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“LA GENTE ME LASTIMARÁ FÍSICAMENTE”
Janet fue víctima de violencia
física y sexual. De los siete a los doce años fue violada por su padre. Se detuvo sólo porque ya era viejo y lento,
y Janet podía escapar. Pero la
violencia no se detuvo. Durante sus
años de adolescencia su hermano mayor la golpeaba hasta que doblaba el cuerpo
por el dolor. Sin embargo, ni los ojos
morados o las costillas rotas la podían llevar al hospital porque su hermano la
amenazaba con matarla si se lo contaba a alguien.
Ella tiene treinta y cinco
años. Ha estado casada por ocho años
con un hombre muy comprensivo y tiene dos hijos, un varón de seis y una niña de
tres. Recientemente, confrontó tanto a
su padre como a su hermano, y ambos hombres han reconocido sus ofensas. No obstante, ni su esposo comprensivo ni la
confesión de sus perpetradores han librado a Janet de un mundo de problemas
diferentes.
Por ejemplo, cuando Janet habla
acerca de los que abusaron de ella, sus actitudes fluctúan alocadamente. Hay ocasiones en las que desea una relación
más profunda con ellos, pero su pasión no es tanto por una amistad entre
adultos sino ser una niña dependiente de ellos. Ella desea el amor y el afecto de su padre y su hermano que nunca
tuvo cuando era pequeña. En otras
ocasiones está muy enojada en contra de ellos por lo que le hicieron y desea
que estuvieran muertos. Aun en otras
ocasiones, se aterra cuando piensa en lo que pasó y trata de distanciarse de
todos porque siente como si cada persona que conoce es una amenaza para su
vida.
Ciertamente, todas estas reacciones
son entendibles en una mujer que ha sido trágicamente victimizada, pero también
revelan que los abusadores de Janet continúan teniendo una influencia
controladora en su vida. Janet vive
como si Dios fuera muy pequeño en comparación con estos hombres malvados.
Ya hemos visto que el temor a otras
personas viene de adentro de nosotros.
No importa dónde o con quién vivamos, el temor al hombre es una
característica regular de nuestros corazones teñidos por el pecado. Pero ciertamente las influencias pueden dejarnos más propensos a estas
tendencias pecaminosas. Ciertamente lo
hicieron en el caso de Janet.
La vulnerabilidad que tiene Janet al
temor a otras personas puede ser comparada con la vulnerabilidad hacia la lascivia,
que es común en una persona que ha sido introducida a la pornografía a temprana
edad. Encontramos lascivia en todos
nosotros, pero tal persona debe estar particularmente en guardia en contra del
deseo sexual. Para algunas personas la
lascivia puede ser una tentación fluctuante; algunas veces la batalla es feroz,
otras veces alguna otra batalla parece
ser más urgente. Pero para alguien que
ha sido introducido a la pornografía, la batalla puede ser constante. Tal persona puede tener que reclutar apoyo
en oración constante y estar preparado para la batalla diaria. En una manera similar, aquellos que ha sido
amenazados, atacados o avergonzados por otros tienden a ser más vulnerables al
temor al hombre, y tienen que estar velando de una manera especial.
Paso 2: Identificar en dónde tu temor al hombre ha sido intensificado por las personas en tu pasado
La violencia física y sexual son
ejemplos claros de cómo las personas destructivas en nuestro pasado pueden
hacernos más propensos a temer a otras personas. Pero la Escritura no sólo habla de acciones destructivas. También dice que las palabras son
poderosas. Me pregunto ¿cómo afectan a
los niños las palabras crueles? Yo se que los niños son inmensamente
resistentes, y no estoy sugiriendo que una palabra dejará una cicatriz en el
niño de por vida, pero la Biblia indica que las palabras crueles cortan como
una espada (Prov. 12:18). La Biblia
nunca minimiza el efecto de las palabras pecaminosas. Las expone como llamas de fuego que dejan heridas que pueden
llegar hasta las partes más profundas de nuestro ser. Dichas palabras están en un contraste absoluto con las palabras
de compasión y sanidad que el Señor ofrece a tales víctimas.
He visto a niños que han sido
aplastados por las palabras de otro. He
observado como algunos de ellos gradualmente se vuelven más ariscos y
separados. Se ven como si tuvieran una
cicatriz, siempre a la defensiva y vigilantes, como si estuvieran en una
batalla. ¿Es el pecado de las otras
personas lo que los está dejando propensos a una versión aumentada del temor al
hombre? En algunos casos, sí.
Usualmente se requiere más de un
incidente para iniciar las flamas del temor al hombre. Es posible que lo inicie una crítica
horriblemente hiriente, o quizá algún
chisme acerca de ti que oíste indirectamente; pero si tu historia te hace más
vulnerable al temor a los demás, probablemente fuiste afectado por un arroyo
constante de palabras de desánimo. En
otras palabras, día tras día escuchabas alguna crítica, algo humillante o
grosero.
Tal vez las palabras ofensivas no
fueron tan frecuentes. Conozco a un
padre que, por lo menos una vez al mes, pierde las casillas. Cuando ocurre todo mundo se entera, y todo
mundo que esté cerca es atacado verbalmente.
Después de como una media hora de estar fuera de control, regresa y se
disculpa con aquellos a quien hirió.
Actúa como un borracho, pero sin alcohol.
¿Qué piensas de este hombre? Sería
bueno ver desaparecer sus explosiones, pero al menos se disculpa. Las cosas podrían ser peores. No obstante, he
notado cambios en su único hijo. Él es
cada vez más tímido. Tiene miedo de
intentar algo en lo que haya la posibilidad de fracasar. En otro tiempo era
amigable con los adultos, ahora sólo cuando alguien le dirige la palabra. El problema es que el padre, quien está
tratando honestamente de controlar su ira, no conversa en realidad con su hijo
entre explosión y explosión. El grita,
se disculpa, y regresa a su trabajo – eso es todo. Entonces, aun cuando las palabras lastimeras vienen sólo una vez
al mes, éstas son las únicas que el niño escucha.
Antes de ofrecer algunas respuestas
específicas para aquellos que han sido oprimidos por otras personas,
consideremos algunos ejemplos de la Escritura de cómo respondió la gente a las
amenazas y los ataques.
Abraham estaba rumbo a Egipto debido
a una hambruna un poco después de que Dios le prometiera hacer de él una gran
nación.
“Y aconteció que cuando estaba para
entrar en Egipto, dijo a Sarai su mujer: He aquí, ahora conozco que eres mujer
de hermoso aspecto; y cuando te vean los egipcios, dirán: Su mujer es; y me
matarán a mí, y a ti te reservarán la vida.
Ahora, pues, di que eres mi hermana, para que me vaya bien por causa
tuya, y viva mi alma por causa de ti.” (Gen. 12:11-13).
Este es ciertamente el temor al
hombre. No obstante, es un poquito
diferente al temor a ser expuesto. El
temor de Abraham era temor a ser amenazado físicamente. No temía que alguien lo avergonzara, sino
temía que alguien lo matara. Se sentía
vulnerable y sin protección. Sin
embargo, en vez de confiar en Dios, confió en su propia estrategia de
autodefensa. Para Abraham, los egipcios
eran grandes y Dios era pequeño.
Frecuentemente los Salmos mencionan
el temor a los enemigos. Por ejemplo,
cuando David fue sitiado por los filisteos en Gad, habló de la persecución
candente de sus atacantes y de sus temores.
Cuando se dormía no tenía la certeza de levantarse otra vez. Sin embargo, su reacción fue decididamente
diferente a la de Abraham. David tenía
miedo, pero no le temía más a la gente que a Dios. El dijo: ”En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; En Dios he
confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Sal. 56:3-4). Dios era la
roca y fortaleza de David. No obstante,
Abraham, aunque recién se había enterado de las promesas de Dios para él, veía
a los egipcios más grandes que a Dios, y mintió para lidiar con sus temores. Aunque no es un ejemplo del manejo del temor
a otros, Abraham al menos nos muestra que este asunto es común aun entre los
hombres de fe.
Pero ¿por qué no aprendió Abraham de
esta experiencia? Unos cuantos capítulos después, en Génesis 20, usó
exactamente el mismo plan. Sólo una de
las víctimas fue diferente. No sólo puso
a su esposa en una situación en la que podía ser manchada, sino también pecó en
contra de Abimelec, rey de Gerar.
Abimelec no era un hombre tan poderoso como faraón, pero era un hombre
de reputación y era el que gobernaba la región. Aparentemente ese hecho fue suficiente para Abraham, y le pidió a
su esposa que retomará el plan de engaño.
Sólo la intervención divina evitó que Abimelec adulterara y que Abraham
fuera plenamente avergonzado.
Con este pasado, esta mezcla de fe y
temor, Abraham no parecía ser un buen candidato para pasar la prueba quizá más
difícil de soportar. ¿Podría poner su
temor al Señor en primer lugar de tal forma que obedeciera aunque esto
significara tener que sacrificar a su único hijo? Una cosa es tener tu vida
bajo amenazas, pero es otra cosa más seria tener amenazada la vida de tu
hijo. Y esta fue la prueba que Abraham
enfrentó. Pero nunca titubeó. Cuando se le dijo que sacrificara a su hijo,
Abraham se levantó temprano para obedecer al Señor. ¿Qué padre hubiera hecho eso? La mayoría de nosotros, al menos
tomaríamos unas horas para ir a caminar juntos o bolearse por última vez la
pelota. Pero Abraham se recobró de su
temor al hombre de una manera espectacular cuando fue probado por Dios. Cuando Abraham demostró su voluntad de
confiar en Dios aunque significara la muerte de su hijo, el ángel del Señor le
dijo, “Ahora se que temes a Dios” (Gén. 22:12).
El ejemplo de la fe firme de Abraham
no erradicó de sus descendientes el temor al hombre. La historia de Israel literalmente dio un giro dramático por el
temor de los hebreos de que los cananeos les dañarán físicamente. El pueblo fue de estar a punto de entrar a
la tierra prometida a merodear por el desierto por muchos años. En Números 13, un grupo de espías israelitas
fueron comisionados a explorar la tierra.
En su reporte indicaron que, ciertamente, ésta era la tierra prometida,
y que sí fluía leche y miel (Num. 13:27).
Pero tuvieron más asombro por los habitantes de la tierra que por Dios,
aun cuando habían visto que su Dios era el más grande de todos los dioses en la
confrontación con Faraón.
“Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas. . . no podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros . . . éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.” (Num. 13:28,31,33).
La petición de Moisés de que no tuvieran temor fue
hecha a un lado (Num. 14:9). Y el
juicio vino con toda certeza contra tal incredulidad. Dios dijo:
“¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta
cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré
de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más
fuerte que ellos.” (Num. 14:11-12).
Nuestro Dios celoso demanda ser el único en ser adorado y exaltado. Era idolatría temer más al faraón que al Dios verdadero. Pero debido a la intervención de gracia por parte de Moisés a favor del pueblo, Dios misericordiosamente redujo el castigo. En ves de aniquilar a Israel, Dios prohibió que una generación entrara a la tierra prometida. Morirían en el desierto como nómadas, pero sus hijos verían el cumplimiento de la promesa de Dios. Esto, ciertamente, fue gracia sublime.
Cuando el juicio de Dios se realizó y aquella
generación murió, Moisés hizo una apelación final al pueblo. Fue en un tiempo crítico, fue justo antes de
su propia muerte. Estaba transfiriendo
el poder a Josué, así que la ocasión era especialmente solemne. El pueblo sin duda estuvo atento a las
palabras de Moisés. Su exhortación
cálida y pastoral es el libro de Deuteronomio.
En él, Moisés hace un llamado al pueblo para ser absolutamente leales a
Dios, y les advierte en contra de la desobediencia al pacto. En especial, le recordó al pueblo que
evitaran el error del pasado de temer más a la gente que a Dios. ¿Acaso nos le dice, “No temas ni desmayes
(Deut. 1:21), y “No temáis, ni tengáis miedo de ellos (Deut 1:29)? Pero durante
el tiempo en el desierto la gente no escuchó, y el resultado había sido una
derrota catastrófica. Aquello a lo que habían temido, realmente
los había vencido.
Por lo tanto, Moisés continúa las advertencias,
“No tengas temor de él,” (Og, rey de Basán). (3:2)
“No los temáis” (todos los reinos de la tierra).
(3:22)
“El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en
Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis
palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre
la tierra, y las enseñarán a sus hijos” (4:10)
“¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me
temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y
a sus hijos les fuese bien para siempre!” (5:29; también 6:2, 13).
“Si dijeres en tu corazón: Estas naciones son mucho más numerosas que yo; ¿cómo las podré exterminar? No tengas temor de ellas.” (7:17-18).
Siguen docenas de las mismas
advertencias y exhortaciones, todas repitiendo el mismo tema: ustedes están
propensos a temer a la gente que parece ser una amenaza para ustedes; en vez
deben temer a Dios y a Dios nada más.
Al final del libro del pacto, Moisés no se había cansado de repetir la
advertencia. En Deuteronomio 31:6,
Moisés le ordenó a la gente, “Esforzaos
y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es
el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará.” El repitió esta declaración otra vez, “No temas ni te intimides.”
(31:8). El sermón terminó con ese ánimo
final.
El libro de Josué comienza de la misma manera. Lee Josué 1:1-9 y nota las exhortaciones. Dios dice tres veces durante su consejo inicial a Josué, “Esfuérzate y sé valiente”. Dios le dice: “Mira que te mando que seas fuerte y valiente. No temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”. (v.9)
Josué, como el
buen estudiante que siempre fue, repitió más adelante estos mandamientos
divinos cuando se enfrentó a cinco reyes cautivos. Le dijo a Israel, “No temáis, ni os atemoricéis; sed fuertes y
valientes.” (10:25). Su confianza iba a
la par con su obediencia – como debe ser siempre – y personalmente mató a los
cinco reyes con su espada. Josué, a
través de tal liderazgo, dejó el más grande de los legados: “Y sirvió Israel a
Jehová todo el tiempo de Josué” (24:31).
David es otro
ejemplo de un varón que temió a Dios y no a los hombres. Los Salmos de David a menudo giran alrededor
de una pregunta: ¿A quién temo? ¿A Dios o a los hombres? Debido a que había
llegado a conocer al Dios vivo, su respuesta raras veces estaba en duda. “Jehová reina para siempre (Sal.
146:10). Los hombres mortales mueren y
sus planes mueren con ellos (Sal. 146:4).
Dios era su escudo (Sal. 3:3; 5:12; 7:10), su refugio (Sal. 5:11; 9:9),
Su fortaleza (Sal. 118:14), y su roca, castillo y salvación (Sal. 18:2). Cuando tenía miedo, recordaba que las
personas podía tener un poder grande cuando las comparaba consigo mismo, pero
no tenían poder en comparación con su Dios.
Trabajé
en un hospital para veteranos por dos años.
Durante ese tiempo, escuché las historias de muchos veteranos de guerra
y vi las consecuencias de la guerra.
Los hombres solían despertar de pesadillas ocasionadas por eventos que
habían ocurrido cuarenta años atrás.
Algunos usaban drogas para callar sus temores y entumecer las imágenes
mentales. Otros se aislaban de los
demás como estrategia de protección.
Algunos de ellos parecían estar constantemente vigilantes, como si nunca
hubieran dejado la batalla. Algunos
usaban la ira como manera para mantener a los demás alejados. Si hubieras escuchado sus historias de
combate, probablemente hubieras pensado que era natural su temor a la amenaza.
Yo
diría que era casi natural. El rey David frecuentemente fue amenazado
por sus enemigos, y cuando era amenazado también tuvo miedo. Pero esto no era exactamente el temor al
hombre, y tampoco provocó el temor al hombre.
El temor al hombre es una exageración
pecaminosa de una experiencia normal.
Permítanme
explicar esto. Deberíamos tener temor cuando nos amenazan físicamente. Ciertamente no es pecaminoso el hecho de que
tu adrenalina esté fluyendo cuando te están disparando. Pero el temor al hombre es un temor enloquecedor. Puede comenzar con el temor muy natural
asociado con el ser vulnerable y amenazado.
Sin embargo, a veces esta alarma no es regulada por la fe. Se convierte en un temor que se concentra en
sí mismo, y por un momento se olvida de Dios.
Se convierte en un temor que, cuando se activa, gobierna tu vida. En tal estado, confiamos que nuestra
salvación está en otras personas.
Tener
miedo no está mal en sí mismo. Como
criaturas que vivimos en un mundo pecador debemos
tener miedo a veces. El problema es
cuando el temor olvida a Dios. Esta fue
la experiencia de Janet y fue la experiencia de muchos de los veteranos que
conocí.
Por
lo tanto, los Salmos de David no son ilustraciones del temor al hombre. Su temor estaba dentro de los parámetros de
Dios. En su temor constantemente se
volvió a su Rey. Él es una ilustración
de que las malas experiencias no tienen
que provocar el temor pecaminoso al hombre.
Pero notemos lo que hacía David.
Constantemente se recordaba a sí mismo que el estaba en una encrucijada
entre la fe en Dios y el temor a la gente. Siempre estaba alerta a su vulnerabilidad
a temer al hombre. Similarmente, si has estado en situaciones que han sido
amenazadoras físicamente, seguramente estarás alerta. Es una resbaladilla entre el temor normal y un temor idólatra al
hombre. Para permanecer en línea,
medita en los Salmos con fe, y sigue el ejemplo de David.
“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se juntaron contra mí los
malignos, mis angustiadores y mis enemigos, Para comer mis carnes, ellos
tropezaron y cayeron. Aunque un ejército acampe contra mí, No temerá mi corazón;
Aunque contra mí se levante guerra, Yo estaré confiado. Una cosa he demandado a
Jehová, ésta buscaré; Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida,
Para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo.” (Salmo
27:1-4)
Si puedes leer este Salmo y decir que expresa el deseo de tu corazón, entonces tu temor no es un temor pecaminoso al hombre.
Janet:
Un estudio de Caso
La amenaza física mejor conocida en la cultura contemporánea es la violencia física o sexual en contra de las mujeres. Ciertamente, las mujeres y los hombre pueden ser mal tratados física o sexualmente, pero la mujer tiende a ser más vulnerable y el blanco más frecuente.
Sin duda, la
violación sexual deja a las mujeres más vulnerables a temer a la gente. Su experiencia literalmente le grita que la
gente es más poderosa que Dios. Después
de todo, si Dios es amoroso, ¿Por qué no detuvo al opresor?
Considera
la lógica del libro ”Cuando cosas malas ocurren a gente buena.” El libro insiste que la tragedia nos fuerza
a tomar una decisión: ¿Creemos que Dios es poderoso o es amoroso? El autor no
cree que ambas cosas sean posibles:
“El
autor del libro de Job está preparado para renunciar a su creencia... de que
Dios es todo poderoso. Las cosas malas
sí ocurren a la gente buena, pero no es la voluntad de Dios. A Dios le gustaría que la gente recibiera lo
que merece en la vida, pero no siempre puede hacer los arreglos para que ocurra
así. Cuando el autor del libro de Job
se ve forzados a escoger entre un Dios
bueno que es totalmente poderoso y un Dios poderoso que no es totalmente bueno,
escoge creer en la bondad de Dios.[1]
El
rabino Kushner dice Dios es una de dos cosas, o amoroso o poderoso. De cualquier manera, la verdadera gloria de
Dios es manchada con tales pensamientos.
Dios llega a ser más pequeño en nuestras mentes. Dejamos de temerle apropiadamente. Sólo tememos a la gente que parece ser más
poderosa que nosotros.
Si
alguien tenía razón para temer a la gente que parecía más poderosa, ésta era
Janet. La repetida violencia sexual
cometida por su padre y la violencia de su hermano fueron eventos moldeadores
en su vida. Pero ella estaba trabajando
duro para dejar atrás los dolores del pasado.
En los últimos meses Janet ha leído cierto número de libros populares
cristianos y seculares sobre autoestima
y amor a uno mismo. Todos parecen
describirla perfectamente. De hecho, se
ha sentido más entendida por estos libros que por su propio marido. También confiesa que estos libros la han
ayudado a entenderse a sí misma mejor que lo que la Biblia la ha ayudado en
este respecto. Ahora, siempre que tiene
un problema en la vida, lo atribuye a “sentirse mal consigo misma”: “Lo que
realmente necesito es quererme a mí misma.
Me he odiado por tantos años que se siente como una enfermedad”.
Es
entendible tal enfoque en ella misma.
Janet se siente llena de vergüenza, y tal repugnancia hacia ella misma
puede ser una expresión de la vergüenza.
Pero a menos que su introspección sea guiada por la Biblia, las cosas
sólo empeorarán. Su rumbo presente la
está alejando de la gente y está haciendo imposible que ella crezca en el temor
del Señor.
Por
ejemplo, Janet se mostrado renuente en ir a la Iglesia en los últimos dos
meses. Su hijo de seis años puede
portarse muy inquieto y demandante, y a veces ocasiona problemas en la Escuela
Dominical. Su maestra ha sido creativa
para encontrar la manera de trabajar con él, y ha mejorado ahora que le han
asignado un adulto para que esté con él de tiempo completo, pero la maestra
pensó que sería de ayuda si Janet se enterara de lo que estaba pasando. Después de que la maestra le mencionó
algunas de las conductas del niño, Janet respondió amablemente pero, por
dentro, estaba mortifica y enojada. Se
sintió apenada porque su hijo fue señalado, y tomó los comentarios de la
maestra como un ataque personal a su labor como madre. Ella concluyó: “Ahora todos
piensan que soy una mala madre”.
Su
temor al hombre está creciendo debido a toda su búsqueda de una mejor
autoestima. Evade a la maestra de su
hijo, y ha comenzado a pensar (infundadamente) que todas las mujeres de la
Iglesia la están criticando a sus espaldas.
Las demás personas (o al menos lo que ella percibe de ellas) la están
controlando más y más.
En
este momento, la razón principal por la que viene a la iglesia es para ver al
pastor asistente. Recientemente confesó
que está encaprichada con él. Él fue amable pastoralmente cuando ella tuvo
problemas de salud hace poco, y ahora Janet no puede dejar de pensar en
él. No deja de pensar en tener una
“aventura” con él. Tiene fantasías de
que se casa con él. Algunas veces
“santifica” su fantasía pensando que se casa con el pastor después de que su
esposo muere en un accidente automovilístico.
Confesó
estos pensamientos a su esposo, y él respondió bien. Se sintió herido, no obstante, trató de ser de ayuda en la medida
de los posible. Trató de amarla más. Sin embargo, luchó cuando fue claro que no
había nada que pudiera aplacar sus fantasías.
Gradualmente comenzó a ver que aun cuando mostraba amor y gracia hacia su esposa, él no podía cambiar su
corazón. Janet había establecido un
ídolo en su vida y ahora era controlada por él.
¿Qué está pasando en las relaciones de Janet con sus abusadores, la maestra de Escuela Dominical, y el Pastor Asistente? ¿Por qué es controlada por ellos de varias maneras? ¿Es el resultado del temor causado por la vergüenza, el rechazo o la amenaza?
Examinemos
su situación más de cerca. La vergüenza
corre profundamente en Janet. Se siente
expuesta y mancillada. Piensa que una
relación con su padre y su hermano podría ayudar, así que la anhela. Lee la literatura sobre autoestima que
describen el sentimiento de futilidad, la cara secular de la vergüenza, y
siente como si la describieran. Tiene
un reporte negativo sobre su hijo y se siente aun más expuesta e indigna. Todos los días siente como si sus paredes de
autoprotección estuvieran siendo derrumbadas.
Se siente más y más vulnerable a ser herida por los demás. La vergüenza es tan intensa que piensa en
herirse físicamente a sí misma como una manera de distracción momentánea y
encontrar alivio.
¿Recuerdas
que el temor por la vergüenza puede ser el resultado de nuestro pecado, del
pecado de aquellos que nos victimizaron, o de ambos? La vergüenza de Janet es el resultado de ambos, y su respuesta a
la vergüenza revela un entretejimiento confuso de las dos fuentes en su vida. Janet necesita la claridad sanadora de una
perspectiva bíblica, pero hasta el momento no le ha interesado.
Un
asunto bastante clara en la vida de Janet es su vergüenza por el pecado que es
el resultado de su fantasía sexual con el pastor asistente y la manera en la
que ha lastimado a su esposo. Ella ha
confesado este y otros pecados cientos de veces, pero se sigue sintiendo sucia.
Hay
razones por las que persiste su sensación de impureza. Primero, hay una parte de Janet que desea
mantener esa relación fantasiosa. Para
ella los beneficios sobrepasan las desventajas. Desea seguir sus propios deseos
pecaminosos; le gusta este pecado en vez de odiarlo. Ha llegado a ser una manera cómoda de lidiar con el pecado de
otros, tanto real como percibido. Una
segunda razón más sutil por la que Janet no se siente perdonada de su pecados
es que confunde la vergüenza por su propio pecado con la vergüenza por el
pecado de sus abusadores. Janet
realmente cree que es responsable de los pecados de su padre y hermano, y esto
ha moldeado esta parte de su vida también.
¿Cómo
ayudarías a Janet? La respuesta bíblica a la vergüenza de Janet por su propio
pecado es enseñarle el arrepentimiento y el odio al pecado. Janet no es responsable por los pecados de
otras personas, pero sí lo es de sus propios pecados. La manera de eliminar la vergüenza asociada con el pecado es admitir el pecado, estar confiado de que
Dios perdona el pecado, e involucrarse en la lucha en contra del pecado.
La
vergüenza de Janet por el pecado de sus abusadores es más difícil de
resolver. Aunque la vergüenza por su
propio pecado es el problema espiritual más profundo de los dos, de muchas
maneras es el más fácil de cubrir. Tal
tipo de vergüenza, como hemos visto, puede ser cubierta a través de la confesión
del pecado, el arrepentimiento, y la fe en la obra consumada de Jesús. La
vergüenza por la victimización puede ser más terca. La confesión de pecados no puede liberarla porque la víctima no
es la parte culpable. Pero ese hecho no
detiene a las personas. Ellos dicen,
“Si pudiera confesar mi pecado de una mejor manera, entonces podría sentirme
limpio”.
En
su esfuerzo de sentirse limpias o cubiertas, algunas víctimas han recurrido a
castigarse como si las obras de penitencia pudieran limpiar y cubrir
milagrosamente. Tratan de resolver las
cosas con Dios cortando sus cuerpos, estando deprimidos sin esperanza,
arruinando su matrimonio para que obtengan lo que piensan que merecen, o
practicando algunas formas idiosincráticas de repugnarse uno mismo. Por supuesto, la penitencia nunca cubre o
limpia, pero ya sea por ignorancia o por incredulidad, muchas víctimas se
sienten sospechosas de otros opciones y regresan a la penitencia una y otra
vez.
Hay
algo de esto en el caso de Janet. Como
resultado de haber sido objeto del pecado su padre y hermano, ella siente como
si hubiera estado desnuda toda su vida.
Siempre se siente sucia y mancillada.
No importa lo que haga, de todas maneras se siente sucia. Su única explicación es que ella debió haber
causado que su padre y su hermano pecaran en su contra. Debe haber sido su culpa. Ella debe haberlos seducido de alguna
manera. En la fantasía seductora con el
pastor, Janet dice, ”Esto es lo que soy; soy una persona seductora que arruina
vidas”. También piensa que es una
persona tan vil que no merece bendiciones tales como un buen marido. Ella merece estar divorciada de él; luego
podrá casarse con alguien que pueda ser una mejor esposa. No puede tener una “aventura” real, pero
quizá sus fantasías le darán a su esposo el motivo que necesita para dejarla.
¿No
es una manera loca de pensar? Es
pensamiento no bíblico que ha sido intensificado por su pasado. Siendo más específico, es pensamiento
pecaminoso porque su interpretación
del pasado está usurpando el lugar de la interpretación de Dios. Pero también es pensamiento que puede ser
cambiado con una estructura bíblica clara.
La estructura bíblica comienza
trayendo la claridad piadosa a la experiencia de la vergüenza. La vergüenza es algo que nos hacemos y algo
que nos hacen. Ahora es el tiempo para
que Janet distinga entre las dos formas.
Quizá Janet pueda leer los ejemplos de vergüenza por victimización en la
Escritura: historias tales como Dina (Gen. 34:5), ejemplos de las leyes
levíticas (ejemplo, Lev. 11:24), y la profanación del templo por la presencia
de un hombre inmundo (Sal. 79). El
ejemplo más claro es Jesús mismo. El
fue sentenciado a muerte en la manera más vergonzosa posible: desnudo y en una
cruz. El sintió vergüenza pero era
inocente. Sufrió la vergüenza que los
demás pusieron sobre él. Este es Aquel
en quien Janet debe fijar sus ojos (Heb. 12:2). Luego, en vez de enfocarse en sus esfuerzos personales de pagarle
a Dios por un pecado que no es suyo, puede enfocar su atención en ella misma,
en quién es Dios y qué dice Él.
¿Cuál
es la respuesta de Dios a la víctimas que han confiado en él? Primero, Él
entiende su vergüenza. Este entendimiento no es un frío conocimiento intelectual. Dios realmente se duele por la victimización
de sus hijos, y está haciendo algo al respecto. Puede ser que no veamos las obras celestiales, y Janet puede ser
que no las vea con respecto a su victimización durante su vida, pero sabemos
por fe que Dios no abandona a aquellos que han sido víctimas (Sal. 22).
Dios
extiende su compasión y su brazo poderosos liberador para alejar la
vergüenza. Jesús experimentó la
vergüenza y llevó nuestra vergüenza sobre él, de tal manera que la vergüenza ya
no nos define. De hecho, por gracia a
través de la fe, ya no es parte de nosotros.
Luego, en un acto que parece inconcebible, Dios da un paso más: se casa
y exalta a aquellos que antes fueron avergonzados.
“No temas, pues no serás confundida; y no te avergüences, porque no serás
afrentada, sino que te olvidarás de la vergüenza de tu juventud, y de la
afrenta de tu viudez no tendrás más memoria. Porque tu marido es tu Hacedor; Jehová
de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda
la tierra será llamado.” (Isa. 54:4-5)
¿Son estas palabras de esperanza y gozo para Janet? Probablemente no de inmediato. El pensamiento de estar casada con el
Altísimo puede ser más aterrador que maravilloso para ella. Es probable que si tiene algún tipo de temor
evidente al Señor, es un terror que busca evadir a Dios en vez de una
reverencia en vez de ser una reverencia robusta. Será difícil para ella creer lo extensa que es la gracia de Dios. Constantemente se verá a si misma y a su
sentido de indignidad e inmundicia, y tratará de esconderse del Santo Dios.
Pero
ella debe creer. Debe creer en las
palabras de Cristo más de lo que cree cualquier otra cosa. Debe seguir el principio: Por cada mirada a
mí misma debo dar diez miradas a Jesús.
Debe meditar en esas promesas amorosas emanadas de la boca de Dios. Si piensa que ella está más allá de la
gracia, debe ser corregida. Tal pensamiento está basado en la suposición no
bíblica de que nuestras obras pueden mantenernos alejados de Dios o acercarnos
a él. En una negación de la
gracia. Sugiere que hay algunos actos
rectos que ella puede hacer para encontrar a Dios a la mitad del camino. Sin embargo, esto nada tiene que ver con el
evangelio de Jesucristo. El evangelio
sólo está disponible para las personas que saben que son inmundas.
El
temor de Janet a ser expuesta (vergüenza) está junto a su temor a ser atacada
(amenaza). Al crecer en un hogar en el
que habían ataques sexuales impredecibles, Janet aprendió a estar siempre a la
defensiva. Siempre sintió como si una
catástrofe fuera a ocurrir, sentía como si siempre estaba a la vuelta de la
esquina”. Se sentía pequeña, y sentía
como si viviera entre personas que eran muy poderosas. Tenía una clara profesión de fe, pero estaba
ausente en su vida el proceso cotidiano de confianza en el amor y el poder de
la mano de Dios. Cuando la gente es
grande, Dios será pequeño.
Uno
pudiera pensar que un estudio extenso del poder soberano de Dios podría ayudar
a Janet a lidiar con este aspecto particular de su temor al hombre. Sin embargo, las imágenes de un Dios
soberano no hablarán profundamente a su temor a ser atacada. Janet necesita saber que este Dios soberano
es bueno. Existe la posibilidad de que ella crea que Dios reina sobre todas
las cosas, pero que su amor hacia ella es pequeño. Ha sucumbido ante la sugerencia de Satanás de que Dios realmente
no está con sus hijos. Solamente la
meditación persistente en la cruz de Cristo es suficiente para alejar este
temor. Luego, ella sabrá que no hay una
persona capaz de torcer los buenos propósitos de Dios para su vida.
Con
otras personas tan grandes en su vida, Janet muy probablemente se sentiría muy
sensible al rechazo, y, ciertamente, eso paso.
Si había una taza de amor con rajadura buscando ser llenada con aceptación,
era ella. Sentía como si necesitara la
afirmación y alabanza constantes por parte de su esposo. Necesitaba que su hermano y su padre le
dieran la relación que nunca tuvo con ellos.
Necesitaba ser entendida, y resintió el haber obtenido eso de unos
libros en vez de las mujeres en la Iglesia. Necesitaba ser percibida como una
buena madre. Y necesitaba cercanía de
otros hombres. Pero estas cosas nunca
la llenaron. Siempre estaba en búsqueda
de más.
Por
favor, entendamos que cualquier persona que ha pasado a través de la
experiencia de Janet experimentará cierto sentimiento de vacío. La pérdida de buenas relaciones con los
miembros de la familia es dolorosa, y el deseo de tener buenas relaciones es
fuerte. No es este deseo lo que
constituye el temor al hombre. Es
cuando el deseo es elevado al nivel de demanda de tal manera que hay personas
que son ídolos evidentes en nuestras vidas.
Cuando los deseos se convierten en demandas estamos más preocupados por nuestros deseos que por la gloria de Dios.
En el
caso de Janet, el deseo se ha convertido en una demanda que se siente como una
necesidad. No cree que Dios sea fiable
para confiarle su vida, y por eso se ha vuelto a otras personas para encontrar
seguridad. La salida es confesar que ha
estado ocupada necesitando a otras personas para lograr sus propósitos faltos
de fe. En vez de esto, ella puede
empeñarse en amar a los demás en el amor y seguridad que goza en Cristo, con el
deseo de glorificarle. Luego, en vez de
definirse a sí misma exclusivamente como necesitada,
puede practicar una de las formas dominantes que Dios nos da: somos siervos del
Dios Altísimo que nos ha llamado a amar más que a necesitar.
¿Suena
como que estoy siendo muy duro con Janet? Espero que no. La historia del Antiguo Testamento es una en
la que Dios condena la injusticia y la opresión; Él está lleno de compasión por
la víctima. La mitad de los Salmos
meditan sobre este tema. Así que todo
el consejo que se le de a Janet debe estar lleno de compasión por ella y enojo por
las injusticias que sufrió. De otra
manera, no será un consejo bíblico.
¿Suena
como que estoy disculpando el pecado de Janet? Espero que no. Aunque
reconocemos que su historia es trágica, no significa que vamos a ignorar el
pecado en la vida de Janet. Hacerlo
significaría que su problema de victimización es más profundo que su problema
de pecado, y la verdad es que no hay nada más profundo que nuestra propia
pecaminosidad. También el ignorar el
pecado de Janet sería victimizarla aun más.
Sería evitar que ella conociera la verdadera libertad de la culpa, el
gozo del perdón, y la grandeza del amor de Dios.
El
problema con muchos libros cristianos sobre la victimización es que nunca
realmente nos llevan fuera de nosotros mismos, para confiar solamente en
Cristo. En vez de esto, parecen
dejarnos atrapados en el dolor. No
obstante, el punto de vista cristiano sobre la victimización es teocéntrico
constantemente, y esta ha sido la meta en la consejería de Janet. La dirección bíblica comienza escuchando
acerca de la gran compasión de Dios.
Luego procede a examinar nuestros propios corazones para que podamos
crecer en la obediencia a Cristo, y termina con la confianza de que nuestro
Dios es el todopoderoso Dios quien es justo y amoroso.
¿Puede
una historia de victimización intensificar nuestra inclinación a temer a la
gente? No hay duda de que puede hacer que algunas personas sean más
susceptibles. Pero tal historia no
puede forzarnos a temer al hombre, tampoco puede prevenir que dejemos atrás ese
temor.
La Elección ante Nosotros
Jeremías
17 es el texto bíblico clásico acerca del temor al hombre. Reduce las decisiones de la vida a dos
opciones: ¿Vas a confiar en el hombre o vas a confiar en el Señor?
“Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne
por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el
desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en
el desierto, en tierra despoblada y deshabitada.
Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza
es Jehová. Porque
será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará
sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y
en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.” (Jer. 17:5-8)
El Antiguo Testamento indica que estamos en la
encrucijada entre temer a otros o temer a Dios. El camino que lleva al temor al hombre puede ser expresado en
términos de favoritismo, esperar que los demás piensen bien de nosotros, temer
ser expuestos por ellos, o estar abrumados por su poder físico percibido. Cuando estos temores no son combatidos con
el temor al hombre, las consecuencias pueden ser devastadoras. Pero cuando Dios tiene su lugar correcto en
nuestras vidas, las ataduras del pasado pueden ser rotas.
Para Pensar
Considera
meditar en otra sección de la Escritura.
Cuando Jesús envió a sus discípulos a llamar a otros para entrar al
reino, les recordó que encontrarían cierto número de problemas. La gente los rechazaría, los llevarían ante las
cortes, y su ministerio sería un factor de división, por lo que enojaría a más
personas. En otras palabras, los
discípulos serían tentados a temer a la gente.
Como resultado, Jesús los envió diciendo: “Y no temáis a los que
matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede
destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” (Mat. 10:28)
La
exhortación de Jesús hablaba específicamente de temor al daño físico, similar
al que enfrentó Abraham. Pero esta
considerando el peor de los casos – la muerte – y está diciendo que aun la
amenaza de muerte no debe causar que los discípulos teman a la gente. Si tal amenaza tan severa puede ser
contrarrestada con el temor al Señor, entonces las amenazas como a ser
rechazado no serán dardos letales. No
olvides que los discípulos eran como nosotros.
Querían que la gente los quisiera.
Por lo tanto, los amigos y los demás dentro de Israel podían ser tan
peligrosos como los enemigos que querían matarlos.
Piensa
en la exhortación de Jesús: “Y no temáis a los que
matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede
destruir el alma y el cuerpo en el infierno.” ¿Puedes sentir su fuerza
liberadora? Hay algo con respecto al poder de Dios, y ni se diga de la idea del
infierno, que corta la dolorosa introspección asociada con el temor a los
demás.