¿EXALTAR EL DOLOR? ¿IGNORARLO?
¿QUÉ HACEMOS CON EL SUFRIMIENTO?
por el Dr.
Edward T. Welch
“La iglesia
consta de personas que están sentadas en un charco de lágrimas propias.” Eso es
lo que cree una creciente cantidad de personas. No hay encuestas formales ni
estadísticas exactas que lo demuestren, pero muchos cristianos coincidirían.
Más importante aún, la Palabra de Dios coincide y va un paso más allá
declarando que “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto”
(Ro. 8:22). La vida conlleva miseria y aflicciones. Relaciones que se rompen,
dolorosas enfermedades, la posibilidad de la propia muerte, depresión,
injusticia y atrocidades, un temor callado pero paralizante, recuerdos de
violencia sexual, la muerte de un niño, y muchos otros angustiosos problemas
que no dejan a nadie indemne. Sería imposible minimizar el sufrimiento, tanto
en la iglesia como en el mundo.
Pero esta proposición se halla en una intersección donde los cristianos van en direcciones contrarias. Algunos exaltan el dolor, otros lo niegan. Algunos son “consejeros para el dolor”, otros son “consejeros para el pecado”. Los consejeros para el dolor son expertos en hacer que la gente se sienta entendida; los consejeros para el pecado son expertos en entender el llamado a la obediencia aun cuando hay dolor. Los consejeros para el dolor corren el riesgo de enfatizar demasiado el dolor hasta el punto en que el alivio del dolor se convierte en prioridad uno. Los consejeros para el pecado corren el riesgo de presentar el dolor de una persona como algo con poco o nada de importancia. Los consejeros para el dolor pueden demorar en hacer que quienes sufren respondan al evangelio de Cristo con fe y obediencia. Los consejeros para el pecado pueden correr peligro de engendrar estoicos cuya respuesta obediente no es consciente de la gran compasión de Dios. Los consejeros para el dolor podrían proveer un contexto que intensifique las culpas y el sentimiento del aconsejado de ser víctima inocente. Los consejeros para el pecado pueden preocuparse tanto por no echar culpas que tienen una teología del dolor muy poco desarrollada. Hay peligros latentes en ambos.
Quienes prefieren la exaltación del
dolor han dicho (u oído) lo siguiente: “La Biblia no habla significativamente a
mi sufrimiento”. La teología bíblica del sufrimiento parece no funcionar. Ellos
han probado la Biblia, pero ésta no les ofreció respuestas profundas. Ellos han
oído que pastores y amigos los animan a tener fe. Pueden haber oído excelente
predicaciones y enseñanza bíblica sobre el sufrimiento, pero nada ha hablado
realmente a las profundidades de su dolor.
Esta acusación parece extraña,
considerando que la Biblia está llena de penetrante enseñanza sobre el
sufrimiento. ¿Por qué la Palabra de Dios parece superficial a ciertos
cristianos que sufren? ¿Por qué los cristianos buscan consejeros que los
entiendan y hasta sean partícipes de su dolor, pero que no los lleven al
evangelio de Cristo ni los propósitos de Dios en el sufrimiento? Sin lugar a
dudas, una razón es que muchas personas sufridas han sido afligidas como Job
por los consoladores que han tenido. Todos nos hemos topado con cristianos que
manejan el dolor de una manera académica, indiferente, cristianos cuyo consejo
puede resumirse en las palabras “¡Vamos, sigue adelante!” Tales consejeros y
amigos en realidad no saben lo que Dios dice a aquellos que están en dolor, de
modo que son pobres embajadores ante otros. Pero ésta no es la única razón.
Nos estamos convirtiendo en una
iglesia donde la sanidad del dolor (no el perdón de pecados) se ha tornado en
nuestra mayor necesidad. Una consecuencia de exaltar el dolor más allá de los
límites bíblicos es que nuestro problema de dolor se vuelve más grande que
nuestro problema de pecado. Enmendamos nuestra teología para decir que el dolor
es en realidad la causa del pecado.
¿Pero es esto lo que dice Dios? ¿Es verdad que el dolor precede al pecado? Por
cierto que a menudo parece que así fuera. La mayoría de los que están en medio
de amargos desacuerdos matrimoniales dirían que el dolor y la desilusión son la
razón de su pecado. Pero aparecen grandes problemas si otorgamos al sufrimiento
un status de primer orden.
Bíblicamente, el pecado nunca puede reducirse al dolor ni puede explicarse por
el dolor. El pecado es pecado. La causa del pecado no reside en las acciones de
otra persona ni en nuestro deseo de protegernos de más dolor. Sólo hallaremos
el culpable en el hecho de que hemos quebrantado la ley. Otros, por cierto, nos causan dolor; pero
este dolor nunca puede llevarnos al pecado o a no amar a otros.
Creer que el dolor es lo que causa
nuestro pecado y que el alivio del dolor es realmente nuestra mayor necesidad,
tiene implicaciones dramáticas. En primer lugar, el pecado ya no es “errar al
blanco” sino es reducido a autoprotección; es decir, nuestro “pecado” sería
protegernos de más dolor. Esto deja de lado la naturaleza del pecado, que
claramente es contra Dios y quebranta la ley. En segundo lugar, cuando nos
damos cuenta de que no estamos resguardados del sufrimiento, creemos que Dios
ha renegado de sus promesas divinas, y nos sentimos justificados por nuestro
enojo con Él. También creemos que la Palabra de Dios no tiene respuestas
significativas al más grande problema de la vida. Sin embargo, Dios nunca promete
libertad temporal del sufrimiento. En realidad, Él nos habla en casi cada
página de la Escritura a fin de prepararnos para el sufrimiento. Difícil como
parece, el evangelio no elimina todo el dolor del presente, sino que va más
allá. Sana nuestro problema moral. Nuestro sufrimiento es difícil, pero el
evangelio señala realidades hermosísimas y ofrece gozo aun en el sufrimiento.
Ese evangelio da poder para una nueva obediencia que puede resistir aun en el
sufrimiento. La Biblia no proporciona una tecnología que quite el sufrimiento,
pero nos enseña cómo vivir con él. Enseñar algo distinto sería transigir con el
evangelio.
Quienes tienen la tendencia de
minimizar el sufrimiento o de exigir que haya una aceptación estoica, por lo
general son más precisos en sus formulaciones teológicas. Pero pueden ser
culpables de ignorar importantes temas bíblicos, y por lo tanto culpables
también de no ofrecer todo el consejo de Dios a los que sufren. Por ejemplo, si
el sufrimiento es un resultado de que otro haya pecado contra nosotros, quienes
minimizan el sufrimiento inmediatamente podrían pensar en el llamado a perdonar
al que comete el pecado. Este es un tema crítico, así que no es un error
incluir el perdón en el proceso de aconsejamiento. Sin embargo, el problema
surge cuando el perdón se transforma en único
elemento del programa de aconsejamiento. Muchas veces el primer y el último
consejo que se da a una mujer víctima de un delito grave es que perdone al
ofensor.
Para complicar la situación, algunos
consejeros podrían adjuntar al perdón una cláusula adicional. Es decir, el
perdón debe ir acompañado del olvido. Este es un sano consejo si “olvidar” se
entiende como no permitir que lo que pensamos del ofensor esté controlado por
el pecado. Sin embargo, los aconsejados por lo general entienden que este
consejo significa que ellos están en pecado aun si piensan en el pecado de que
fueron víctimas. Resultado: La víctima
ahora se convierte en victimario y se siente culpable si otra vez llega a mencionar
que el pecado que sufrió todavía le duele.
Aquellos que minimizan el
sufrimiento personal también pueden errar al intentar una rápida resolución
para el que sufre. Los hombres, en particular, parecen moverse en esta
dirección. El intento puede ser loable. La mayoría de nosotros queremos que los
que sufren se sientan mejor. Pero la manera en que esto se lleva a cabo puede
ser nociva. Apenas oyen un esbozo de la situación, los consejeros
inmediatamente podrían acudir con respuestas. Los aconsejados a menudo
responden sintiendo que el consejero no quiere oír acerca del dolor, y los
aconsejados entonces sienten que el dolor de alguna manera está mal.
Otras veces el intento de arreglar
el problema podría no ser tan loable. Algunos simplemente no quieren oír sobre
el sufrimiento de otros. Las lágrimas son inconvenientes para lo que de otra
manera es en ellos una vida cómoda. Su consejo es “Hay que seguir adelante”. Un
breve estudio de la compasión de Jesús es un claro reproche a este proceder
egoísta. La misma encarnación fue un ejemplo dramático de cómo Dios entró en la
vida de su pueblo. Jesús sentía gran compasión por aquellos que estaban sin
dirección, por los oprimidos, los pobres o los que habían perdido un ser
querido. Al tiempo que Jesús nos aconseja llorar con los que lloran, nos señala
su propia vida como ejemplo. El estoico evita o ignora estos claros temas de la
Escritura.
Pregúntele a la gente que ha sufrido
mucho qué es lo que más la ha ayudado. Muchos dirán, por ejemplo, “Ella estuvo
junto a mí.” Un amigo o consejero pudo estar presente a fin de que no se
sintiera tan sola ni fuera devorada por el sufrimiento. Si nuestra meta
principal es resolver la cuestión del sufrimiento, hacer que el dolor se vaya,
seguramente empeoraremos la situación.
Otro peligro común en los estoicos
tiene lugar cuando un consejero cuenta con un reloj de alarma interno que suena
anunciando que es hora de acabar con el sufrimiento. Hay varias razones para
esto. Tal vez el consejero sea
compasivo y quiera que el dolor se alivie. Quizás el sufrimiento resulte
inconveniente para el consejero. Tal vez el consejero crea que para sufrir hay
un límite bíblico de un mes o un año, y que después es tiempo de seguir
viviendo normalmente. Sin embargo, en la Biblia no hay tiempos prefijados ni
etapas predeterminadas de pena y sufrimiento. Hay ciertos dolores que no serán
eliminados hasta el último día (Ap. 21:4). Los consejeros deben ser pacientes
con todos, deben llorar con los que lloran, y deben procurar la meta de ayudar
a la gente a amar a otros y amar a Dios en medio del sufrimiento.
De modo que dos peligros potenciales
(exaltar el dolor y ignorar el dolor) pueden apartarnos de una perspectiva
bíblica del sufrimiento. Hasta con la gran cantidad de buenos libros sobre el
sufrimiento, ciertos problemas debería ser tratados por una teología corriente
del sufrimiento. La tarea teológica práctica es hablar con compasión a aquellos
que están en dolor, e indicarles realidades que van más allá que el dolor que
sienten.
¿De dónde viene el sufrimiento?
¿Es culpa mía? ¿Es iniciativa de Satanás? ¿O acaso Dios es el autor? Estas
preguntas difieren de la pregunta inevitable “¿Por qué Dios no lo detuvo (o no
lo detiene)?” o bien “¿Por qué a mí?” Pero las preguntas en cuanto a “de dónde”
tienen importantes respuestas bíblicas, y dichas estas respuestas cuentan con
sólidas aplicaciones potenciales.
Otros. Una de las respuestas a “¿de
dónde vino el dolor?” es de otras
personas. Un marido abandona a su esposa y se va con su secretaria, una
esposa ataca verbalmente al marido, un niño muere por culpa de un conductor de
auto borracho, y una mujer es violada por alguien en quien ella confiaba. Otros
pecan contra nosotros, y esto duele profundamente.
De
manera que cuando la mujer que ha sido victimada pregunta “¿por qué?”, usted
podría cambiar la pregunta a “¿de dónde provino?” y así responder: “por la
maldad de tu padre”. Quizás la pregunta que ella hace es “¿por qué Dios lo
permitió?”, pero la respuesta continúa siendo la misma: “Fue tu padre quien lo
hizo; fue por el pecado que hay en él.”
Sin
duda, esta respuesta obvia no contesta todos los misterios que rodean al
problema del dolor, pero es una respuesta importante. Muchos de los que sufren
increpan a Dios o se reprenden a ellos mismos, ignorando lo obvio. Eso
proporciona un aliciente porque de manera clara dice a la víctima que la causa
de ese sufrimiento particular fue algún otro. Aunque pareciera manifiesto,
quienes han sido victimados parecen tener un instinto que dice: “Yo soy
responsable”. Dios responde recordándonos que nosotros no causamos el pecado de
otros. Ellos son responsables por su propio pecado. Algunos se sienten tan
incómodos con la idea de que las personas que supuestamente debían amarlos los
lastimaron tanto y a veces fueron tan malvados con ellos, que prefieren
culparse a sí mismos. Al pensar esto la víctima todavía puede conservar la
ilusión de que el victimario realmente le amaba. Una vez más la Escritura
responde que nosotros no causamos el pecado de los demás, sino que cada persona
es responsable de su propio pecado.
Como
cristianos no quedamos “empantanados” cuando el dolor ha sido causado por algún
otro, sino que tenemos la oportunidad de crecer en una actitud de perdón que
idealmente ha de llevar a un perdón pleno, a la reconciliación y a la
restauración de la relación con el ofensor.
Por
supuesto que hay advertencias. Dios nos advierte en cuanto a ser farisaicos en
nuestros juicios. El nos dice que el pecado de otras personas no puede ser una
excusa para nuestra propia desobediencia o falta de amor. Además, reitera que
sólo Él es juez, y que nosotros debemos confiar en sus juicios y por lo tanto
no debemos pagar mal por mal.
Otra
palabra de advertencia es que los “otros” no son la única causa del
sufrimiento. Hay también otros lugares
que debemos considerar
Yo. Otra respuesta obvia es yo. Yo sufro porque pequé. Yo estoy
embarazada sin haberme casado porque abandoné los mandamientos de Dios y la
protección que ofrecían. Mis hijos me han dejado porque en forma constante yo los
provoqué y los traté con dureza. Yo estoy enfermo físicamente en razón de mis
celos constantes. Mi novia me dejó por mis arranques de ira. Yo tengo enfisema
porque fumé dos paquetes de cigarrillos por día durante 40 años. Yo perdí mi
trabajo porque fui descubierto mientras hurtaba a mi empleador. Yo soy pobre
porque he sido un holgazán.
El
aliento que hay en este tipo de sufrimiento es que hay esperanza de cambiar.
Dios no sólo nos ofrece perdón de pecados en Cristo, sino que también nos da el
poder para rechazar el pecado. ¡Podemos cambiar! No tenemos que estar plagados
de enojo pecaminoso, codicia sexual, mentiras, esclavitud a adicciones y
holgazanería. Hemos recibido el Espíritu de poder que nos da gracia para un
continuo crecimiento en la gracia.
Estas
advertencias en cuanto al sufrimiento causado por “mí” resultan
familiares. Si no hay una relación
obvia entre el pecado de una persona y su sufrimiento, debemos ser cuidadosos
de no dar por sentado que hay relación.
Adán. Una tercera causa del sufrimiento
es Adán y la maldición. Aunque
participamos en el pecado de Adán (Romanos 5), fue Adán mismo quien pecó y
produjo miseria y muerte a toda su descendencia. En razón de su pecado nosotros
experimentamos la maldición sobre toda la creación. Como resultado, hay
accidentes, enfermedad y debilidad física, pérdida de seres queridos y luchas
duras.
Ésta
puede ser la causa más frustrante del sufrimiento. Es como si la culpa no fuera
de nadie. No hay nadie con quien reconciliarse, nadie para perdonar ni tampoco
seguridad de cambio. En realidad, los medicamentos pueden hacer retroceder
temporariamente algunos de los efectos del pecado de Adán, pero los beneficios
parecen superficiales y temporales. Y aquí se encuentra su principal
exhortación para nosotros. La maldición del pecado de Adán evita que amemos
demasiado al mundo. Nos induce a esperar con anticipación algo mejor. El
incentivo para quienes sienten el peso de la maldición es esperar con
expectativa la consumación cuando Jesús regrese y la maldición sea borrada.
Satanás. El sufrimiento también proviene de Satanás. Él “como
león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Él se
deleita produciendo dolor al pueblo de Dios. El libro de Job lo muestra como un
enemigo que usa el sufrimiento para fomentar los propósitos de su propio reino.
Es un asesino (Jn. 8:44) que inflige sufrimiento por medio del dolor físico y de
distintas pérdidas. El tormento del apóstol Pablo provenía de “un mensajero de
Satanás” (2 Co. 12:7). Pero Satanás puede causar un dolor más profundo que el
tormento físico. Por medio de mentiras, acusaciones, y promoviendo divisiones
dolorosísimas en el pueblo de Cristo, Satanás procura llevarnos a la
desesperanza, cuestionando la bondad de Dios.
¿Se pone usted frenético ante el sufrimiento? Satanás es el blanco
apropiado pero escurridizo. Es engañador. Su rol en el sufrimiento a menudo se
pasa por alto. Se debe advertir a aquellos que sufren en cuanto a los propósitos
de Satanás, de manera que puedan estar alerta a sus mentiras y luchar
prontamente contra él. Se puede actuar con violencia contra este enemigo. La
actitud de más violencia contra él es confiar en Dios y seguir a Cristo en
obediencia aun cuando sufrimos.
Sin embargo, aquí también hay advertencias. Satanás no es la única causa
de sufrimiento. Por ejemplo, aun si Satanás tiene parte activa en todo
sufrimiento, su presencia no minimiza la responsabilidad ya sea de otros o de
nosotros. Nadie puede decir: “El diablo me hizo hacer esto”. No podemos usar a
Satanás como una excusa para nuestro pecado ni podemos usar a Satanás para
minimizar el pecado de otros. Quienes causaron tanto sufrimiento a Job eran
totalmente responsables de un pecado cruel e infame. Quien traicionó a
Jesús fue Judas, no Satanás en el cuerpo de Judas. Satanás puede causar gran
sufrimiento, pero no nos puede obligar a pecar.
Dios. Curiosamente, el blanco de la frustración del que sufre por
lo general es Dios; raramente es Satanás. Pareciera que los agnósticos y hasta
los ateos se convierten en teístas cuando sufren. Preguntan: “Dios, ¿por qué me
estás haciendo esto a mí?” “¿Qué te hice?” ¿Es verdad que Dios causa
sufrimiento? Así lo creía Noemí. Al regresar a su tierra después de perder a su
esposo y a sus hijos, dijo: “El Todopoderoso me ha llenado de amargura” (Rut
1:20). Y tenía razón. Ella era miope y no veía el plan de Dios como un todo,
pero estaba en lo cierto. Cuando la esposa de Job aconsejó a su esposo que
maldijera a Dios y se muriera, también creyó que el culpable era Dios. Su
consejo fue malvado, pero tenía razón al pensar que Dios estaba por detrás del
sufrimiento de Dios. Lamentaciones y Habacuc son tratados teológicos sobre cómo
la fe acepta y lucha con el rol de Dios en el sufrimiento.
Algunos maestros bíblicos tratan de distinguir entre lo que Dios ordena y
lo que Él permite, pero la distinción es a veces un intento de justificar a
Dios. Una declaración menos técnica podría ser: cuando el sufrimiento nos llega,
es voluntad de Dios. Dios es rey sobre todo. No es el autor del pecado y el
sufrimiento, pero es soberano sobre todo, aun sobre nuestro sufrimiento. El obra
“según el designio de su voluntad” (Ef. 1:11).
El aliento que recibimos es claro. Nuestro fiel Dios es quien reina. El
mundo no está en caos. Ni Satanás ni criminales malvados han triunfado. Pero los
consejeros deben saber dónde se hallan los límites teológicos. La soberanía de
Dios no quita de las criaturas el libre albedrío. Es verdad que es un misterio
afirmar que Dios reina sobre todo y que al mismo tiempo “la insensatez del
hombre tuerce su camino” (Pr. 19:3). Pero la grandeza de Dios es tal que ha
creado un mundo que Él ha ordenado pero sin hacerlo un robot.
Aquí cabe otra advertencia. Nunca podemos pensar que dado que Dios ha
ordenado todas las cosas y que por lo tanto El es, en cierta medida, indiferente
a nuestro sufrimiento. El evangelio deja en claro que Dios se compadece
grandemente por el sufrimiento de su pueblo. Jesucristo participó en nuestro
sufrimiento (He. 2:14-18). Quizás podamos decir que las respuestas emocionales
de Dios en cuanto a su creación son complejas y variadas, pero nunca podemos
declarar que no tiene compasión ante nuestro sufrimiento.
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Estas cinco categorías contestan la pregunta “¿de dónde viene el
sufrimiento?” Son importantes por su efecto clarificador en los que sufren, y
asimismo por las advertencias que proporcionan. Cuando estas causas relevantes
aparecen de manera prominente, puede ser de inmensa ayuda a aquellos que pasan
por dolor, proporcionando una claridad bíblica que fomenta respuestas
bíblicas.
Pero estas respuestas no siempre son exactas. El sufrimiento rara vez es
claramente parte de una sola de estas categorías; a menudo pertenece a todas. Muchos salmos
van de una causa a otra. En cualquier incidente puede haber más énfasis en
determinada parte del trío “yo/otros/Adán”, pero el tema tendrá un énfasis
relativo. Por ejemplo, en casos de violencia sexual para con alguien, el énfasis
por cierto está en el hecho de que otros han pecado contra la víctima. Pero esto
no excluye el hecho de que ese pecado no hubiera tenido lugar si no fuera por el
pecado de “Adán”, como tampoco excluye que somos pecadores que nos beneficiamos
con la disciplina de Dios en nuestra vida. Excluyendo a Jesús, no existe nadie
que sufra y sea inocente.
O consideremos el caso de la enfermedad física. El énfasis más obvio en
el trío “otros/yo/Adán” sería la maldición asociada con el pecado de Adán. Sin
embargo, la enfermedad física también puede relacionarse con el pecado
individual, y puede ser el resultado del pecado de otra persona (ej.: el SIDA
adquirido en una transfusión de sangre).
Advirtamos a la gente que no reduzca a una sola las causas del
sufrimiento. Si la causa de éste se reduce sólo a “otros”, estamos echando
culpas. Si la culpa del sufrimiento se reduce a “mí”, el que sufre, como en el
caso de Job de acuerdo a sus consejeros, la culpa y la condenación siempre
estarán presentes. Si es sólo resultado del pecado y la maldición de Adán, nos
convertimos en fatalistas. Si es sólo de Satanás, nos convertimos en guerreros
espirituales unilaterales que ignoran los propósitos de Dios y los aspectos
interpersonales del sufrimiento. El único “diagnóstico” seguro es que el
sufrimiento, para cuando llega a nosotros, es la voluntad ordenada de Dios para
nuestra vida. Sin embargo, tampoco podemos reducir la causa del sufrimiento a
Dios. Dios está por sobre el pecado y el sufrimiento, pero no es el autor. Los
que reducen la causa del sufrimiento a Dios son los blasfemos y los airados. Lo
que la Biblia enfatiza es que el sufrimiento, al margen de la causa, es tiempo
de lágrimas y de lucha, de arrepentimiento, de poner la fe en Dios en medio de
la angustia, de seguir a Dios en obediencia. Con este entorno teológico básico,
estamos listos para ayudar a los que también sufren.
¿Cómo ayudo a los que sufren?
La
estrategia bíblica para ayudar a los que están en dolor es eclipsar el dolor. La
vida parecería reducirse a sufrimiento. Es como si los que sufren no pudieran
ver nada que no sea su propio dolor. Gradualmente, al tiempo que se acostumbran
a fijar sus ojos en Jesús, dichas personas descubren pesos de gloria mucho más
relevantes que el peso de su dolor. Estos pesos de gloria incluyen los
sufrimientos de Cristo, el gozo del perdón de pecados, la satisfacción de
obedecer a Cristo de pequeñas maneras en medio de grandes penurias, la presencia
de Dios en nuestra vida, y la esperanza de eternidad. Para esto, aquellos que
sufren deben ser sorprendidos tanto por el entrañable amor de Dios como por su
gloria que todo lo trasciende; y los tales deben ser guiados a conocer a Dios de
manera que no puedan sino obedecer a Dios, confiar en Él y adorarlo.
La estrategia de aconsejamiento que aquí se presenta consta de cinco
declaraciones que pueden ser de ayuda al lector en su apoyo y consejo a los que
sufren. Cada declaración comienza con “Dios dice” como un modo de enfatizar que
en su Palabra Dios habla claramente a los que sufren. Cada declaración es otro
peso de gloria que compensa el dolor individual.
1. Dios dice: “Expresa tu sufrimiento con palabras”.
Muchos inicialmente se sorprenden de que Dios en realidad anime a los que
sufren a hablarle con toda sinceridad. Los que sufren suelen sentirse solos y
aislados. A menudo creen que Dios está muy lejos de ellos. Pero Dios penetra ese
aislamiento y nos insta a expresar verbalmente nuestras experiencias de dolor.
No se refiere a expresarlo de cualquier manera. No se refiere a palabras amargas
y sin fe. Tampoco a lamentos paganos en un mundo sin sentido. Dios nos anima a
dirigirle a Él nuestras palabras.
Ése es el ejemplo entrelazado en la Escritura en libros como Salmos, Job
y Lamentaciones. Dios nos anima a expresar con palabras los lamentos de nuestro
corazón y a dirigirle todo a Él. Aunque resulta difícil de entender, Dios desea
oír lo que hay en las profundidades de nuestro corazón. Y cuando no podemos
expresarnos ante Dios, Él nos da palabras para expresar esos silencios. Los
gemidos mudos se convierten en palabras.
¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta
cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo tendré conflictos en mi alma,
con angustias de mi corazón cada día? (Sal.3:1-2a. Ver también 6:2,3; 10:1; 22:1; 88:3,6)
De manera que el punto de partida del aconsejamiento es estar junto a los
que sufren y animarlos a hablar de sus sufrimientos --hablarle tanto al
consejero como a Dios.
¿Pero qué si los aconsejados se lamentan y quejan o muestran su enojo?
¿Debemos en ese caso animarlos a poner palabras a sus silencios? Si leemos los
Salmos, probablemente veremos que Dios da mucha más libertad de lo que cree la
mayoría. Él nos da palabras para decir cosas que algunos considerarían casi
blasfemas. Sin embargo, existe el lamento malo y el lamento bueno. El malo es el
clamor de alguien que no reconoce quién es Dios. Es el llanto del corazón
egoísta que dice: “Debes satisfacer mis necesidades”, un llanto donde la
preocupación máxima no es la gloria de Dios sino el alivio del sufrimiento. El
lamento malo no cree en las promesas de Dios sino que gime y se enfurece contra Dios.
El lamento bueno pregunta: “¿Por qué me has abandonado?” pues hay
conocimiento de Dios. Este lamento viene de un corazón que conoce a Dios y
conoce sus promesas, y que está desconcertado porque Dios parece estar
lejos.
--¿Cómo explicar esto si mi Dios es el Dios fiel de Abraham, Isaac,
Jacob, Israel y Moisés? --exclama la persona que sufre.
Los lamentos buenos son los clamores de fe ligados a un deseo de conocer
a Dios. Son lamentos y apelaciones ante Dios, no contra Dios.
¿Qué puede hacer usted cuando estos lamentos de los que sufren son más
lamentos malos y no lamentos buenos que surgen de la fe? Imite a los salmistas
en los Salmos. Formule los lamentos de modo que se vayan conformando más y más a
la manera en que Dios nos enseña a verbalizar los silencios de nuestro
corazón.
En vista de este incentivo a hablar, ¿qué podría llegar a oír usted
cuando alguien expresa con palabras angustiosos silencios? Es posible que usted
oiga una compleja mezcolanza de emociones. No será una progresión lineal de
emociones que pase por la negación, el enojo, el tratar de llegar a un acuerdo,
la depresión y hasta la aceptación. Será como fragmentos de una hoja de vidrio
que se ha hecho pedazos. Puede haber docenas de experiencias simultáneas,
incluso contradictorias.
Por ejemplo, consideremos el caso de una mujer contra quien alguien ha
cometido un pecado sexual. Ella puede tener miedo, estar llena de vergüenza,
sentirse sucia y aturdida. La culpa casi siempre estará presente. Ella puede
sentirse responsable por lo que pasó, como reza un mítico refrán: “Las cosas
malas les suceden a las personas malas”. La historia de Job debería haber
cambiado nuestra opinión; pero muchos todavía creen que si les pasa algo malo
con seguridad fue resultado de su propio comportamiento.
Este sentido de culpa es particularmente penoso porque, en cierto
sentido, está más allá del perdón. En otras palabras, estas víctimas tienen una
amarga sensación de ser responsables y culpables, pero no tienen idea de qué
deben confesar (al menos en cuanto a la agresión sexual). Y aunque descubran qué
cosas confesar, el sentido de culpa sigue.
¿Qué más podría encontrar usted en los silencios? Dolor, el sentirse
traicionado o desvalido como un niño, ira hacia quien perpetró el hecho, pero a
veces también amor y deseos de proteger al agresor. Más escondidos se hallan los
sentimientos y apreciaciones que tienen que ver con la relación con Dios por
parte de la víctima. Casi inevitablemente surgen preguntas sobre la soberanía de
Dios.
--¿Por qué Dios no lo impidió?
--¿Por qué Dios me abandonó?
Igualmente podría haber cierto enojo contra Dios, algo que aterra a la
persona. Tanto usted como la víctima probablemente estén abrumados ante la
cantidad de fragmentos emocionales.
Expresar empatía es a menudo la mejor respuesta inicial. Los que sufren
sienten que nadie puede entender su dolor. Por lo tanto, durante este período
los consejeros no permanecen pasivos sino que activamente entran en el mundo del
que sufre, tratando de entender a través de los ojos de quien está sufriendo. La
pregunta constante debe ser: “¿Qué está sintiendo esta persona?” Además, es
crucial que los consejeros le expresen al aconsejado cuáles son sus propias
respuestas. ¿Se siente el consejero abrumado por la complejidad del sufrimiento?
Dígaselo al aconsejado. ¿Le pesa en gran manera lo que ha oído? Dígalo. ¿Siente
enojo por la maldad de quien causó el sufrimiento? Expréselo. ¿Está conmovido
hasta el llanto? Llore con la persona que pasa por ese dolor.
Tenga compasión por el aconsejado mientras éste sienta dolor. Anímelo a
hablar si hay aspectos de su vida que no han sido expresados ante Dios. La
expresión del corazón de la persona es el comienzo de un diálogo que consiste en
hablarle a Dios y escucharlo.
Dado lo fragmentado de la experiencia, usted podría pensar que abordar
cada fragmento bíblicamente sería un proceso interminable. Pero si para usted la
cruz de Jesús es el elemento central, descubrirá que puede abordar
simultáneamente la totalidad de esas experiencias. Por ejemplo, la cruz proclama
poder para el débil, exaltación para el humillado, vestido para el desnudo, amor
para los odiados, redención para los esclavos, gracia para quienes tratan de
pagar por sus pecados, perdón para los pecadores, y juicio sobre los enemigos de
Dios. Dios nos sorprende con el alcance de su obra de redención y su amor para
con los oprimidos y los que han sufrido como víctimas. La labor del
aconsejamiento consiste en maravillar al que sufre con la verdad de quién es
Dios y qué dice. Inicialmente esto significa recordar a quienes sufren que Dios
no sólo permite que ellos le hablen con sinceridad, sino que además los anima a
hacerlo.
Ideas prácticas
a) Póngale palabras a su dolor, ya sea verbalmente con un amigo o
consejero, o por escrito en un diario personal.
b) Lea los Salmos y seleccione palabras, frases o salmos enteros que expresen la experiencia de su corazón.
c) Relate verbalmente o por escrito sus propias experiencias ante Dios,
recordando que Dios está presente y que oye.
d) Las causas del sufrimiento son el pecado de otros, el pecado de Adán y
la resultante maldición sobre toda la creación, o el propio pecado. Además,
Satanás es el enemigo que está detrás de todo sufrimiento, mientras que Dios
está por encima del sufrimiento y lo usa para un propósito. ¿De dónde proviene
su sufrimiento?
2. Cuando alguien es una víctima evidente, Dios dice: “Han pecado contra
ti”.
Cuando resulta obvio que la causa del sufrimiento era el pecado de otros,
Dios le habla a las víctimas. Mientras las anima que le hablen sinceramente, las
ayuda a diferenciar responsabilidades. Aunque la víctima por cierto es una
persona pecadora --como lo somos todos--, el énfasis inicial de Dios es
demostrar que Él está a favor de la víctima y de la justicia. El amor es
“visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Stg.1:27). Las
víctimas, ¿podrían haber gritado en voz más alta, haberle dicho antes a un
amigo, resistido más...? Tal vez, pero eso no las hace responsables por el
pecado de otros. Por ejemplo, en casos de incesto durante la infancia, una mujer
ha sido víctima sexual de una persona que tenía autoridad sobre ella; y Dios
hace responsables a las autoridades, sean líderes de Israel (Je.23; Ez. 34),
pastores, padres u otros adultos. Por otra parte, Dios declara que está contra
el opresor (Ex.22:21-24).
Algunos consejeros no se animan a usar la categoría bíblica de víctimas y
victimarios porque parece que se estuviera echando la culpa a otros. Quienes han
sido oprimidos, con sus actitudes a menudo echan culpas, justificando así los
pecados de autocompasión, amargura, espíritu vengativo, abuso de sustancias
nocivas, etc. Las víctimas también se caracterizan por culpar la maldad de los
perpetradores diciendo que la propia maldad es simplemente un mal que están
devolviendo: “Mi odio suicida y homicida es culpa de esa persona”. Muchas
psicologías populares enfatizan tal santurronería. De manera que los consejeros
hacen bien en preocuparse porque las personas podrían quedar desvalidas,
indolentes y airadas. Sin embargo, las categorías de perpetrador y víctima son
categorías bíblicas, y utilizarlas correctamente es parte de un razonamiento
bíblico. Si evitamos estas categorías, ignoramos lo que dice Dios a las personas
que están sufriendo. Echar culpas a otros es un pecado con el cual todos estamos
familiarizados, pero la Biblia es equilibrada. “Que ninguno pague a otro mal por
mal” identifica a aquellos que sufren por la maldad, e impugna el culpar a
otros.
Si el sufrimiento mayormente es resultado de los pecados de otros, usted
descubrirá que la diferenciación responsable se hace vital. No habrá perdón si
las víctimas no creen que deben perdonar, y las víctimas verán paralizado su
crecimiento espiritual si existe el sentimiento escondido de que son
responsables por lo ocurrido.
Ideas prácticas
a) Sepa lo que dice la Biblia sobre los hacedores de maldad. Lea Jeremías
23:1-8; Ezequiel 34:1-16; Lucas 17:1-2.
b) ¿Quién cree usted fue responsable por lo sucedido? ¿Qué dice Dios al
respecto? ¿Cree usted lo que Dios dice?
3. Dios dice: “Estoy contigo y te amo”.
El impacto del aconsejamiento bíblico es un movimiento hacia afuera que
dirige nuestros corazones al Señor y nos lleva a amar a Dios y a los demás. Los
dos temas tratados hasta aquí expresan este movimiento hacia afuera. Ahora es
tiempo de ser conducidos más allá de nosotros mismos y de mirar a Cristo. Dios
nos llama específicamente a ver su bondad y su amor tal como están expresados en
su Hijo.
Esta atenta mirada no ocurre automáticamente. Satanás --el gran
engañador-- constantemente susurra que Dios no es bueno. Nada desea tanto
Satanás como que apreciemos las claras bendiciones de Dios durante los tiempos
buenos, pero que cuestionemos su amor en los tiempos malos. De manera que si
bien el aconsejamiento concentra la atención en el amor de Dios en Cristo, los
consejeros en primer lugar podrían revelar la guerra espiritual que impide que
escuchemos a Dios.
Note cómo Satanás en forma directa contradice lo dicho por Dios a Adán
(Gn.3:1-7). Esencialmente la serpiente llama a Dios mentiroso, y da a entender
que Dios se abstiene de dar a su pueblo cosas buenas. Satanás alega que Dios no
es bueno, pero el evangelio de Cristo es la declaración definitiva de que Dios
conmueve con su amor. Ésta es la batalla dominante que librarán muchos de los
que sufren. Vez tras vez Satanás usará el sufrimiento para poner a prueba
nuestra fe.
Además de Satanás, otro duro desafío es la infame pregunta “¿Por qué a
mí?” Antes de preguntar por qué, debiéramos preguntar quién. ¿Quién es el Rey de
reyes que dice ser el Dios que nos ama? El que sufre pregunta: --¿Cómo puedo
saber que Dios me ama cuando estoy en una situación miserable?
--Confía en mí --dice el Dios de amor y de poder; y a fin de confiar en
Él debemos conocerlo.
Quizás usted pueda comenzar preguntando al que sufre si le gustaría
conocer a otra persona que también está sufriendo. ¿Alguna vez se ha dado cuenta
de que el sufrimiento es menor cuando estamos cerca de alguien cuyo sufrimiento
es más grande que el propio? ¿Alguna vez ha conocido a personas en dolor que
hayan ido a visitar un pabellón pediátrico de cáncer en un hospital, y el dolor
que vieron hizo que su propio sufrimiento pareciera soportable, o hasta
insignificante? Esto es lo que sucede cuando conocemos al Cordero de Dios. A
pesar de lo trágico de nuestro sufrimiento, es menos monstruoso que lo sucedido
al Hijo de Dios. Jesús empieza a transformar el sufrimiento en razón de su
propio sufrimiento.
Se incluyen aquí una serie de pasajes que podrían resultar de ayuda:
· Jehová quiso
quebrantarlo, sujetándole a padecimiento (Is.53:10).
· [Jesús] comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y
por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días (Mr.8:31).
· Convenía
a [Dios] por cuya
causa existen todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten que,
habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionara por medio de las
aflicciones al autor de la salvación de ellos (He.2:10).
Pasajes más extensos para nuestra meditación incluyen Isaías
40-53 y Juan 10-20. Además, el gran sufrimiento revelado en los Salmos, halla su
expresión mayor en que Jesús se hizo pecado por nosotros.
Estos pasajes pueden presentar el tema de que hay algo más profundo que
nuestro sufrimiento. Para ser específicos, los sufrimientos de Cristo son más
profundos que los nuestros. Dios no promete eliminar el sufrimiento, pero al
hacer notar su propio sufrimiento nos recuerda que no vivimos ante un Dios
insensible que está distante de sus criaturas. Sus palabras deben tener
credibilidad para quienes sufren porque provienen de la familiaridad que tiene
con el dolor, y tanto su comprensión como su amor son innegables. Al vislumbrar
esto los aconsejados, que empezaron vacilantes, ahora pueden estar más
dispuestos a oír lo que dice Dios.
Por otra parte, Dios sorprende a quienes sufren al decir: “Tú me
perteneces. Yo soy tu Dios.” El sufrimiento aísla. Quienes están afectados a
menudo sienten que deben de ser parias por haber experimentado semejante trato.
Se sienten avergonzados y rechazados. Las víctimas a menudo sienten como si
estuvieran atrapadas detrás de gruesas e impenetrables paredes que los separan
del resto del mundo. Jesús atraviesa esas paredes y asegura a quienes sufren que
ellos son parte de la familia de Dios (1 Jn.3, Lc.15).
Ellos son hijos que le pertenecen, y Jesús los escucha y los comprende.
Él se compadece (He.4:15), es pastor del que está herido y del que cojea, y
hasta lleva en sus brazos a los débiles y lastimados (Sal.23, Jer.23, Ez.34,
Jn.10). Él promete que nunca ha de abandonarnos (He.13:5) y nos asegura que nada
puede separarnos de su amor (Ro.8:38,39). La promesa de Dios de estar con nosotros es la
solución máxima para el sufrimiento (Ap.21:3,4).
Otra característica del amor de Dios está expresada en la infalible
promesa divina de que Él reinará con justicia, y de que la injusticia y la
opresión lo provocan a ira (Is.1). Él obra en favor de su pueblo y promete que
al final habrá justicia contra sus enemigos (Ro.12:19).
Las preguntas “¿por qué a mí?” y “¿por qué Dios no lo impidió?” tal vez
puedan estar rugiendo todavía. Pero cuando usted maravilla a quienes sufren con
el sufrimiento de Dios y con su gracia, muchos comenzarán a oír la voz de Dios
por encima de la frecuente repetición de sus propias preguntas. El peso del
sufrimiento tal vez aún esté presente; pero como consejero, usted está empezando
a señalar el camino a la máxima respuesta al problema del sufrimiento: “confía
en mí” es el ruego divino más notable. A esta altura el que sufre comienza a ver
que en Dios se puede confiar.
Ideas prácticas
a) Satanás está al acecho; su engaño consiste en hacer creer a la gente
que Dios no es bueno. Lea Génesis 3. ¿Cuál es la estrategia de Satanás? ¿Ve
usted esa estrategia en su vida? ¿Cómo podría combatir usted a Satanás?
b) Lea los Salmos donde Jesús habla sobre su propio sufrimiento.
c) ¿En qué aspecto de su vida usted declara: “Tengo derecho a menos dolor
y menos sufrimiento”?
d) Lea Isaías 1. Note la preocupación prominente de Dios en cuanto a la
justicia y su ira por la injusticia.
4. Dios dice: “Debes saber que Yo soy Dios”.
Para solidificar este punto de atención externo, para que el sufrimiento
no parezca tan agobiante, Dios nos conforta con el hecho de que el mundo no está
en estado caótico. Él es el Dios soberano que reina. Ni el sufrimiento ni
Satanás están por encima de Dios.
Es justamente aquí que muchas teologías del sufrimiento fracasan. Para
ellas Dios es un Dios de amor compasivo, pero no pueden conjugar eso al hecho de
que Dios es todopoderoso. Dicen que no puede ser ambas cosas.
La respuesta bíblica, por supuesto, es que Dios afirma las dos cosas: Él
es amor, y Él es el Dios soberano sobre toda la creación. Esto no hace a Dios
autor del pecado ni del sufrimiento; lo coloca por encima de ellos, haciendo que
todas las cosas obren para la gloria de Dios. José indica que los planes de Dios
fueron superiores que la maldad de sus hermanos (Gn.50:20). Jeremías, alguien
que sufrió en forma consumada, dice: “¿Quién puede decir que algo sucede sin que
Dios lo mande? ¿Acaso no suceden de la boca del Altísimo los bienes y los
males?” (Lm.3:37,38). En medio de su persecución el salmista encuentra descanso
sólo en Dios, y tiene confianza: “... de Dios es el poder, y tuya, Señor, es la
misericordia...” (Sal.62:11-12).
Por último, todas las preguntas de Job fueron contestadas, o al menos
consideradas insignificantes, en una conversación unilateral donde Dios
esencialmente dijo: “Debes saber que Yo soy Dios” (Job 38-41). El abrumador peso
de la gloria de Dios hizo que el sufrimiento de Job pareciera menor. Cuando Job
estaba languidenciendo con la pregunta “¿por qué a mí?”, y en realidad estaba
preparando un tribunal terrenal para cuestionar al Altísimo, Dios sorprendió a
Job con un tribunal donde Él mismo fue el fiscal. “¿Es sabiduría contender con
el Omnipotente? ¡Responda a esto el que disputa con Dios!” Dios reveló su gloria
a Job; y al ver la gloria de Dios, Job vio que había realidades espirituales más
profundas que su propio sufrimiento. En realidad, el peso de esta gloria era tan
grande que Job quedó totalmente humillado y en silencio. Se arrepintió de
justificarse y de acusar a Dios. Por cierto que sus problemas eran leves y
temporarios a la luz del revelado poder de Dios.
Ideas prácticas
a) Los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros. Él nos anima con la verdad de que Él es mayor que el sufrimiento. Dios está en el sufrimiento pero sin ser autor del sufrimiento. Lea Job 38-41 hasta que pueda hallar consuelo de que el mundo no está en caos.
b) Lea los encuentros tribunalicios de Ezequiel 1, Isaías 6 y Apocalipsis
4. ¿Qué respondieron los testigos? ¿Por qué?
c) Practique --quizás diez minutos por día-- la disciplina espiritual de
acallar las preguntas de su mente y de escuchar lo que dice Dios.
.
5. Dios dice: “Hay un propósito en el sufrimiento”.
El escritor Jay Adams resume de este modo la manera bíblica de enfrentar
los problemas: “Dios está en el sufrimiento. Dios tiene algo en mente, y lo que
tiene en mente es bueno”. En vista de que Dios es el Dios del evangelio de la
gracia y el Rey de toda la creación, en el sufrimiento Dios tiene propósitos
para su reino, y dichos propósitos son buenos.
El problema para muchos es que “bueno” puede no significar que habrá un
final inmediato al sufrimiento. Antes bien, lo bueno es que el sufrimiento será
usado por Dios para conformarnos a la imagen de Jesús y, como resultado, dará
gloria al Padre. Nos conformamos con muy poco. No queremos más que el alivio
inmediato al sufrimiento, pero Dios desea darnos mucho más. Él quiere darnos
cosas que durarán toda la eternidad, una renovada obediencia a su palabra
(Sal.119:67,71), santidad que nos llevará a la justicia y a la paz
(He.12:10,11), perseverancia, entereza de carácter y esperanza (Ro.5:3-5), y un
conocimiento de la presencia de Dios en nuestra vida a través del Espíritu Santo
(Jn.14-16).
En este momento es cuando cito a los aconsejados el familiar pasaje de
Romanos 8:28, “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los
ayudan a bien, esto es, a los que conforme a sus propósitos son llamados.” El v.
29, que es menos familiar, nos dice en qué consiste lo “bueno” o el “bien”. “A
los que antes conoció, también los predestinó para que fueran hechos conformes a
la imagen de su Hijo”. Ésta es la manera más grandiosa en que Dios puede
mostrarnos su amor.
A medida que usted se dirija con el aconsejado hacia un entendimiento más
profundo de los propósitos de Dios, es prudente mantenerse alerta con los
adversarios: el mundo, la carne y el diablo. El mundo continuamente afirma que
éste es el único hogar que tenemos y que merecemos ser libres del dolor mientras
estamos aquí. La carne se deleita en ser autónoma y se resiste a sujetarse a la voluntad de
Dios. Y refiriéndose a nuestras circunstancias, el diablo constantemente declara
que ellas son evidencia de que Dios no es realmente bueno, y de que Dios no es
amor. Con tales adversarios resulta evidente que no se puede librar la batalla
sin las oraciones del pueblo de Dios.
El sufrimiento deja al corazón en descubierto. Una de las
maneras en que Dios pone en detrimento a estos enemigos es utilizando el
sufrimiento para poner al descubierto nuestro corazón. El sufrimiento es una
presión que puede agobiarnos, revelando ya sea fe, o bien falta de fe y pecado,
cosas que anteriormente habían estado escondidas. Las dificultades ponen a
prueba nuestra fe (Stg.1:2). Como dijo Lutero: “La lealtad del soldado se
comprueba durante la batalla”. Dios usa el sufrimiento “para afligirte, para
probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus
mandamientos” (De.8:2). Esto no significa que la causa del sufrimiento es
siempre el pecado de la persona. Los consejeros de Job se equivocaron, porque
Dios usa el sufrimiento para revelar a aquellos que ama y para purificarlos.
Tal vez usted haya oído a cristianos que refiriéndose al sufrimiento
afirmaron: --Fue justo lo que necesitaba.
Se refieren a cómo en el sufrimiento a menudo se revela pecado. Se
necesitó el sufrimiento para enseñar dependencia de Dios y no de uno mismo.
Nadie siente gratitud por graves enfermedades, por un cónyuge no comprometido
con el matrimonio o por una tragedia, pero muchos aprendieron a estar
agradecidos y aun gozosos por el entrenamiento espiritual a que inducen estas
circunstancias. Si nuestra carne pecaminosa no queda continuamente al
descubierto, en forma gradual nos vamos convenciendo de que no hay ningún
problema en nosotros. El alarmante peligro de esta manera de pensar es que el
evangelio de Cristo se convierte en poco más que un obsequio bonito de parte de
Dios a quienes parecen tener el visto bueno divino. Ya no se considera lo que en
realidad es: el evangelio de gracia para mendigos desesperados.
Para formularlo como el libro de Job, el sufrimiento nos coloca en una
encrucijada espiritual. Cuando se eliminan todos los ornatos agradables de la
vida, ¿seguiremos adorando a Dios? Durante los tiempos buenos, la respuesta
parece fácil: --Por supuesto que confiaré en Dios.
Pero el sufrimiento deja al descubierto la incredulidad y la egolatría de
nuestro corazón. Puede revelar que nuestra aparente obediencia tal vez sólo sea
una feliz coincidencia que tiene lugar cuando nuestros deseos parecen coincidir
con la ley de Dios. Dios usa el sufrimiento para que sepamos si al adorar a Dios
lo hacemos por amor a Él o porque nos conviene.
El apóstol Pablo lo dijo de esta manera: El sufrimiento nos obliga a
responder a la pregunta de en quién vamos a confiar. Su respuesta fue: “Pero
tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiáramos en
nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Co.1:9). Pablo
sintió más pasión por conformarse a Cristo por la fe que por el alivio inmediato
de su sufrimiento.
Por lo tanto, uno de los propósitos del sufrimiento es producir
arrepentimiento, fe y obediencia. Estas actitudes agradan a Dios y producen la
bendición de la paz. Además revelan más pesos de gloria que desequilibran la
balanza como para que el sufrimiento no pese tanto.
El pecado no es lo único que queda desenmascarado con el sufrimiento.
Éste también puede dejar al descubierto corazones llenos de fe. Muchos
cristianos a quienes ha sorprendido el dolor descubren que inmediatamente van a
la Palabra de Dios para el consuelo, y elevan oraciones de lamentación y
alabanza emulando a los salmistas. En tales casos seguimos llorando con los que
sufren, pero a la vez podemos regocijarnos en que los tales visiblemente dan
testimonio --a ellos mismos, a la iglesia y al mundo-- de que son hijos de
Dios.
El sufrimiento revela eternidad. Al tiempo que el
sufrimiento muestra lo que hay en nuestro corazón, también nos ayuda a ver la
eternidad y produce esperanza. Es en este punto que 2 Corintios 4:16-18 resulta
admirable.
Pues esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.
El peso de gloria eterna excede en gran manera a nuestro
dolor temporario. O como dijo la Madre Teresa: “Desde el cielo, la más miserable
vida en la tierra parecerá como una noche adversa en un motel incómodo”.
El ánimo a tener esperanza durante el sufrimiento es un tema prominente
en la Escritura. Para el apóstol Pablo la esperanza de eternidad era más intensa
que su dolor: “... nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro.5:2).
Sin embargo, el problema es que somos una generación encerrada en el presente.
No obstante, es aquí que el sufrimiento puede realizar su mejor tarea. El
sufrimiento nos recuerda que el mundo no cumple sus promesas. Nos recuerda que
no hay nada en este mundo que no esté manchado por el pecado y la maldición.
La esperanza es el maravilloso final del sufrimiento.
¿Cómo llega la esperanza a alguien que está en dolor? Usted puede
comenzar leyendo pasajes bíblicos sobre la esperanza. Maravíllese de cómo los
apóstoles Pablo (Ro.5:3) y Jacobo (Stg.1:2)[1]
hasta se regocijan en su sufrimiento en razón de la esperanza que tienen. Luego
note la distancia entre la esperanza presente del que sufre y la esperanza de
Pablo y Jacobo. Reflexione en que esas distancias no se pueden unir a no ser por
la oración, la meditación y la práctica de la disciplina de la
esperanza. Recuérdeles a los aconsejados que la esperanza no aparecerá en una
semana pero que con aliento y práctica persistentes, la esperanza se hará cada
vez más una realidad.
En muchos de los Salmos parece haber un tierno recordatorio a esperar en
el Señor, y repentinamente el salmista irrumpe en alabanza. Los Salmos fueron
escritos por personas expertas en esperanza. En realidad, la esperanza es una
habilidad adquirida. No es una experiencia que llega así como así. Es una
disciplina que, si va a prosperar, demanda vigor y el constante estímulo de la
Escritura y del pueblo de Dios (Ro.15:4).
Hay también otro propósito. En el caso de Job, uno de los objetivos del
sufrimiento fue silenciar a Satanás, quien como enemigo y como causa prominente
del sufrimiento y del mal, aún tiene como meta acusarnos y persuadirnos a
desobedecer al Dios Altísimo. El privilegio del pueblo de Dios es confiar en
Dios y obedecerlo hasta en el sufrimiento, para perjuicio de Satanás.
Las balanzas se están inclinando en forma desproporcionada. El
sufrimiento sigue existiendo, y el dolor puede ser grande; pero los pesos de
gloria en nuestro corazón están llegando hasta lugares más profundos que a donde
llega el dolor (Figura 2)
Ideas prácticas
a) Considere la vida de José. ¿De qué manera ve usted el amoroso
propósito divino? Note especialmente Génesis 50:20.
b) Considere la vida de Noemí en el libro de Rut. ¿De qué manera ve el
amoroso propósito divino?
c) El camino de la vida cristiana se resume en una variedad de
formas.
“El propósito principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él
eternamente.” (Catecismo de Westminster)[2]
“Sed santos porque yo soy santo”.
“Sed imitadores de Cristo”.
¿De qué maneras esto puede indicar que en su dolor hay propósitos de gran
envergadura?
d) Lea una biografía sobre el sufrimiento, por ejemplo Un paso más, por
Joni Eareckson,[3] Portales de
esplendor, por Elizabeth Elliot.[4]
e) Establezca pautas para leer la Biblia como una oración. Considere la
posibilidad de comenzar con pasajes sobre la esperanza.
f) Lea Hebreos 10:37-12:12. ¿Cómo lo alientan estas breves biografías?
¿Cómo afectaría esta esperanza su propia vida? ¿Qué preguntas surgen al leer
este pasaje?
No con el corazón destrozado ni como estoicos, sino siendo siervos de
Dios que sufren y responden a su gracia.
¿Quiénes somos, entonces? ¿Cuál es nuestra identidad?
Por ejemplo, la gente que ha sufrido en manos de otros a veces siente que
con seguridad les espera una vida como víctimas. Esto es lo que son, y lo más
que pueden hacer es protegerse del dolor. Sin embargo, Dios reorienta a los que
sufren. Él revela que la gracia recibida no se puede comparar con el dolor que
están experimentando. O piense en las personas enojadas porque no creen merecer
el dolor. Habiendo recibido misericordia y gracia, estas personas de pronto se
sienten humilladas por el sorprendente precio de la iniciativa de amor hacia
ellos. Habiendo sido víctimas reactivas, se convierten en personas amantes que
responden a Dios. El fundamento de la vida del cristiano es la gracia de Dios,
no la libertad del dolor. Éramos enemigos de Dios, estábamos desnudos y ciegos,
Él tomó la iniciativa de venir a nosotros. “Siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros” (Ro.5:8).
Quizás la expresión “responder a la gracia” grafica nuestra nueva
identidad. Dios es el incansable iniciador de la gracia libertadora; por fe
nosotros respondemos a su gracia. Respondemos a Dios, somos como Aquel que nos
liberó, y nos convertimos en siervos suyos. Esto no erradica el sufrimiento. En
la vida terrenal el sufrimiento permanecerá, pero no estamos definidos ni
controlados por él. Somos siervos sufrientes que responden a Dios.
Aquí hay un consejo singular para los que sufren: caminamos por un
sendero que nos insta a mirar hacia afuera, hacia Dios. “Puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él
sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra de Dios”
(He.12:2). Esto por cierto no significa que ignoramos el sufrimiento, sino que
el peso de la gloria de Dios hace que nuestras preguntas comiencen a cambiar. La
pregunta “¿por qué Dios no lo impidió?” se hace menos urgente y comenzamos a
preguntar: “¿Cómo puedo responder a lo que Dios ha hecho por mí? ¿Cómo puedo
responder amando a Dios y a los demás?” Las preguntas de los que sufren son
entonces las de todos los cristianos: “¿Cómo puedo poner en práctica los dos
grandes mandamientos de amar a Dios y amar al prójimo como a mí mismo?”
Cristianos que responden a Dios y aman a otros. Para
aquellos que han sido víctimas de alguien, éste es el momento de hablar sobre
perdonar al perpetrador. “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el
mal” (Ro.12:21). Debemos perdonar a otros así como fuimos perdonados. Como Dios
nos ha tratado “injustamente”, es decir, como nos ha amado cuando no lo
merecíamos, así debemos amar a nuestros enemigos.
A veces este amor significará confrontar a la otra parte, ya sea por
carta o en persona. A veces significará orar por el agresor y no perder la
esperanza de que haya una completa reconciliación. A veces significará ministrar
gracia y verdad a quienes están pasando por el mismo dolor. El amor de Dios
puede inspirar muchas ideas creativas.
Cristianos que responden a Dios y lo aman. En la última cena Jesús
les dijo a los discípulos que pronto ellos experimentarían un profundo dolor;
pero que poco después del dolor habría un gozo que nadie les podría quitar, ni
siquiera durante las tremendas persecuciones que iban a sufrir
(Jn.16:20-22).
El más grande gozo del cristiano es Dios mismo y el hecho de que nada nos
puede separar de Él. Hay gran dolor por la pérdida de un amigo o un ser querido.
Incluso podría haber enojo pues la muerte es un intruso que no fue parte
original de la creación de Dios. Pero al mismo tiempo hay gozo. Gozo de saber
que aquel que murió ha llegado a casa. Gozo al saber que en la resurrección de
Jesús la muerte misma --el peor enemigo, la causa más profunda de
sufrimiento--ha sido “sorbida” con victoria (1 Co.15:55).
Por cierto que hay realidades con más peso que nuestro dolor. El
comprensivo amor de Jesús quien se hizo hombre, el perdón de pecados, el
conocimiento de que Dios tiene un propósito; éstos son pesos de gloria que
cambian nuestro sufrimiento. Pero el más grande de todos los pesos de gloria es
Dios mismo. Conocerlo como el verdadero Dios que debe ser adorado y glorificado
es el más grande peso de gloria de cualquier persona que sufre. No acaba con
nuestro dolor, pero significa que ni exaltamos nuestro dolor ni lo ignoramos.
Exaltamos a Dios en medio del dolor.
Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son
comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse (Ro.8:18).
Proposiciones sobre el problema del sufrimientoError! Bookmark not defined.
La iglesia necesita una confesión de fe para el
aconsejamiento, una confesión que defina lo que los cristianos deben creer o no
sobre el problema del sufrimiento. Lo que sigue son algunas declaraciones
preliminares que debieran ser clarificadas en un proceso de debate.
1.
El
dolor y el sufrimiento entraron al mundo después del pecado de Adán.
Afirmamos
que aunque no participamos voluntariamente en el pecado de
Adán, compartimos culpa y la pecaminosidad de Adán. Por lo tanto, nunca somos
inocentes en el sufrimiento.
que el dolor es ahora parte permanente de la existencia
terrenal en razón de la maldición de Dios sobre el pecado.
que el dolor abarca tanto al creyente como al incrédulo.
que el dolor es un intruso en la creación de Dios, y que un día Cristo lo
quitará de en medio.
que el dolor, así como el pecado, es una misteriosa presencia en nuestro
mundo que no puede ser entendida totalmente.
Negamos
que Dios sea el autor del pecado (el pecado es la causa del
sufrimiento).
que el dolor sea la causa del pecado.
2.
El dolor y el sufrimiento son atribuidos variadamente a Satanás, al pecado de
Adán, a nuestro propio pecado, al pecado de otros contra nosotros, y a Dios
mismo.
Afirmamos
que la Escritura enfatiza cómo vivir obedientemente en el
sufrimiento más que cómo discernir la causa precisa del sufrimiento.
Negamos
que el sufrimiento siempre sea resultado directo de nuestro
propio pecado.
2.
Al
margen de la causa, el dolor y el sufrimiento demandan compasión por parte del
pueblo de Dios.
Afirmamos
que Jesús tuvo gran compasión por los que sufrían; y que
como imitadora de Jesús, la iglesia también responde con compasión.
que la compasión consta tanto de palabras como de hechos.
que la compasión incluye animar a quienes sufren a hablarle al Señor con
sinceridad.
Negamos
que la compasión sea una “etapa” del aconsejamiento. Es
siempre nuestra actitud hacia quienes sufren.
3.
Dios es soberano sobre todo, incluso sobre el dolor y el
sufrimiento.
Afirmamos
que Dios está por encima de Satanás, del pecado y de los
“eventos accidentales”. Cuando el sufrimiento llega a nosotros, es voluntad de
Dios para nuestra vida.
que el sufrimiento nos lleva a una humilde dependencia de Dios.
Negamos
que la soberanía de Dios en el sufrimiento disminuya su gran
amor por su pueblo.
4.
El evangelio de Jesús cambia todo en nuestro mundo, cambia incluso nuestro
sufrimiento.
Afirmamos
que en los sufrimientos de Jesús hallamos un sufrimiento
mayor que el nuestro.
que en el evangelio, Jesús viene a nosotros como un sacerdote que
entiende nuestro dolor de manera cabal.
que la redención es la más grande necesidad humana. Nuestro problema de
pecado es mayor que nuestro sufrimiento. En sí, las bendiciones de la redención
son mayores que nuestro sufrimiento.
que el sufrimiento tiene propósito. Pone a prueba y revela el corazón
humano, y es “bueno” en el sentido de que puede fortalecer a los creyentes y
moldearlos a la imagen de Cristo.
que los cristianos pueden sufrir más que los incrédulos. Sufrirán más
porque su compasión se extenderá más allá de ellos mismos o sus familias, y
pueden sufrir por causa de la justicia.
que el sufrimiento conduce a la esperanza. A medida que crecemos estando
en sufrimiento, aprendemos a sentirnos insatisfechos con el mundo presente y
esperamos con expectación la eternidad. Miramos menos la causa del sufrimiento y
más a nuestro redentor resucitado.
Tomado del Journal of Biblical Counseling, usado con
permiso. Dr. Welch es médico y consejero bíblico. Actualmente es
director de un centro de consultas en Pennsylvania, EE.UU.
Traducido por Leticia Calçada.