

            Su respuesta al ofrecimiento del rey es absolutamente admirable.

“No es necesario que te respondamos sobre este asunto.  He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará.  Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.” (Dan. 3:16-18)

Para mí, el hecho de que hayan sobrevivido a la prueba del horno no es el clímax de la historia.  El hecho de que Dios pueda levantar hombres como estos para mí es suficiente.  Ellos son evidencias de su gran poder.

La tercera historia prominente acerca del temor al hombre está relacionada de nuevo con Daniel.  Mientras el orgullo fue la razón del edicto de Nabucodonozor que condenaba a los tres hombres hebreos, los celos fueron el motivo detrás del decreto real que afectó a Daniel.  Daniel era uno de esos hombres notables que tenía grandes talentos dados por Dios, una reputación impecable, y un temor incesante al Señor.  Esta es una combinación raras veces observada que provocaría la envidia de mucha gente, así que no es una sorpresa el hecho de que los compañeros administrativos y gobernantes de Daniel estuvieran llenos de celos.

Pero ¿Cómo podrían hacer caer a Daniel? Todos tienen un talón de Aquiles.  Si espías lo suficiente a alguien podrás ser capaz de encontrar algo que dañe su reputación y lo mantenga fuera del poder.  Pero estos hombres sabían que, a menos que  fuera algo relacionado con la ley de su Dios, nunca serían capaces de atraparlo.

Quizá sacando una página de los anales del reinado de Nabucodonozor, los gobernantes le sugirieron al rey Darío que promulgara un edicto irrevocable, vigente sólo por un mes, en el que se prohibiera que se hiciese oración a cualquier hombre o dios, que no fuese el rey.  Darío estuvo satisfecho con la sugerencia pero pasó completamente inadvertidas las implicaciones.

Como antes, Daniel hizo que la cosa pareciera fácil.  No tomó un día para reflexionar.  Sencillamente continuó su hábito de orar de rodillas, tres veces al día, en la ventana abierta en dirección a Jerusalén.  No estaba tratando de hacer un espectáculo por medio de esta oración pública.  Sino que se orientaba hacia Jerusalén debido a su gran amor por su pueblo y por las promesas de Dios a Jerusalén.  Ofrecía oraciones de gratitud, y sin duda, oraba para que el Mesías, que perdonaría y salvaría a su pueblo, viniera pronto.

No existe un registro de lo que Daniel dijo antes de ser echado al foso de los leones.  ¡Qué lástima! Sus comentarios serían fabulosos para un drama.  Pero Daniel, quien escribió el libro, no era del tipo de personas que les gusta llamar la atención.  Estoy seguro que tuvo que atravesar la agonía al considerar lo que estaba apunto de suceder.  Al igual que sus amigos hebreos él sabía que Dios podía salvarlo, pero también sabía que esa salvación no era muy probable.

Daniel no estaba interesado en llamar la atención hacia sí mismo.  Al contrario, deseaba que supieramos que Dios es más grande que reyes, más grande que fuegos, más grande que leones hambrientos.  El deseaba que el nombre de Dios fuera santificado en todo el mundo, y así fue.  Después de que Dios salvó a Daniel, el rey Darío castigó a los administradores celosos juntamente con sus familias, y promulgó otro edicto:

De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permanece por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin.  El salva y libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones. (Dan. 6:26-27).

 

Una ama de casa: Nancy

            Nancy no es un personaje bíblico.  A sus veintiséis años, es una esposa y madre de dos hijos que dijo que estaba absolutamente desesperada.

            Habiendo crecido con un padre borracho y una madre que ignoraba sus ruegos cuando su padre era cruel, Nancy se sentía sin valor y vacía.  Ella vino a su pastor porque sentía que su esposo no estaba llenando sus necesidades, y como resultado, ella iba del enojo a la depresión, y viceversa.

            Sin duda es una tragedia tener una historia de crueldad y descuido en tu familia, y Nancy necesita entender lo que Dios dice a las personas que han sido lastimadas por otros.  No obstante, esta es sólo una parte del fundamento bíblico necesario.  Si su sentimiento de vaciedad y falta de dignidad revela que se está viendo como una taza de amor agujerada, entonces ella también necesita ser transformada en un tipo diferente de recipiente.

            Una razón por la que los cristianos responden positivamente a la psicología de la necesidad es porque estas teorías toman en serio el dolor de la gente.  Sin embargo, esta perspectiva puede realmente hacer que el dolor sea peor.  Aumenta el dolor al sugerir que el pecado de los demás no sólo te hirió, sino también te privó de algo – un derecho, algo que se te debía – que es necesario para la vida.  El ser herido por otros ya es suficientemente duro, pero la herida se intensifica cuando creemos que el pecado de otros fue casi una explosión letal que dañó el núcleo de nuestro ser.  Por ejemplo, es muy problemático si alguien nos roba una joya valiosa, pero si esa joya era nuestro único recurso financiero para nuestra jubilación inminente, entonces la pérdida es mucho más grande.  Por lo tanto, una de las tareas de la consejería es empezar a separar la herida verdadera del dolor que es amplificado por nuestros propios deseos y anhelos.  El resultado será simplemente el dolor piadoso.

            El pastor comenzó enseñando a Nancy acerca de la compasión de Dios sobre aquellos quienes han sido el objeto del pecado de otros.  Su meta era sorprender a Nancy con el amor santo que Dios tiene hacia ella.  Al estar compartiendo con Nancy la perspectiva de Dios sobre las víctimas, el pastor también le pidió que considerara tres preguntas. La primera era ¿Qué necesitas?  Después de un tiempo corto de reflexión, Nancy respondió, “Necesito que mi esposo me escuche y satisfaga mis necesidades emocionales”.

            El pastor respondió con una observación que ha sido hecha a través de la historia.  “Nancy ¿has notado que tendemos a ser controlados por las cosas que necesitamos? ¿Puedes ver esto en la relación con tu esposo? Mientras necesites a tu esposo para llenarte emocionalmente, te sentirás controlada por él”.

            La segunda pregunta estaba basada en esa observación.  El pastor le pidió a Nancy que considerara la pregunta, ¿Qué o quién te controla? Se le pidió que estuviera especialmente atenta a los eventos o la gente que la dejaban deprimida o enojada.

            Ella regresó con una lista bastante larga.  Incluía a su esposo, sus hijos, su madre, su padre y sus amigos de la iglesia.  Ella había escrito eventos de cada día que le demostraban que estaba controlada por otras personas.

            Luego se le dio una tercera pregunta, “¿Dónde pones tu confianza?”  Nancy inmediatamente vio que las tres preguntas eran idénticas.  Lo que necesitaba la controlaba; lo que la controlaba era el objeto de su confianza o temor.  Su pasado fue ciertamente problemático y doloroso, y necesitaba ser tratado.  Pero el asunto que hacía que su vida fuera tan difícil ahora no era tanto su pasado como lo era el objeto de su adoración.  El problema estaba dentro de ella, no afuera.

            Nancy comenzó a señalar su problema como temor al hombre y una falta de  temor a Dios.  Como en el caso de muchos cristianos, la gente había llegado a ser el punto de control en la vida de Nancy.  Ella admiraba a los demás.  Ponía su esperanza en ellos.  Además, como en todos los casos de temor al hombre, la fuerza detrás de todo era una preocupación por ella misma.  Se apoyaba en los demás porque creía que ellos tenían el poder para darle lo que deseaba.  Necesitaba a la gente debido a lo que ella deseaba.  En otras palabras, las demás personas eran grandes porque sus deseos eran grandes.

            Nancy comenzó a distinguir entre la vergüenza de haber sido objeto de pecado y la vergüenza de su propio pecado.  De los dos comenzó a notar que la vergüenza por su propio pecado era más seria.  Aunque su dolor era muy profundo, empezó a darse cuenta que su problema con el pecado era más profundo que su problema con el dolor.

            Ciertamente, notó varios pecados obvios en su vida, pero estuvo más turbada por el tema profundo del temor al hombre que había venido de su propio corazón.  Estaba adorando a los demás debido a sus propios propósitos.  Ella encontró que esta era la pauta dominante de pecado en su vida.

            Con esto en el centro, sabía que la respuesta no era ir a Cristo para satisfacer su necesidad sentida.  Eso hubiera sido hacer de Jesús su talismán o ídolo personal.  En vez de eso, su respuesta era matar sus deseos egoístas y aprender a temer sólo a Dios.  Como resultado su pregunta comenzó a cambiar.  Ya no era “Dónde puedo encontrar mi valor personal?” sino “¿Por qué estoy tan preocupada por mí misma?” Ya no era “¿Cómo puede Dios llenar mis necesidades?” sino “¿Cómo puedo ver a Cristo tan glorioso que me olvide de mis necesidades percibidas?”

            Descubrió que Jeremías 17:5-10 fue muy útil.  Le mostró que el temor al hombre era la causa real de su sentimiento de vacío.  Era una maldición que dejaba a sus víctimas destituidas o vacías.  La alternativa, es decir, confiar en Dios, era una bendición que llevaba a la vida y a la plenitud.

            Comenzó a orar el Padre Nuestro.  Cuando oraba, “perdónanos nuestras deudas”, a menudo pensaba en los momentos cuando su esposo había ocupado el lugar de Dios.  Confesó que había estado tomando el matrimonio como una manera de satisfacer sus necesidades sentidas.  Confesó que había designado a su esposo como su proveedor de satisfacción.  Estos tiempos de confesión hubieran sido en el pasado como heridas autoinfligidas, pero ahora, teniendo un entendimiento mayor del amor santo de Dios, eran tiempos liberadores.

            También comenzó a orar por crecimiento en el temor del Señor.  Sabía que la confesión por sí misma no haría que Dios fuera más grande que la gente en su vida.  Con la confianza de que Dios le concedería mayor temor del Señor, comenzó a buscar en la Escritura imágenes asombrosas de Dios.  Fue a Isaías 6, Ezequiel 1, y el libro de Apocalipsis.  Comenzó a buscar la gloria alrededor de ella durante su día.  Inclusive leyó Las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis como una manera de pensar más acerca de su Dios poderoso.

            A medida que desarrolló un portafolio más brillante de imágenes de Dios, Nancy comenzó gradualmente a entender su verdadera forma.  La taza de amor estaba de salida, aun cuando emergió muchas otras ocasiones.  Estaba siendo reemplazada por imágenes dadas por Dios tales como amiga, sabia, profetiza, sacerdotisa, reina y esposa.  Inclusive identificó imágenes tales como la de sierva o esclava de Cristo.  Pero especialmente se veía a sí misma como cristiana.

            Nancy estaba aprendiendo a temer al Señor, y estaba entendiendo la naturaleza de su propio corazón.  Sólo restaba una parte: ¿Cuál era su deber hacia los demás? Su pastor nunca discutió específicamente esto porque Nancy ya había dado pasos agigantados hacia el amor a los demás.  Ya no hablaba como si los demás le debieran algo.  Al contrario, comenzó a pensar sobre maneras creativas de amar.  Su pregunta fue bastante sencilla, “¿Cuál es mi deber delante de Dios quien me ha amado?”

            Para Nancy, su deber implicaba cierto número de cosas.  Debajo de la categoría de amor, buscó la viga en su propio ojo antes de hablar con su esposo acerca de sus faltas.  Luego le dijo acerca de cómo algunas de sus acciones la habían lastimado. Su amabilidad y preocupación obvia por su relación hicieron su palabras fáciles de escuchar.  Juntos, empezaron a orar acerca de cómo amar a sus padres, y buscaron el consejo de otros amigos en la iglesia.

            Ella decidió que trataría a sus padres no creyentes de esta manera:

·        Ella les compartiría lo que ha estado aprendiendo acerca de ella misma y del temor al Señor (en la medida de que sus padres estén interesados en escuchar).

·        Les pediría perdón por las maneras específicas en las que había pecado en contra de ellos, y los invitaría a hablar de asuntos que ella había descuidado.

·        Les hablaría a sus padres en privado acerca de cómo ellos también habían pecado, y agregaría que los había perdonado.  También decidió pedir a sus padres si querían hablar más específicamente acerca de los eventos del pasado.  Si fuera así, ella estaría lista para hablar con ellos.

 

El pastor la bendijo luego con la Palabra de Dios: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom. 5:5).  Esto puede sonar extraño después de todo lo que hemos dicho acerca de rechazar el punto de vista que dice que la persona es una taza vacía necesitada de amor.  ¿Está diciendo la Escritura que después de todo sí somos tazas de amor?  Realmente no.  Aunque la metáfora de la taza es clara en el pasaje, esta es una taza que está necesitada espiritualmente, no psicológicamente.  El contexto clarifica la naturaleza exacta de este amor: “Siendo aun éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom.5:8).  Cuando reconocemos que la gente viene a Dios en la forma de pecadores desesperadamente necesitados de gracia, todos los consejeros deben buscar rebozar a los aconsejados con el amor de Cristo.  Si eres el consejero, este debe ser tu más grande gozo: derramar y derramar el amor de Dios sobre aquellos que están resecos espiritualmente.  Después de todo, esto traerá gran gloria al nombre de Cristo.

 

Un Consejero - Maestro

Al haber sido instruido por la Palabra de Dios y al estar rodeado de ejemplos tan impresionantes como el de Tim, Martín Lutero y Nancy, yo también estoy gradualmente aprendiendo a temer a Dios en vez que al hombre.

Cuando mi esposa me corrige justamente, soy capaz de escuchar y aprender -–usualmente.  Cuando me siento un fracaso, en vez de arrastrarme por algunos días, soy más rápido para preguntar, “¿Cuál es mi deber?”

Déjenme darles una foto “antes y después” que espero que les anime.

Estaba enseñando en la Fundación de Consejería y Educación Cristiana donde trabajo.  El curso tuvo sus altas y sus bajas, pero una conferencia en particular estaba realmente mal.  Aun a mí me pareció aburrida.

¿Has estado en un escuela primaria en el momento en que suena el timbre de salida?  Se ve algo parecido a la carrera de los toros en España.  Se ve como si los niños literalmente explotarán hacia fuera del edificio, liberados de la prisión.  Por supuesto, tal comportamiento disminuye cuando los niños crecen.

Cuando sonó la campana señalando el final de mi clase, los estudiantes se veían como si estuvieran de vuelta en la primaria. Nunca había visto un salón de clase que se quedara vacío tan rápidamente.  Nadie hizo una pregunta.  Nadie dijo adiós.

Conduje a casa, me senté en la mesa del comedor, e inmediatamente comencé a mirar en los anuncios clasificados del periódico esperando encontrar un trabajo en donde no tuviera que ver o hablar con una persona.

“Ay de mí” pensé.  “¡Qué horrible fracaso! Estoy humillado.  No quiero volver a ver a esos estudiantes otra vez”.

Al estar revisando el periódico, pareciéndome a un niño pequeño que perdió su perro (y esperando que mi esposa me preguntara qué pasaba), mi esposa finalmente me preguntó por qué estaba tan apagado.  Después de escuchar mi lamentable relato, me dio un gran consejo.

“Párale” dijo, “Tú tienes responsabilidades hacia tus estudiantes”.  No era exactamente el consejo que deseaba escuchar.  Deseaba ser llenado con empatía y amor incondicional.  Algo como “Oh mi amor,  estoy seguro que la clase estuvo fabulosa, y aun si no fue así, todavía sigo pensando que tú eres fabuloso . . .”  Si me lo hubiera pedido, hubiera podido darle el guión para su respuesta.  Pero ella escogió algo que fue directamente al corazón.

“Párale” era exactamente lo que necesitaba.  Fue una manera breve de decir, “¿Por qué estás tan consumido en ti mismo? Quiero que seas liberado de la preocupación sólo por ti mismo por medio de temer a Dios y conocer tu deber”.

La llamada de atención de Sheri me puso en un nuevo rumbo.  Comencé a mirar con mayor seriedad mi egoísmo y orgullo que se hallaba justamente debajo de la admiración por mí mismo.  Fue hermoso.  Como alguna vez sugirió Juan Calvino, Yo no era una taza de amor; yo soy una fábrica de ídolos.  Deseaba adorar a algo o a alguien que me diera gloria.  Por supuesto, no tanta gloria.  Justamente la necesaria para hacerme sentir bien conmigo mismo.  Si mis estudiantes-ídolos hubieran hecho unas cuantas buenas preguntas después de clase y no hubieran salido con tal prisa, eso hubiera sido suficiente – por ese momento.

Mi taza estaba llena de mí.  No estaba vacío.

Mano a mano con este entendimiento de mi corazón engañoso estaba también una compresión más profunda del perdón de Dios.  De hecho, pudo haber sido la primera vez que me di cuenta de que el perdón de Dios hacia mí era un perdón santo, tan santo que él debía ser temido.  Estaba maravillado y bendito por el amor de Dios por mí como pecador.  Armado con tal confianza en su amor perdonador, pude orar aun con más confianza para que Dios continuara explorando y exponiendo mi corazón.

Los siguientes seis meses no fueron llenos de introspección dolorosa.  En vez de eso, fueron buenos tiempos de autoexamen bíblicamente guiado apoyado por el consejo de la familia y los amigos.  No hubieron explosiones de comprensión, sino sólo claridad gradual en los asuntos del corazón.

Encontré que mi orgullo era profundo. Debajo del desaliento por los pequeños fracasos estaba el deseo de ser alguien.  Deseaba ser el gran maestro.  Deseaba ser lleno del respeto de mis estudiantes.  Deseaba tener la clase más popular.  “Deseaba . . .”

Encontré que la gente era grande, mis deseos de autoglorificación eran aun más grandes, y Dios era pequeño.  Me importaba más la alabanza de los hombres que la alabanza de Dios.  Era un adorador de la gente, esperando que ellos me dieran la bendición que deseaba.  Encontré que necesitaba a mis estudiantes para mis propósitos más de lo que los amaba.  El sendero que me alejaría del temor al hombre era el sendero de la confesión de pecados y el arrepentimiento.  No había otra opción.

La prueba vino tres años después.  Era la mitad del semestre y estaba dando una clase.  Todo estaba yendo bien, pero una conferencia fue sencillamente aburrida.  Estaba dando información que no tenía propósito. Hasta yo me hubiera dormido.  Sencillamente retire temprano a mis amables y  adormilados alumnos.

El camino a casa fue . . .diferente.  No estaba pensando, “¿Qué estarán pensando esos estudiantes de mí?” En vez de eso, comencé a considerar mi deber.  Me di cuenta que necesitaba pasar más tiempo de preparación para la siguiente clase.  Quería llegar a casa para comenzar a preparar la conferencia de la semana siguiente.  Me di cuenta que Dios me había llamado a enseñar ese semestre, y estaba seguro que su plan era más que sólo hacerme más humilde. Tenía confianza de que él quería que yo enseñara y discipulara a mis estudiantes.  Estaba comprometido para ir preparado a la siguiente clase, emocionado por lo que estaba enseñando y habiendo sido transformado por la enseñanza de manera personal.

Fue una semana grandiosa.  Fue una semana de liberación de las ataduras del temor al hombre.  En vez estar consumido con las dudas y la autoconmiseración, le pedí a mi esposa y amigos que oraran por la conferencia.  Por supuesto, yo oré también.  Probablemente oré más esa semana que lo que había orado en meses.  Pero mi oración no era “haz que sea un éxito” como había orado a menudo.  Mi oración era: “Que tu nombre sea glorificado y que mis estudiantes crezcan en tu conocimiento y en su obediencia a ti”.

Ciertamente, he tropezado algunas veces desde entonces, pero ya no he regresado a los días solitarios de la preparatoria.  Ahora tengo la admirable presencia de Dios.  Vivo bajo Su mirada.  ¿Recuerdas la mirada? ¿La mirada que expone la desnudez y la impureza? Esta es una mirada diferente.

Es la mirada de aceptación.  Fue la que experimentaron los israelitas que tenían sangre en sus puertas.  Cuando veía la sangre, el ángel de la muerte seguía de largo.

Es la mirada que ve las coberturas de la vergüenza y la culpa.  El Padre, que siempre cumple su palabra, dice que él perdona y limpia.  Cuando él dice que glorificará su nombre a través de nosotros, en verdad lo hará.

Es la mirada de la protección y poder.  Viene del Rey que ama el darnos el reino (Lucas 12:32).

Es la mirada del esposo que ama el dar los mejores regalos a su esposa, y el regalo mejor es su presencia, el Espíritu Santo (Lucas 11:13).

Esta es la mirada que transforma.  Es la mirada que expulsará el temor al hombre y será una bendición para todo el pueblo de Dios.  Como sacerdotes de Dios, debemos orar para que la tengan nuestros cónyuges, amigos, hijos y la iglesia entera.

 Jehová te bendiga, y te guarde;

 Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;

Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.

 

     



[1] Roland Bainton, Here I Stand: a Life of Martin Luther (New York: New American Library, 1950), 30.

[2] Ibid., 50.