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AMA A TUS ENEMIGOS Y A TU PRÓJIMO
Todavía hay un
paso más. Hasta ahora, hemos
considerado el temor del Señor, y hemos considerado nuestros propios
corazones. Ahora debemos entender lo
que Dios dice acerca de las demás personas. ¿Quiénes son ellos? Un amigo
preguntó “¿Para que sirve la demás gente?” ¿Qué tipo de forma o identidad
tienen? ¿Cómo definimos nosotros a los demás, y cómo Dios los define?
Notemos
algunas de las formas o identidades que nosotros les damos a los demás:
·
La gente son bombas de gas que nos llenan.
·
La gente son boletos hacia la aceptación y la fama.
·
La gente son sacerdotes que tienen el poder de hacernos sentir limpios y
bien.
·
La gente son terroristas. Nunca
sabemos cuando será el próximo ataque.
·
La gente son dictoderes cuya palabra es ley. Están en completo control.
Scott Peck, en
su libro muy vendido, The Road Less
Traveled, sugiere que podemos
convertir a los demás en organismos hospedadores. No es un cuadro muy hermoso: la gente son los intestinos,
nosotros somos los gusanos.
“No deseo vivir. No puedo vivir sin mi esposo (esposa, novio, novia). Lo amo tanto. Y cuando les respondo, como frecuentemente lo hago, “Estás equivocada; tú no amas a tu esposo (esposa, novio, novia). La respuesta airada es: “¿Qué está diciendo?” “Le acabo de decir que no puedo vivir sin él (ella)”. Entonces, les trato de explica: “Lo que describes no es amor, sino algo paresido a un parásito”.[1]
La Biblia
resume estas formas variadas de esta manera: La gente son nuestros ídolos
atesorados. Los adoramos, esperando que
cuidarán de nosotros, esperando que nos den lo que sentimos necesitar. Lo que realmente necesitamos son formas e
identidades bíblicas hacia otras
personas. Entonces, en vez de necesitar
a la gente para satisfacer nuestros deseos, podremos amar a la gente para la
gloria de Dios y cumplir el propósito por el cual fuimos creados.
Para mí este
último paso es el más difícil. No es
muy difícil entender lo que la Biblia dice acerca de la gente – todos sabemos
que se supone que debemos amarla – pero es difícil aplicar este
conocimiento. El amar a los demás hace
que esta vida sea menos cómoda.
Significa que debo renunciar a mi propio programa para el sábado en la
mañana con el fin de ayudar a mi prójimo.
Significa que me siento más lastimado cuando alguien se muda de
domicilio. Significa que la gente
estará en nuestra casa cuando yo preferiría estar rodeado sólo de mi familia
inmediata.
¿No se parece
esto a la Palabra de Dios? Justamente cuando pensamos que la hemos adaptado a
nuestro cómodo estilo de vida de clase media, nos arma un revoltijo. Nos dice que amamos a los demás de la misma
manera como hemos sido amados por Dios.
Paso 7: Necesita menos a los demás, ama más a los demás. Busca amar a otros en obediencia a Cristo y como una respuesta a su amor hacia ti.
Enemigos
Una de las formas que las demás
personas tienen, no engendra exactamente amor y comunidad, pero de todas
maneras es una forma que tienen. Las
personas pueden ser nuestros enemigos.
Pueden estar constantemente en contra de nosotros. Pueden planear nuestra destrucción y estar
comprometidos para avergonzarnos y buscar nuestra desgracia.
Como consejero le he recordado a
muchos Cristianos que una persona es su enemigo. Usualmente la gente no quiere escucharlo, pero es verdad. Pero aun, muchos de estos enemigos son eran
amigos o familiares.
“Porque no me afrentó un enemigo, Lo cual habría
soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado
de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío,
Mi guía, y mi familiar; Que juntos
comunicábamos dulcemente los secretos, Y andábamos en amistad en la casa de
Dios” (Salmo 55:12-14)
Este pasaje apunta con mayor
claridad a Judas, el enemigo de Jesús.
Pero Judas ha tenido muchos imitadores.
Recuerdo a aquellos que tienen esposos enemigos, esposas enemigas,
hermanos enemigos, padres enemigos, hijos enemigos, compañeros de trabajo
enemigos, y enemigos en la iglesia. La
lista es muy larga.
Dios responde a nuestros enemigos
Un ejemplo bíblico de un verdadero
bíblico lo encontramos en el libro de Ester.
Si es que hubo un “Hitler” en la Biblia, este era Amán, quien era
egonmaníaco y con una determinación demente de extinguir a toda la gente Hebrea
(Ester 3-5). Al principio, la ira
celosa de Amán estaba dirigida hacia el judío Mardoqueo. Pronto, generalizó su odio hacia todo
Israel.
Siguiendo el ejemplo de Daniel,
Mardoqueo no se arrodillaba delante de otras personas. El hacerlo habría deshonrado al Dios
verdadero. El problema era que Amán, el
segundo en autoridad después del rey Asuero, estaba lleno de sí mismo, no
obstante deseaba llenarse más. El
demandaba que Mardoqueo se arrodillase delante de él, tal y como los demás lo
hacían.
Cuando el rechazo de Mardoqueo fue
reportado a Amán, él se airó e inmediatamente se propuso cumplir un plan que
haría más que matar a Mardoqueo. “Pero tuvo en poco poner mano en Mardoqueo solamente, pues ya le habían
declarado cuál era el pueblo de Mardoqueo; y procuró Amán destruir a todos los
judíos que había en el reino de Asuero, al pueblo de Mardoqueo (Ester 3:6).
Este
era un verdadero enemigo. Aun Ester lo
dijo. Ester era el cenit de la gracia y
la gentileza, así que si Ester decía algo indecoroso de alguna persona, sabías
que tal persona era peligrosa. Ella le
dijo al rey: “El enemigo
y adversario es este malvado Amán” (Ester 7:6).
La mayoría de nosotros jamás hemos
tenido un enemigos como Amán. Nuestros
enemigos percibidos son personas que nos han desairado o pecado en nuestra
contra una o dos veces. Ciertamente es raro tener a alguien que esté dedicado a
buscar nuestra aniquilación. No obstante, sí existe gente como Amán en el
mundo. ¿Qué hacemos con ellos?
Primero, debemos saber que Dios
escucha la voz de los oprimidos. El
tiene compasión de ellos, y los opresores despiertan su ira. Segundo, Dios bendice a las víctimas con el
conocimiento de que él es más grande que nuestros enemigos. Como nos enseña el libro de Proverbios, Dios
nunca permitirá que los enemigos triunfen totalmente al final de cuentas.
Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, Y a sus almas tienden lazo. Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, La cual quita la vida de sus poseedores. (1:18-19; también 12:7; 16:25; 24:16)
Los años de los impíos serán acortados. (10:27)
Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra. (11:2; también 13:21; 16:5, 18; 18:12)
Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; Y la expectación de los malos perecerá (11:7; también 14:11).
El testigo falso no quedará sin castigo, Y el que habla mentiras perecerá. (19:9; también 21:18)
No te entremetas con los malignos, Ni tengas envidia de los impíos; Porque para el malo no habrá buen fin, Y la lámpara de los impíos será apagada. (24:19-20).
Estos proverbios describen con presición la historia de Amán. Poco después de que el rey aceptara la petición de Amán de aniquilar a los judíos, Amán fue desairado al ser forzado a mostrar gran honor hacia Mardoqueo. Muy pronto después de esto, la horca que Amán había preparado para Mardoqueo fue usado para colgar a Amán mismo. Finalmente, toda su propiedad fue dada a Mardoqueo.
Dios dice que algunas personas son mejor definidas como enemigos. Cuando los encontremos, nuestra respuesta apropiada es primero confiar en Dios en vez de temer al hombre. Confiamos que Dios es el Todopoderoso, y no nuestros enemigos. Después de todo, los enemigos no perdurarán.
“No confiéis en los príncipes, Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; En ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146:3-4)
“No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano” (Isaías 51:7-8)
Esto no quiere decir que presumidamente pensemos, “Ya te llegará tu día”. Claro que no. La Escritura deja claro que nunca debemos gozarnos cuando nuestro enemigo cae (Prov. 24:17). Esto simplemente significa que los enemigos van a morir. Son carne que se desvanecerá. En otras palabras, son como nosotros. Pero eso no es todo. La enseñanza bíblica acerca de los enemigos también indica que su legado es maldad terminará. El reino de los cielos lo vencerá. No durará para siempre.
Sin embargo, esta promesa puede no significa exactamente lo que pensamos. Si lo interpretamos a través de los lentes de nuestros deseos personales, significa que seremos vindicamos personalmente. Que veremos la derrota de nuestros enemigos. Pero la promesa no significa eso. Sabemos de enemigos que han perdurado por generaciones. Lo que significa es que los enemigos no restringirán el crecimiento del reino de Dios, la Iglesia. Por ejemplo, Asiria no podía estorbar los planes de Dios. Hoy Asiria no existe, pero la iglesia de Dios se ha esparcido por todo el mundo (ver Salmo 126).
Esta promesa es emocionante sólo si pensamos más corporativamente que individualmente. Isaías no vivió para ver el defunción de Asiria, pero la profecía en contra de ellos fue de gran consuelo para él. Sabía que no vería el fin del gobierno Asirio, pero podía regocijarse de que el pueblo de Dios florecería y Dios sería exaltado.
El Consuelo de Jesús en
los Salmos
Cuando somos confrontados con enemigos y no sabemos qué sentir o hacer, debemos ir directamente a los Salmos. En ellos se nos da exactamente lo que necesitamos. Lo que hacen los Salmos es ponerse en contra de nuestros instintos naturales. Cuando nos inclinamos a tomar las cosas en nuestras propias manos, los Salmos nos enseñan a confiar en Dios. Cuando nos aislamos del dolor, nos enseñan a confiar en Dios. En vez de aprender a jurar que nunca más nos acercaremos a una persona, aprendemos a confiar en Dios. En vez de extinguir la esperanza, los Salmos nos enseñan a confiar en Dios, y como resultado, ser llenos de expectativas jubilosas por la venida del Reino. Podemos decir que los Salmos mejoran nuestra calidad de vida.
Muy a menudo los Salmos describen nuestro sufrimiento con tal precisión que pensamos que fueron escritos para nosotros. Y esto es verdad – fueron escritos para nosotros, pero también cumplen otro propósito. Cuando los salmistas como el rey David describen su sufrimiento a manos de sus enemigos, están intentando escribir algo más que declaraciones autobiográficas que las generaciones futuras puedan usar para compadecerse de ellos. Los Salmos fueron incluídos dignamente en la Escritura porque David era un representante del Rey Divino. El pedía juicio en contra de sus enemigos porque eran enemigos del Dios verdadero. La gloria de Dios era la misión de David, no su propia vindicación.
Para ser más específico, el rey David habló en lugar de un más grande rey, el rey Jesús. Los enemigos de los que habló son aquellos de Jesús; los sufrimiento de los que habló son los del Mesías. Esto significa que debemos ller cada Salmo, por lo menos, dos veces. La primera vez podemos dejar que nos hable. La segunda vez debemos escucharlo como la voz de Jesús. De nuevo, esto nos anima a temer al Señor. Encontraremos que el dolor de Jesús fue mayor que el nuestros. Como lo dice correctamente P.J. Forsyth: “Lo que le ocurre a las criaturas pecadoras de Dios, aunque sea muy trágico, es menos monstruoso que lo que le pasó al Hijo de Dios”.
Esto no minimiza el dolor de la persecusión y las amenazas, pero sí dirige nuestra atención hacia afuera – lejos de nosotros mismos y de nuestros enemigos. Esto significa que cuando seamos confrontados con un enemigo, nuestras oraciones pueden trascender nuestra confusión personal. Ciertamente, debemos orar por la liberación, pero los Salmos hacen que hagamos oraciones aun más grandes. Aun en medio de amenazas semejantes a la Amán, los Salmos nos enseñan a orar que el nombre de Jesús sea exaltado. Oraremos que el reino de Dios avance y abrume a todos los enemigos de la luz, especialmente a Satanás mismo.
Si tu enemigo está
hambriento, dale de comer
Una razón por la que es crítico que miremos a Jesús cuando enfrentamos a nuestros enemigos es que esto hará que las siguientes palabras de Jesús sean menos desconcertantes. Dios puede definir a algunas personas como enemigos, pero él dice que debemos tratarlos como amigos. Nuestro deber es considerar cómo servirles de tal manera que les dirijamos hacia Jesús y se arrepientan de sus pecados.
Ahora puedes entender por qué este último paso del conocimiento de otras personas (y actuar en correspondencia con ese conocimiento) es tan difícil. ¿Cómo podemos si quiera comenzar este proceso imposible? De acuerdo con la Palabra de Dios, comienza con el conocimiento de que hemos sido desobedientes. Hemos violado las prohibiciones de Dios y hemos amado como deberíamos. ¿Nos damos cuenta de que éramos enemigos de Cristo? Si es así, entonces no tenemos otra opción más que tratar a los enemigos de la manera en la que Dios nos ha tratado. Nuestra consciencia se rebelaría si nos sintiéramos satisfechos en un juicio de autojusticia de nuestros enemigos.
¿Qué decimos de la frase, “haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza” (Rom. 12:20)? Esta insinuación de venganza puede hacer que la tarea de amar a los enemigos sea un poco más fácil. Pero ten cuidado con esto. No hay ningún mandamiento bíblico que esté corrompido con pensamientos de venganza. Conozco algunos hombres y mujeres que parecían ser muy gentiles hacia sus enemigos, pero en sus corazones no tenían la intención de la Escritura. Ellos pensaban, “Fabuloso, tengo una manera de vengarme de mi padre sin que me metan en la cárcel. Seré excesivamente cariñoso con él, y esto lo enloquecerá”. No obstante, el pasaje tiene una intención santa. El propósito de las ascuas de fuego es llevar al ofensor al arrepentimiento y la fe. Para muchas personas, eso está más allá de su perspectiva del amor. Una cosa es la idea de mostrar misericordia temporal y terrenal hacia el ofensor, pero el pensamiento de que el ofensor pudiera ser perdonado y aceptado como hijo de Dios a veces es demasiado. Si lo consideramos demasiado, debemos orar para que no seamos vencidos de lo malo. Debemos orar para que podamos tener el amor de Jesús hacia el ofensor. También, debemos invitar a otros a orar con y por nosotros.
Ama
a tus enemigos
El alimentar a los enemigos es una aplicación del principio general de amar a tus enemigos. Dios dice que tratemos a los enemigos de la misma manera como tratamos a los amigos y a la familia. ¿Imposible? Por supuesto. Pero no cuando tenemos el temor del Señor. Cuando sabemos que el poder de Dios es más grande que el de nuestros enemigos, cuando sabemos que él es justo, y cuando sabemos que él nos amó aun cuando éramos enemigos, entonces somos libres para ser siervos sencillos que imitan y obedecen al Padre. El bendice a justos e injustos con la lluvia y el alimento, y así también nosotros debemos ser bendición (Mat. 5:45).
Para amar de esta manera, necesitamos tanto poder como discernimiento. Necesitamos poder porque somos incapaces de amar de la manera como Cristo nos ha amado. Necesitamos discernimiento porque a veces es difícil saber cómo debe manifestar el amor. Como resultado, cada vez que nos percatemos que tenemos un enemigo específico, debemos buscar el consejo de la iglesia para discernir cómo expresar ese amor. Muy a menudo, la gente interpreta el mandato de amar a los enemigos como “dales cualquier cosa que ellos quieran de ti”. Hay momentos cuando tal expresión de amor no es sabia.
¿Debería
una mujer abandonada por su marido darle lo que el desea en el arreglo del
divorcio? ¿Debe tratar a su marido de la manera como desearía ser tratada? El
sentido común dice, “No, no le des a esa rata nada”. Pero ¿Es esta una manera bíblica de proceder (quitando lo de
rata)? Tal vez sí. El amor, en este
caso, significará perdonar al enemigo, no calumniarlo ante otros, y no atacarlo
con palabras para obtener cierto grado de venganza. Pero el amor no es la única categoría que se aplica a esta
situación. También está la
justicia. Si el marido está amenazando
y pidiendo cosas que sencillamente son injustas, la mujer debe apelar a la
justicia y la iglesia debe apoyarla.
El
amor a los enemigos es el pináculo de la obediencia cristiana hacia Dios. Como indica el sermón del monte, es fácil
amar a la gente que nos ama. Pero se
requiere de la obra poderosa del Espíritu de Dios para amar a aquellos que
están dedicados a dañarnos.
Hay
otra cosa que debe saber acerca de amar a tus enemigos. A la luz del libro de Oseas, esto no debe
ser una sorpresa. Superficialmente, el
amor a los enemigos suena como un autocastigo o una tontería. Esto va en contra del consejo popular que te
dice que eches por la borda a la gente que daña tu autoestima. Pero si Dios lo dice, debe ser bueno. Siempre hay bendición en la obediencia. La bendición puede que no sea la
reconciliación o el arrepentimiento del enemigo. Tal vez sea el privilegio de
no ser controlado por ese enemigo. O
simplemente puede ser el gozo de llegar a ser más semejante a Jesús. Sea lo que sea, siempre hay una bendición en
la obediencia.
Prójimos y Extranjeros
Un segundo grupo de personas son
aquellas que no son parte de la iglesia visible. En el Antiguo Testamento tales personas eran llamadas extranjeros
o forasteros; en el Nuevo Testamento se les llama prójimos.
Un amor basado en la afinidad
El Israel del Antiguo Testamento tenía leyes muy claras que protegían a los extranjeros que vivían en la tierra. Salomón, en una oración inspirada, oró para que Dios contestara todas las oraciones de los extranjeros, “para que todos los pueblos de la tierra conozcan tu nombre y te teman” (1 Reyes 8:43). Los extranjeros no debían ser mal tratados (Ex. 22:21) o privados de la justicia (Mal. 3:5); en vez de esto, se les debía dar tierra (Ez. 47:22) y amor (Deut. 10:19). El libro de Rut trata acerca de una extranjera – una moabita – quien fue incluida en la línea real de David y Jesús.
Todo esto era una imitación del amor de Dios hacia Israel, quienes habían sido extranjeros (Ex. 22:21; 23:9; Lev. 19:34). De hecho, siempre fueron extranjeros. “Esta tierra es mí” dijo el Señor, “y ustedes son extranjeros y forasteros “ (Lev. 25:23). Como extranjeros que fueron bendecidos por Dios, ellos debían tratar a las personas de la misma manera como habían sido tratados.
El Nuevo Testamento está repleto de mandamientos de amar a Dios y al prójimo (Mat. 22:39; Santiago 2:8). La ampliación clásica de este mandamiento es la historia del buen Samaritano (Lucas 10.25-37). En esta historia, Jesús expande los límites normales de lo que es un prójimo hasta llegar al punto de incluir en la historia a dos enemigos, un judío y un samaritano. Luego, Jesús hace que el héroe de la historia sea un samaritano, a quien los judíos consideraban como inferior moralmente. No pudo haber remarcado este punto con más fuerza.
Esto es muy relevante para algunas de mis discusiones familiares pasadas. Mi esposa y yo tenemos dos hijas. Cuando eran más pequeñas, ellas eran las niñas más escandalosas cuando estaban con nosotros, pero parecían estar sordas y mudas cuando estaban con vecinos o con gente que no conocían bien.
Pueden imaginar su explicación cuando les señalamos esto. “Somos tímidas” dijeron. Nosotros replicamos: “Son descorteses”.
Puede ser cierto que algunos niños son por naturaleza más tímidos cuando están rodeados de gente, pero un buen tanto de la timidez es la versión infantil del temor a la gente. Están siendo controlados por los demás.
El mejor tratamiento fue que Sheri y yo discutiéramos con nuestras hijas algunas aplicaciones del mandamiento de Jesús de amar a nuestro prójimo. Hablamos de cómo Jesús nos había dado la bienvenida, luego consideramos cómo tratar a los demás como queremos ser tratados (Mat. 7:12). Bromeamos con ellas acerca de la aflicción repentina que desarrollaban cuando estaban alrededor de personas nuevas, y jugamos representando algunas alternativas con ellas. Les sugerimos que respuestas monosílabas o gruñidos eran ilegales.
El proceso fue lento. Nuestras hijas son como nosotros: aprenden a través de repetición incesante, práctica y oración. La santificación es como un andar torpe y lento en vez de ser como una interruptor de corriente que encendemos y apagamos. Pero crecemos por la gracia de Dios. Mis hijas ahora raras veces se comportan como zombis cuando conocen a nuevas personas. Ellas cambian cuando las preparamos y oramos por ellas.
Por supuesto, si ellas quisieran ponernos a sudar sólo tendrían que decir, “evangelismo”. El temor al hombre no respeta a nadie. Puede ser llamado codependencia en la vida adulta, presión de grupo en la adolescencia, y timidez en la niñez, pero como sea que se llame, siempre revela el mismo corazón idólatra. Para evitar este enredo necesito que mis hijas oren y me exhorten de la misma manera como necesitan que Sheri y yo oremos por ellas.
La prescripción para los evangelistas tímidos está ahora en su sitio. Una vez que entendemos la profundidad del problema podemos comenzar a buscar el temor del Señor. Es mucho más fácil hablar de Jesús cuando su vida constantemente nos tiene maravillados. Entonces nos arrepentimos de nuestro temor del rechazo de otras personas. ¿No esa acaso la razón prominente de nuestra timidez? Adoramos tener la aceptación y el favor de toda la gente. Nos desmoronamos cuando sentimos la más leve pizca de rechazo. Finalmente, recordamos lo que Dios dice acerca de los demás: debemos necesitarlos menos y amarlos más. No los necesito para llenar mi taza de amor; al contrario, estoy en deuda con ellos. Les debo una deuda de amor que puede ser pagada, al menos en una pequeña parte, al llevarles al amor de Jesús.
Para
Pensar
El mandamiento de amar a los enemigos y a los prójimos es una implicación inevitable del conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos. Si hemos sido los enemigos de Dios, y Dios se ha acercado y nos ha reconciliado con él, ¿qué podemos hacer que no sea tratar a los demás como hemos sido tratados? Al imitar a Jesús de esta manera seremos sal y luz en nuestra generación.
1. Escoge a algún enemigo y algún prójimo y comienza a orar por ellos.
2. Busca oportunidades para sorprender con amor a alguien de afuera del cuerpo de Cristo.