La Tercera Marca de la Iglesia
Por Wilbur A. Madera Rivas
Tradicionalmente, nuestra herencia reformada ha enseñado que la Iglesia verdadera se caracteriza por tres marcas particulares: (1) la predicación verdadera de la Palabra; (2) la administración correcta de los sacramentos y (3) el ejercicio fiel de la disciplina. Precisamente sobre la tercera marca de la iglesia deseo que reflexionemos.
¿Qué es la disciplina? ¿Cuál es su propósito? ¿Cómo debe ser aplicada? Según la tradición reformada, las respuestas a estas preguntas marcarán la diferencia entre una iglesia verdadera y una falsa. Algunas iglesias sencillamente no se atreven a tocar el tema, mientras que otras practican cotidianamente sanciones, censuras y reprensiones que, según ellos, resultarán en la restauración del pecador.
Al escuchar de ciertos casos de aplicación de disciplina y los abusos cometidos contra pecadores arrepentidos, nos queda rondando en la mente la pregunta: ¿Es esto lo que Jesús desea de su Iglesia? Cuando escuchamos de hermanos que aun habiendo confesado su pecado y habiéndose arrepentido, tienen que sentarse en la última banca del templo por todo un año, y abstenerse de la Cena del Señor por el mismo tiempo, nos preguntamos ¿Es esta la manera como la comunidad cristiana debe tratar a los perdonados, lavados y justificados con la sangre de Cristo? ¿Estamos exhibiendo claramente la tercera marca de la Iglesia?
Para aclarar este asunto debemos comenzar reconociendo que la disciplina eclesiástica tiene un doble propósito: (1) confrontar, corregir, y restaurar al miembro de la Iglesia que ha pecado, y (2) vindicar la autoridad y honor de Jesucristo, y velar por la pureza de la Iglesia en aquellos casos en los que el pecador persiste en su pecado. Me parece que ha sido un error constante mezclar estos dos propósitos sin distinguir entre el uno y el otro. En el primer caso la persona se arrepiente, pero en el segundo persiste en su pecado. El error está en tratar al arrepentido del mismo modo como tratamos al empecinado. Encontramos iglesias que tratan al hermano que ha confesado y desea ser restaurado como si fuera el peor hereje que, bajo el fuego de la “inquisición”, deba purgar todos sus pecados. Cristo no es glorificado cuando en Su nombre se destruye, humilla y destroza al que dice: “Dios mío se propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13).
Quisiera proponer que mucha de esta confusión se disiparía si tuviéramos un sistema para clasificar y entender los diferentes pasajes bíblicos que nos instruyen sobre la disciplina. La clasificación propuesta sería la siguiente: (1) Disciplina de prevención, (2) Disciplina de restauración y (3) Disciplina de corrección.
Disciplina de Prevención. No necesitamos esperar a que los miembros de la iglesia caigan en pecado para comenzar a aplicar la disciplina del Señor. La Escritura es rica en pasajes que nos exhortan a velar los unos por los otros, a estimularnos para hacer buenas obras y a andar en el camino recto. Cuando veamos a hermanos que tienen la apariencia de estarse perfilando hacia el pecado, debemos practicar la disciplina de prevención. En esta categoría podríamos aplicar pasajes tales como los siguientes:
- “Animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis” (1 Tes. 5.11)
- “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (Heb. 10:23-25).
Toda la Biblia está llena de consejos y exhortaciones que debemos practicar para que todos vivamos para la gloria del Señor. Esta debe ser una práctica constante en la comunidad del pacto. La respuesta de Dios a la pregunta de Caín (“¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”) es un “Sí” contundente. Debemos prevenir el pecado en la Iglesia siendo “un pueblo celoso de buenas obras” (Tito 2:14).
Disciplina de Restauración. Indudablemente algún día sorprenderemos a algún hermano en pecado. Nuestra misión es confrontar al hermano con su pecado y si se arrepiente, restaurarle. El arrepentimiento es la clave para activar este tipo de disciplina. Un corazón que acepta su responsabilidad, que confiesa su pecado y desea restaurar su relación con Dios y la Iglesia, es un corazón al que debemos someter a un proceso de disciplina de restauración. El propósito no es condenar, sino restaurar; no es destruir, sino reconstruir; no es desechar sino renovar. Varios pasajes endosan esta actitud y práctica de la comunidad cristiana hacia sus miembros arrepentidos:
- “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gál. 6.1-2).
- “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale” (Luc. 17:3).
- “Pero si alguno me ha causado tristeza, no me la ha causado a mí solo, sino en cierto modo (por no exagerar) a todos vosotros. Le basta a tal persona esta reprensión hecha por muchos; así que, al contrario, vosotros más bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él.” (2 Cor. 2:5-8)
- “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados” (Sant. 5:19-20)
- “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” (Mat. 18:15)
Como vemos en todos estos casos el arrepentimiento juega el papel principal. Si el pecador está arrepentido y ha confesado su pecado a Dios, la Iglesia debe aplicar la disciplina de restauración. Por un lado, no podemos minimizar el daño que el pecado causa a la Iglesia y a las personas involucradas. Pero por otro lado, la disciplina en estos casos no debe verse como la expiación del pecado (la cual fue hecha por Cristo), sino que debemos considerar al hermano arrepentido como un soldado herido por su propia necedad, y necesitado del alimento espiritual y el cuidado intensivo por parte de la comunidad del pacto.
La disciplina de restauración podría incluir medidas como las siguientes:
(1) Suspensión. Es importante dar a la persona tiempo para restaurar sus relaciones rotas por el pecado. Por eso es prudente darle descanso de sus responsabilidades y/u oficios dentro de la Iglesia para que con todo su corazón se dedique a buscar al Señor y a restaurar su relación con el prójimo .
(2) Cuidado Intensivo. La Iglesia debe estar involucrada en la restauración de los disciplinados. Deben estar orando, visitándole y animándole. Se debe también requerir a la persona que tenga consejería y cuidado pastoral intensivos.
(3) Asistencia a la Iglesia. Los que están en un proceso de restauración necesitan estar expuestos a la Palabra, la oración y la edificación del Cuerpo de Cristo. Por eso es importante que asistan regularmente a las reuniones del pueblo del pacto. En lugar de ser enviados a las últimas bancas, deben sentarse en las primeras, para poder participar con mayor concentración.
(4) Participación de la Mesa del Señor. Se que esto va en contra de muchos años de tradición. Una de las primeras medidas tradicionales que se toman en cuanto a los disciplinados es negarles el privilegio de participar de la Mesa del Señor. Quiero proponer que es un grave error negar la mesa al pecador arrepentido. Nuestra teología reformada y la Escritura misma nos enseñan que el sacramento de la comunión nos fortalece espiritualmente, y que no es para gente perfecta, sino para aquellos que corren hacia la cruz buscando la gracia inefable del Cordero inmolado por nosotros. Al pecador empedernido debemos truncarle el acceso a la Mesa, pero al arrepentido, debemos hacerle un lugar junto a sus hermanos, pues más que nunca necesita tener comunión con el Resucitado y con la iglesia. Así como no pensamos en negarles los demás medios de gracia (la oración, la Palabra, etc.) tampoco debemos negarles el medio de gracia tan especial que es el sacramento de la Cena del Señor.
Algunos ya estarán muy turbados con esta propuesta y se estarán preguntado: “¿Y dónde queda el pecado que cometió?” “¿Cómo pagará por su mal camino?” A tales personas sólo les recuerdo, que en el Calvario el inocente murió por los pecadores, el justo por los injustos, y que Su justicia es imputada por gracia a nuestro favor. Todos estaríamos perdidos sin la gracia derramada en nuestros corazones. Por eso el apóstol nos recuerda, que debemos restaurar con mansedumbre y humildad al arrepentido, cumpliendo la ley de Cristo al sobrellevar las cargas los unos de los otros (Gal. 6:1-2)
Quiero enfatizar una vez más, que este tipo de disciplina debemos aplicarla exclusivamente en los casos en los que la confesión y el arrepentimiento han sido exhibidos por el hermano que ha caído.
Disciplina de Corrección. En algunos casos, el pecado ha endurecido el corazón de la persona y ha cauterizado su consciencia. A pesar de una confrontación amorosa, la persona continúa en su pecado sin confesión ni arrepentimiento. Para estos casos, la Escritura nos indica que apliquemos la disciplina correctiva, excluyéndolo del abrigo de la comunidad de creyentes y privándolo de todos los privilegios correspondientes. Entre los pasajes que nos enseñan al respecto, están los siguientes:
- “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” (1 Cor. 5:4-5)
- “A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman.” (1 Tim. 5:20)
- “Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros.” (2 Tes. 3:6)
- “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis”. (1 Cor. 5:9-11)
- “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio”. (Tito 3:10-11)
- “Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”. (Mat. 18:16-17)
El propósito de este tipo de disciplina es alejar al pecador no arrepentido de la protección y abrigo del pueblo del pacto, persiguiendo uno de dos propósitos: ya sea vindicar el Nombre de Cristo y cuidar la pureza de la Iglesia, o causar tristeza piadosa en el corazón del pecador al estar lejos del abrigo del pueblo de Dios, con la finalidad de conducirlo a la confesión y al arrepentimiento.
Notemos que este tipo de disciplina es aplicado exclusivamente cuando el pecador no quiere arrepentirse, y mantiene un corazón reacio hacia Dios y Su Palabra. Pero en el caso de que ocurra el arrepentimiento, automáticamente se debe aplicar la disciplina de restauración mencionada con anterioridad.
Lamentablemente en muchas iglesias, se toman los pasajes correspondientes a la disciplina de corrección (no hay arrepentimiento) y se aplican fieramente a los casos de disciplina de restauración (ha habido confesión y arrepentimiento). Los daños son cuantiosos. Se humilla, señala y pisotea al hermano en el “nombre de Jesús”, creyendo que de esta manera su alma será restaurada. Mucha razón tenía un escritor cristiano cuando llamó a esta práctica el “purgatorio protestante”. Tengamos mucho cuidado. No seamos guiados por la tradición sino sólo por la Escritura. Ya es tiempo de manifestar bíblicamente la tercera marca de la iglesia.
Seamos una comunidad que sabe tratar bíblicamente con el pecado de sus miembros y oficiales. Cuidemos la pureza de la iglesia al estimularnos unos a otros a las buenas obras (disciplina preventiva); levantemos las rodillas caídas y las piernas paralizadas, restaurando con mansedumbre al hermano arrepentido (disciplina de restauración); y vindiquemos el Nombre de Cristo y la pureza de la Iglesia al excluir de los beneficios del pueblo del pacto al que no se arrepiente (disciplina correctiva).
Alguien dijo: “Ningún buen soldado abandona a su compañero que ha caído en la batalla” La pregunta para nosotros es ¿qué haremos con el soldado caído? El apóstol nos recuerda sutilmente que existe la posibilidad de que nosotros seamos los siguientes (Gálatas 6:1). ¿Cómo manifestaremos, entonces, la tercera marca de la iglesia?
|