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CONOCE TUS VERDADERAS NECESIDADES
Regresemos ahora a la
pregunta: ¿Quiénes somos? Hemos
considerado ya cómo algunas de nuestras necesidades sentidas no son parte de la imagen de Dios en
nosotros, pero no hemos discutido aun que es
la imagen de Dios en nosotros. ¿Cuáles
son las alternativas bíblicas diferentes a la idea de que las personas son
tazas vacías?
Puesto que la imagen de Dios en el hombre tiene que ver con nuestra semejanza o similitud con Dios (Génesis 3:5), el punto de partida debe ser “¿Quién es Dios?” Cualquier doctrina de la imagen de Dios debe ir y venir con toda facilidad y frecuentemente entre el conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos. Solamente hasta que obtengamos un entendimiento correcto de Dios podremos comenzar a preguntar, “¿Quiénes son las personas?”
¿Quién es Dios y cuáles son sus “necesidades”?
Dios
y su reino tratan, para decirlo de una manera sencilla, acerca de Dios, del
trino Dios, el Santo de Israel. ¿Cuáles
son las necesidades del trino Dios? No tiene necesidades. Está totalmente completo. El padre ama al Hijo. El Hijo está embelesado con el Padre y desea
hacer sólo la voluntad del Padre. El
placer más grande de Dios es él mismo.[1]
Esto puede sonar extraño al principio, pero ¿cómo podríamos esperar que Dios
esté absorto con algo menor que su propio ser santo y perfección? Si Dios
estuviera absorto con cualquier otra cosa, eso seria idolatría. Sería exaltar a la criatura por encima del
Creador. La meta de Dios es exaltarse
él mismo y su propia gloria. El tiene
la intención de magnificar su gran nombre.
“Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por siempre” (Romanos
11:36).
Notemos
que ya ha surgido una diferencia entre esta perspectiva y la nueva psicología
de las necesidades. En la psicología de
las necesidades, la razón natural para alabar a Dios es por lo que ha hecho por
mí.
Esto está bien, pero no llega lo suficientemente lejos. Desde la perspectiva bíblica, Dios merece
alabanza simplemente porque él es Dios. El punto focal natural para nuestros
pensamientos no son nuestros propios anhelos profundos, sino la inmensurable
grandeza del “Dios de la gloria” (Hechos 7:2), el Santo de Israel que reina.
Viéndola y entendiéndola correctamente, esta gloria lo consume todo. Los Israelitas no llegaron a cantar porque
sus deseos psicológicos habían sido satisfechos; ellos exaltaron a Dios
simplemente porque él es exaltado (Ex. 15:11): “¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en
santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?“. Al recitar esto, sus necesidades verdaderas fueron satisfechas.
Gloria,
honor, resplandor, belleza, esplendor, majestad – todos estos son términos
intercambiables del término “la grandeza de Dios”. “Santidad” es una palabra que reúne todas estas ideas.
Ya
discutimos cómo la santidad de Dios es expresada en su amor y justicia. Ahora demos un paso más. El amor de Dios y su justicia son expresados
en varios cuadros o imágenes muy concretas que podemos imitar. Por ejemplo, el Santo es el esposo amoroso
que espera a una esposa sin mancha. Él
es el anfitrión que invita a todos a la fiesta, pero espera que los asistentes
lleven puesta la vestidura que él les da.
Él es el redentor amoroso que redime a Sión con justicia (Isaías
1:27). Él es el juez sobre toda la
tierra, no obstante, su propio hijo es el abogado y representante de su
pueblo. Él es el padre, la madre, el
hijo sumiso, el siervo sufriente, el amigo, el pastor, el médico, el creador y el
alfarero. Él es la roca y
fortaleza. En verdad, las imágenes o
cuadros de Dios están en todas partes en la Biblia, y cada cuadro es una
expresión de su santidad.
Estas
“fotografías” concretas que Dios nos da de sí mismo no son sólo una manera que
Dios usa para acomodarse al lenguaje humano.
Dios no está usando nuestro conocimiento de los siervos para sugerir que
él es como un siervo. No, Dios es el siervo, el esposo, el Padre, el hermano, el amigo.
Todas las cosas del mundo creado que tienen una semejanza con estas
descripciones de Dios son simplemente un derramamiento de la gloria de Dios en
la creación y en sus criaturas. Cuando
ves estas imágenes en otras personas, aunque estén distorsionadas, son un reflejo
lánguido del original. Soy un padre
porque Dios es un Padre. Soy un
trabajador porque Dios es el trabajador original.
Revelada por Dios como juez, padre, madre,
hijo, amigo, hermano, siervo, esposo, maestro, alfarero, pastor . . . Expresada
en Justicia Expresada
en el amor y la compasión
Todas estas imágenes convergen en una cuando eres testigo de la gloria o la santidad en Jesucristo, la imagen suprema de la gloria de Dios (Hebreos 1:3). “Vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Juan 1:14). El es llamado “el Santo de Dios” (Marcos 1:24; Juan 6:39). Su pasión, como podrías esperar, fue la gloria del Padre. Por ejemplo, antes de su crucifixión su oración fue “Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:28). En la oración antes de su arresto, Jesús pidió a su “Padre Santo” (Juan 17:11) y “Padre Justo” (Juan 17:25) que el Padre glorificara al hijo para que, a la vez, el hijo glorificara al Padre. El deseo más profundo del corazón de Jesús era glorificar a su Santo Padre, y este deseo fue expresado en el amor y la justicia de Jesús. Este es aquel en quien debemos fijar la vista al estar buscando ser portadores de la imagen del Dios altísimo.
¿Quiénes somos?
Ya
armados con un entendimiento de Dios, la pregunta “¿Quién es la persona?” llega
a ser bastante directa. ¿Cómo es
similar la gente al Dios creador? El objeto de los afectos más grandes de Dios
es él mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El quiere que su gloriosa santidad llene la tierra. Por lo tanto, nuestra oración debe ser
“Santificado sea tu nombre”. La gente
es más similar a Dios cuando él es el objeto de sus afectos. La gente se debe deleitar en Dios, como él
lo hace en sí mismo. Debemos hacer
famoso su nombre o santificarlo por todo el mundo; debemos declarar la venida
de su glorioso reino. Como lo dice el
catecismo de Westminster, “El fin principal del hombre es glorificar a Dios y
gozar de él (o deleitarse en él) para siempre.”
Justicia
Amor Justicia
Amor
En lugar de que la imagen de Dios
en los seres humanos tome la forma de una taza de amor o un núcleo hueco de
anhelos, la imagen es más precisamente aquella de Moisés que literalmente
reflejaba la gloria de Dios (Ex. 34:29-32) como la luna refleja la luz del
sol. Moisés irradiaba porque fue
invitado a entrar a la presencia del Señor y fue testigo de la gloria-santidad
de Dios al mismo tiempo que fue protegido de ella. Aunque parezca maravilloso, Dios nos ha hecho sus imágenes
renovadas, aun más gloriosas que Moisés.
El pueblo de Dios todavía debe tener Su presencia para ser portadores de
su imagen, pero su presencia ya no está limitada a teofanías ocasionales o
depende del funcionamiento del tabernáculo.
Hoy en día, la manera como el pueblo de Dios viene a su presencia es por
medio de la fe. Por la fe, tenemos la
gloria interna del Espíritu. Como
resultado, en vez de tener una gloria que eventualmente se desvanece, podemos
ser cada vez más radiantes. “Por tanto,
nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el
Espíritu del Señor” (2 Cor. 3.18).
Esto
significa que la esencia de ser la imagen de Dios es regocijarnos en la
presencia de Dios, amarlo por encima de todo lo demás, y vivir para su gloria,
y no la nuestra. La pregunta más básica
de la existencia humana viene a ser “¿Cómo puedo traer gloria a Dios? No es
“¿Cómo puede Dios satisfacer mis anhelos psicológicos?” Estas diferencias crean estirones muy
diferentes en nuestros corazones: uno constantemente jalando para afuera hacia
Dios, el otro jala para adentro hacia nosotros mismos.
Además,
en vez de que la imagen de Dios sea un lugar dentro de ti – un núcleo hueco que
es pasivo y se daña con facilidad – la idea de la imagen como
“traer-gloria-a-Dios” la vemos en la manera como vivimos. Sugiere que nuestro corazón está siempre
activo, ya sea para traer gloria a Dios o a nosotros mismos. En este sentido, la imagen de Dios en el
hombre es un verbo. No es sólo quienes
somos; también es lo que hacemos. La
fe, el medio por el cual somos imagen de Dios, se expresa en la manera de
vivir, como en sus muchos sinónimos, tales como imitar a Dios (Ef. 5:1),
representar a Dios (2 Cor. 5:20), reflejar la gloria de Dios (Ex. 34:29-35),
amar a Dios y vivir de acuerdo a su voluntad.
A final
de cuentas, la asombrosa responsabilidad y el privilegio glorioso de portar la
imagen de Dios se expresa en los actos simples de obediencia que tienen
implicaciones eternas. Ser imagen de
Dios es amarle y amar a tu prójimo. De
la misma manera como el santo amor y justicia de Dios son expresados en actos
concretos, así mismo debe ocurrir con nosotros. Doquier encuentres fe y confianza, encontrarás a personas siendo
imagen de Dios:
·
Al reunirte con el pueblo de Dios, para la gloria de
Dios.
·
Al orar uno por el otro y por el mundo, para la gloria
de Dios.
·
Al escuchar al cónyuge en vez de estar a la defensiva,
para la gloria de Dios.
·
Al ir a trabajar para la gloria de Dios.
·
Al gozar de la sexualidad en el matrimonio, para la
gloria de Dios.
·
Al educar a nuestros hijos para la gloria de Dios.
Este entendimiento de la santidad de Dios y nuestro
diseño como portadores de su imagen provee un vasto número de alternativas en
vez del modelo de la taza de amor.
Están residentes en todas las páginas de la Biblia. Puedes encontrarlas en la manera como Dios
habla acerca de nosotros, de Su Hijo y aun de él mismo. Ciertamente, eso no significa que debamos ser
todopoderosos como Dios es; hay algunos atributos de Dios que no son
compartidos por sus criaturas. No
obstante, hay muchas maneras en las que Dios se revela que son pautas para
nosotros. Veamos algunos ejemplos.
Eres un Sacerdote
Ya
sabes que eres un Moisés de los postreros días que vive en la presencia del
Señor. Como resultado, tu rostro
resplandece con la presencia de Jesús.
Esta es otra manera de decir que eres sacerdote de Dios. El pueblo de Dios es “pueblo escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios “ (1 Pedro 2:9). Esta es una imagen o forma dada por
Dios. También es una imagen de que
testificamos en Jesús, quien es el Gran Sumo sacerdote. Jesús es el Sumo sacerdote; nosotros también
somos sacerdotes al imitar a Dios.
Puesto
que esto es lo que somos, debes conocer algo de tu historia. Los sacerdotes eran llamados por Dios para
representarlo en maneras singulares cuando servían delante del tabernáculo de
Dios, esto es, en Su presencia. El
problema fue que, como Adán y Eva, los sacerdotes estaban espiritualmente
desnudos y avergonzados delante de Dios.
Ellos necesitaban la cubierta dada por Dios para ministrar en Su
presencia. Por lo tanto, Dios les hizo
vestiduras que eran nada menos que mantos de realeza. Estas vestiduras le daban “dignidad y honor” al que las usaba
(Ex. 28:2).
Las
vestiduras sacerdotales tenían un puñado de accesorios maravillosos. Por ejemplo, el efod era una pieza hermosa
de ropa que llevaba los nombres de las doce tribus. Nos recuerda que no estamos solos delante de Dios, sino que
estamos en solidaridad con otros cristianos.
El pectoral también era un pieza artísticamente elaborada que usaba para
tomar decisiones piadosas. Nos recuerda
que nuestras decisiones debemos tomarlas consultando la palabra de Dios. El toque final y quizá el más importante
porque cubría la cabeza, era el turbante.
Un turbante por sí mismo no es tan importante, sólo nos recuerda de nuestra
necesidad de la cubierta de Dios. Pero
el sello que tenía el turbante resumía el significado de toda la vestidura al
igual que nuestras vidas. Decía:
“Santidad a Jehová” (Ex. 28:36). Los
sacerdotes pertenecían a Dios, representaban a Dios, debían ser santos como
Dios es Santo, y vivir para glorificar a Dios.
A
través de Cristo, estas vestiduras ahora están disponibles para todos. Son dadas gratuitamente pero deben llevarse
puestas. Son esenciales para dar gloria
a Dios. Si la miras detenidamente,
verás que esta cubierta sacerdotal también es el hermoso vestido de bodas que
el pueblo de Dios lucirá en la consumación.
Eres Cristiano
Los sacerdotes modernos
también son llamados “cristianos”. Esta
es quizá la forma o identidad del creyente más definitiva. Es otra manera de decir que somos la familia
de Dios. Esto puede no parecer tan
dramático en un día en el que nuestros nombres no tienen mucha
importancia. Pero en los tiempos
bíblicos, el nombre a menudo definía a la persona.
Ciertamente
el nombre “Cristiano” nos define. Hemos
tomado el nombre de Cristo. Somos
desposados por él. Nuestra labor ahora
es hacer famoso ese nombre. Somos
embajadores o heraldos de Cristo que suplicamos a otros que se reconcilien con
Dios (2 Cor. 5:20). Somos gente que
hemos recibido un nombre nuevo a través de la adopción. Además, la adopción, sin importar que tan
bien nos haga sentir, no tuvo ese propósito primario. En el Nuevo Testamento, la adopción trae gloria a la persona que
adopta, no al adoptado. La adopción
trae gloria a Dios.
Otras imágenes del Pueblo de Dios
¿Cuáles
son algunas otras definiciones que nos ha dado Dios? Piensa en términos tan
generales como sea posible, y no olvides la imagen más común en la
Escritura. Cualquier imagen que Dios da
de sí mismo es una forma posible para nosotros. Por ejemplo, como la santidad de Dios se revela en su amor y
disciplina paternal, nuestra imitación también puede ser expresada en la
paternidad. Como su santidad es
demostrada al ser trabajador, así debe ser en nosotros. Dios nos ha servido, y así debemos imitarle
y servir a otras personas. Por lo
tanto, un padre cristiano que se toma el tiempo para jugar fútbol con sus
hijos, está imitando a Dios que pasa tiempo con su pueblo. Un hijo que pone la mesa o lava los platos
de la cena por obediencia a Cristo está imitando al Dios siervo y así le
glorifica. O un obrero que realiza
trabajo secular con el deseo de servir a Cristo está imitando al Hijo quien ha
obrado a nuestro favor.
Aquí
hay sólo algunas maneras en las que imitamos a nuestro Dios:
·
Como hijos (1 Juan 3:1)
·
Como esclavos (Rom. 6:22)
·
Como amigos (Juan 15:14)
·
Como compañeros de trabajo (Efe. 6:1)
·
Como esposa (Apoc. 21:3)
·
Como guerreros (Ef. 6:10-18)
·
Como piedras vivas (1 Pedro 2:5)
·
Como evangelistas, profetas, pastores, maestros (Efe. 4:11)
·
Como esposos (Isa. 54:5)
Todas estas identidades
son maneras de traer gloria a él.
¿Qué necesitamos
realmente?
Así que además del perdón de pecados, ¿tenemos alguna
otra necesidad? ¿Necesitamos relaciones sí o no? La respuesta depende de lo que
entiendas con el término necesidad. Si estamos hablando acerca de las
necesidades psicológicas, entonces la respuesta es no; no necesitamos
relaciones - con Dios o con la gente – para llenar nuestras anhelos de
significado y amor.[2] Esto sería semejante a decir que necesito a
Dios para satisfacer mi necesidad de sentirme grande e importante. Las necesidades egoístas no deben ser
satisfechas sino matadas.
¿Pero
que decimos del hecho de que la Escritura ordena que nos amemos los unos a los
otros? ¿Significa esto que necesitamos
amor? No necesariamente. Dicho con más precisión, esto significa que
necesitamos amar en vez de que
tenemos un déficit psicológico que debe ser llenado con amor (y significado,
importancia, etc.). Mantén en mente que
hemos sido creados a la imagen de Dios.
Esto significa que se nos han dado dones que nos permiten representar e
imitar a él. Puesto que hemos sido
creados en amor y somos sostenidos ahora por el amor paciente de Dios, traemos
gloria a Dios al imitar su amor persistente.
Amamos no porque la gente tiene un déficit psicológico; amamos porque
Dios nos amó primero.
La
imagen de Dios en nosotros no se trata de necesidades psicológicas; se trata de
los dones abundantes que Dios ha dado a su pueblo.
Sin
embargo, hay un sentido real en el que necesitamos a otras personas. El hecho de que Dios creó a Adán y a Eva nos indica que la imagen de Dios
en el ser humano no podía estar completa en una sola persona no divina. El ser imagen de Dios no podía hacerse a
solas; se hace en compañerismo. Su
gloria es demasiado inmensa como para ser reflejada con claridad sólo por una
criatura. La imagen de Dios es
corporativa en el sentido de que todos la compartimos. En un sentido muy práctico, el mandato que
Dios dio de reproducirse como una manera de traer gloria a él, simplemente es
imposible de cumplir por un solo individuo.
Por lo tanto, Dios creó al varón y a la mujer como los portadores de su
imagen.
Los
mandatos de reproducirse y sojuzgar la tierra son los antecesores de la Gran
Comisión del Nuevo Testamento, el mandato de predicar a Cristo a las
naciones. Aquí, de nuevo, esto no puede
ser llevado a cabo por una sola persona.
Nos necesitamos los unos a los otros.
Para el trabajo misionero necesitamos granjeros, choferes, ingenieros,
constructores, comerciantes, misioneros, madres, padres, pastores, maestros de
Escuela Dominical y conserjes. La
cornucopia de dones es esencial si es que la iglesia va a funcionar como Dios
quiere (1 Cor. 12:12-27). Los
portadores de la imagen no son como el “Llanero Solitario”.
Por
lo tanto, la Escritura deja claro que somos gente necesitada.
1. Somos creados
con necesidades biológicas. Necesitamos
alimento y protección del clima severo.
Necesitamos a Dios, y secundariamente, a otras personas para satisfacer
estas necesidades.
2. Somos pecadores
quienes tienen necesidades espirituales.
Sin la obra redentora y sostenedora de Cristo, estamos muertos
espiritualmente. Necesitamos a Jesús. Necesitamos que se nos enseñe acerca de él y
se nos reprenda en amor cuando nos apartamos de él. Además, como quedará claro en el próximo capítulo, necesitamos
conocer su inmenso amor.
3. Fuimos creados
como personas con dones y habilidades limitadas. Todos estos dones de Dios no están contenidos por una sola
persona. Por lo tanto, necesitamos a
las demás personas para poder cumplir los propósitos de Dios y reflejar con
mayor claridad su gloria ilimitada.
Si todavía hay
dudas acerca de nuestras necesidades verdaderas, podemos examinar algunas de
las oraciones de la Biblia. Las
oraciones, después de todo, son los clamores de un corazón necesitado. En la desesperación de las oraciones
registradas en la Escritura podemos ver lo que realmente necesitamos. También es en esas oraciones donde
encontramos qué da Dios a la gente necesitada.
Así, entonces,
es como debemos orar:
“Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea
tu nombre. Venga
tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como
también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas
líbranos del mal” (Mateo 6:9-13)
La
primera petición del Padre Nuestro es que el nombre de Dios sea santificado, o
considerado santo. Esta es nuestra más
grande necesidad; esta es la necesidad más grande del mundo. La oración no habla de las necesidades
psicológicas. No habla de la felicidad
personal en la tierra. Sí habla de
nuestras necesidades, pero las necesidades son biológicas y espirituales, y aún
estas necesidades no son primarias. La
más grande necesidad de toda la humanidad es que Dios sea reconocido y adorado
como el Santo de Israel.
Jesús
oró a su Padre no mucho antes de su muerte.
La oración para Jesús era algo cotidiano, pero esta oración fue
única. Primero, está registrada en el
evangelio. De las muchas veces que
Jesús oró en la noche, esta es una de las cuantas oraciones que tenemos el
privilegio de escuchar. Segundo, dado
que es justo antes de su crucifixión, debe ser una de las oraciones más
desesperadas que Jesús oró. Como tal,
nos da una idea de lo que realmente le importaba. Encontramos lo que él realmente necesitaba.
Esta
oración sigue el modelo de Mateo 6:
“Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para
que también tu Hijo te glorifique a ti. . . No ruego que los quites del mundo,
sino que los guardes del mal. . . Santifícalos en tu verdad.” (Juan 17:1, 15,
17)
Hay
dos peticiones críticas: (1) que Dios sea glorificado, y (2) que el pueblo de
Dios crezca en obediencia. Estas eran
las dos necesidades básicas de Jesús.
También son las nuestras.
Una
de las oraciones mejor conocidas en las epístolas es la oración de Pablo en
Efesios 3.
“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de
nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en
la tierra, para
que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder
en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en
vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente
capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la
profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo
conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. (Efesios
3:14-19).
Espera un momento,
¿acaso este es el regreso a la taza de amor? ¿Está orando Pablo que nuestras
tazas de amor sean llenadas? ¡Quizá
debamos saltar esta oración! Pero, otra vez, quizá estamos sobreponiendo las
necesidades psicológicas dentro de esta oración en vez de entender lo que Pablo
está pidiendo.
Hay dos cosas que
debemos recordar acerca de este pasaje.
Primero, Pablo está usando la metáfora de la taza, pero no es la taza de
las necesidades psicológicas. Es una
taza de necesidades espirituales. Cuando la taza de las necesidades se rompe,
una de nuestras formas que permanece es la de una taza. Esta taza, sin embargo, no es una taza que
dice, “Jesús hazme feliz”, o “Jesús hazme sentirme mejor conmigo mismo”. Es una taza que simplemente dice, “Necesito
a Jesús”. “Soy un mendigo espiritual
que no puede orar, obedecer o aun tener una vida física separado del amor de
Cristo”. “Estoy muerto separado de
Cristo, y necesito su gracia cada momento”.
Para estas necesidades, Jesús derrama su amor hasta tal punto que es
imposible que una sola persona lo contenga.
Esto nos lleva a nuestro
segundo punto, el cual es que esta hermosa oración en Efesios es para
nosotros. La oración de Pablo es
plural. Está hablando del cuerpo de
Cristo en Éfeso. El conocimiento por el
que ora es compartido juntamente con todos los santos, y el resultado de ese
conocimiento es que “todos lleguemos a la unidad de la fe y al conocimiento del
Hijo de Dios” (Ef. 4:13). Reflejamos
con mayor claridad a Cristo cuando hay unidad en el pueblo de Dios (Ef.
2:19-22). Tal unidad no se logra cuando
somos tazas psicológicas, sino cuando somos siervos de Dios.
Por supuesto, esto asume que los individuos deben conocer el amor de Cristo. Pero los mismos individuos deben darse
cuenta, que ellos mismos, no constituyen el cuerpo de Cristo. Se requiere de la iglesia entera para
proveer una imitación vaga de la gloria de Dios. Este ha sido el mensaje a través de toda la Escritura.
De acuerdo con Efesios,
¿qué necesitamos realmente? Necesitamos
ser un cuerpo enamorado de la gloria de Dios, comprometido con la unidad de la
iglesia, inundado de su amor, y fiel al caminar juntos en la obediencia a él,
aun en nuestro sufrimiento. Necesitamos
necesitar menos a la gente y amarla más.
Todo esto nos lleva por
todo un círculo. La pregunta era,
¿Quiénes somos? Pero nuestra respuesta nos deja mirando a Jesús. No puede ser de otra manera. Un conocimiento preciso de nosotros mismos
nos fuerza a mirar hacia Jesús. Después
de todo, debemos ser llenados de Cristo, y reflejar su gloria como
espejos. Para ser reflexiones
verdaderas de la santidad de Dios, debemos mirar a Jesús, la verdadera imagen
de Dios. Somos la descendencia que quiere
ser como nuestro Padre. Así que vemos
al Padre en acción. Imitamos su santidad.
Este capítulo clarifica
la perspectiva bíblica acerca de quienes somos. Su enfoque ha sido la imagen de Dios en nosotros. ¿Ya tienes una definición concisa? El ser creados a la imagen de Dios significa
que somos como Dios en todo sentido en el que una criatura puede ser como
él, para alabanza de su gloriosa gracia
(Ef. 1:6, 12, 14). Esto indica que Dios
nos ha dado dones para servir en vez de necesidades para ser servido. Cualquier otra perspectiva es menos que
bíblica y nos llevará, al final de cuentas, a la miseria en lugar de al gozo.
1.
Escribe treinta
aplicaciones de la petición, “Santificado sea tu nombre” ¿Cómo puedes
santificar el nombre de Dios en el trabajo? ¿Al descansar? ¿Con tu familia? ¿En
la Iglesia?
2. Comienza a leer algunas de las oraciones en la
Escritura a través de los lentes de “Esto es lo que necesito”:
3. Considera cómo este conocimiento de Dios y
conocimiento de ti mismo puede animarte a tomar pasos pequeños de obediencia en
tu trabajo y tus relaciones.
[1] Una discusión útil sobre este tema
se puede encontrar en el libro “The Pleasures of God” de John Pipper
[2] Algunos han sugerido que el hecho
de que los infantes necesiten cuidados, tales como abrazos u otras expresiones
de amor para florecer o inclusive vivir, significa que tenemos anhelos
profundos psicológicos. Yo pienso que
no. Esto se parece a estar comparando
manzanas con naranjas. No es correcto
hablar de los anhelos y deseos de los infantes por una relación. Sería más preciso decir que necesitamos a
otras personas para poder vivir. Somos
criaturas que se apoyan en otras personas todos los días. No obstante, esto es diferente a poner
nuestra fe y confianza en ellos.